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Creemos en la familia

Vuelve la familia a primera plana del debate público. La controversia no está sobrada siempre que la abordemos en profundidad y acertemos a vaciarla de la carga política y religiosa que en los últimos meses ha conllevado. La familia está en crisis, pues los valores de servicio, sacrificio, compromiso, fidelidad… inherentes a ella están también a la baja. Reivindicamos el valor de la familia porque somos deudores de ella, porque nuestros más entrañables recuerdos de infancia y juventud están ligados a ella… Creemos en la familia porque la armonía de la sociedad descansa en esa célula primaria, porque es una institución natural garante de la continuidad de la raza humana, entrañable y primario núcleo en el que encarna el amor desinteresado…

La familia es anterior a la Iglesia católica, a los propios obispos y a sus dominicales exhibiciones callejeras de poco oculta finalidad política. La familia es anterior a “la familia cristiana”. Jesús no hubiera caído en la tentación de salir “en defensa de la familia cristiana”, como si los padres budistas, hinduistas, judíos, bahai’s… alumbraran familia basada en otros valores.

Defendemos la familia, al tiempo que cuestionamos el monopolio de esta institución universal que pretende hacer la jerarquía católica y las fuerzas más conservadores del país, populares a la cabeza. Creo en la familia, no por dogma, ni por fe, ni por argumentario intelectual…, sino por pura vivencia personal. Quien ha vivido el calor de fraterno amor de la familia, tendrá fuerza y valor para reivindicar ese calor el resto de sus días.

Reivindicamos el valor de la familia como primer e ineludible ámbito del imprescindible cooperar y compartir, como primer espacio de interrelación, de aventura humana, de creación, de transmisión de valores.

Cuestionar la familia natural es poner en duda la más firme institución en la que se asienta nuestra civilización. Nadie tiene porque condenar la muy libre opción de la familia homoparental, pero otra cuestión diferente es jalearla.

Con el sumo respeto que me merece esta opción, consideramos que la familia ideal no la pueden formar dos hombres o dos mujeres, pues no se atiene a la ley natural. Esta opinión no es compartida por amplios sectores de progreso en nuestra sociedad. Invitamos a quienes defienden la opción de la familia formada por dos personas del mismo sexo a que echen la mirada hacia atrás y consideren si su desarrollo hubiera sido el mismo, de haber sido criados por dos hombres o por dos mujeres. Lo que no hubiéramos querido para nosotros mismos, no podemos desearlo para los demás.

Puede haber progreso en la trasgresión de unas determinadas leyes humanas injustas en el marco de una geografía o de un momento coyuntural, pero no hay avance civilizacional cuando se extiende entre la población la trasgresión de las leyes naturales universales, mas al contrario ocurre un franco retroceso. Cierto que esas leyes no están escritas en los libros, pero están grabadas de forma indeleble e inconfundible en la naturaleza. La trasgresión de la ley natural a la postre sólo trae sufrimiento y dolor.

El progreso no lo marca la adhesión a la moda del momento, sino a los valores superiores inmanentes a todas las tradiciones. El más “progre” no es el más trasgresor, sino quien se aviene a esas leyes que siempre han sido y serán; quien se emplea con todo su alma en el cumplimiento, ya en el seno de la familia, ya en el marco más amplio de la sociedad, de la ley suprema del amor y del servicio. En ese olvido de sí, todo lo contrario de la búsqueda del placer sólo para sí, progresa, se libera, se emancipa.

Creemos en la familia de padre y madre. Ella nos muestra que la vida es creación, calor, ternura, él que también es coraje y combate. De ambos aprendemos la imprescindible lección del equilibrio. Para el desarrollo del niño es de suma importancia ambos referentes de calidez y firmeza, de compasión y de fuerza, de receptividad y de iniciativa, de complicidad y de autoridad sabiamente entendida…

Es hora de que el ser humano se rinda ante la infinita sabiduría y amor de la Creación y ceje en su empeño de alterar ese perfecto equilibrio que Dios ha dado a luz. Es hora de un gran ejercicio de humildad, de dejar de cuestionar la maravillosa condición humana y su desarrollo y evolución a través de la familia.

No es de recibo la vinculación entre familia y tradición conservadora. La familia no implica anclaje en valores caducos. La familia es renovación, movimiento, recreación… Queda pues por rehacer la familia, revitalizada por la diaria e incondicional entrega, preocupada por construirse a sí misma, pero también por convertir la humanidad en una gran familia planetaria. Queda por rehacer la familia celosa de su intimidad, de su humor, de su gozo, pero a la vez abierta al mundo, capaz de volcar en él, toda su carga de inagotable solidaridad.

Queda por rehacer la familia fiel a sí misma, pero a la vez, fiel a un mundo cambiante y necesitado; rehacer la familia libre, no sujeta a catecismos, doctrinarios, ni a protocolos desfasados, pero a la vez consciente de su mayúscula responsabilidad en el tejido de unas relaciones sociales respetuosas, sanas y responsables. Queda por rehacer la familia nacida de mujer y hombre, primera y excelsa institución donde el niño tomará trascendental noción del sentido de la fraternidad humana.

 
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