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Cartas desde Chíos (y 6). Reflexiones a bordo

Sábado al mediodía, momento de la partida. Un gran estruendo se impone en toda la ciudad. En la bocanada del puerto aparece majestuoso, imponente el Helenic Seeways. El resto de la embarcaciones se achantan a su paso orgulloso. Es el vínculo de la isla con el mundo externo. Tan pronto alcanza el malecón abre su gigantesca panza y traga cuanto lo merodea, pasajeros con grandes maletas, motos, coches, furgonetas, pero también grandes camiones en toda regla que correrán raudos por las carreteras.

Nosotros también vamos con todos ellos. Se acaba nuestra estancia de una larga semana en la isla. Volvemos para casa. Los barcos navegan despacio y nos permiten recapitular lo vivido al ritmo de las olas. Barco, avión y autobús prolongarán el retorno de forma que nos vayamos poco a poco adaptando a la cotidianidad. Sobre todo necesitamos tiempo de agradecer. Volvemos con salud, con paz y habiendo intentando contribuir un poquito a aligerar el dolor de todas estas gentes castigadas por la historia. Volvemos un poco más sabedores de la condición humana, un poco más conscientes del sufrimiento del mundo y de la necesidad de aliviarlo. Volvemos con muchos rostros en nuestro interior. Sobre todo con las imágenes de los voluntarios que prodigaron su alegría, su generosidad en medio de todas esas situaciones difíciles. Los voluntarios de la ONG de Zarautz SMH (Salvamento marítimo humanitario), permanentemente colgados del teléfono y dispuestos siempre a salir al primer aviso. Los compañeros y compañeras de “Drop in the ocean” y el compromiso de sus desayunos diarios para todos los refugiados de buena mañana. Cómo no nombrar el equipo de Toula y sus gente fantástica de CERST (Chíos Eastern Shore Response Team). Cómo olvidar ese derroche de alegría y amor en los círculos infantiles…. Por supuesto mencionar también la más que popular “Bask kitchen” de “Zaporeak” en la que hemos tenido el gusto y honor de trabajar a las mañanas. Labor dura, constante, eficaz y comprometida el de esta ONG donostiarra, de cuyos locales salen diariamente más de 1.300 raciones para saciar el hambre de todas esas gentes refugiadas.

Nombrar también cómo no, la cocina coreana. La cocina vasca da de comer, la coreana de cenar. Apenas alguna palabra cruzamos con los coreanos. Absolutamente centrados en el trabajo, no se prodigaban después en charlas o entretenimientos. Me gustó especialmente su orientación vegana, su agradecimiento con cantos antes de comenzar la repartición. Me llegó su criterio ecológico que les hacía utilizar únicamente envases reciclables… Me encantó, sobre todo, como ya comenté en una anterior crónica, ver a todas esas gentes de las diferentes ONGs reunidas compartiendo ocio, comidas y estrategias en las buscaban cada día ser más eficaces.

Volvemos por supuesto con el recuerdo de los refugiados en nuestro interior, sobre todo de quienes no perdieron su dignidad a empujones por una tarrina de arroz. Sí me consta que estos pueda parecer duro. En realidad todo perdemos nuestra dignidad como almas desde el momento en el que dejamos que nuestra naturaleza inferior, la que se preocupa por ejemplo sólo de saciar el hambre, tome el gobierno de nosotros. Nos quedamos especialmente con el recuerdo de los refugiados que aguardaron pacientemente su turno, que al llegar al mostrador esbozaron su agradecimiento. Queremos recoger su dolor, borrar su pasado, detener las bombas en el cielo de su memoria. Que todo el sufrimiento padecido traiga su debida recompensa de luz y de amor.

Por último también el recuerdo para los de los gritos y los empujones, las peleas y las repeticiones varias, mientras que otros no habían aún probado bocado. Nuestro recuerdo también para ellos, porque en una misma situación, en una misma huida del horror de la guerra y sus privaciones nosotros no sabemos cómo habríamos actuado. Nuestro recuerdo también para ellos, porque olvidaron, olvidamos que el cuidado del alma, antecede al del cuerpo. Las situaciones límite son exclusivas oportunidades de liberación, de exploración de una nueva conciencia, pero los empujones invalidan la oportunidad. Nos retrotraen a la caverna que es precisamente lo que hemos de abandonar; la caverna en la que cada quien sólo piensa en su propio bienestar, en la que prima la ley del más fuerte. Brille ese Sol de nueva vida en toda su plenitud fuera de la caverna. Nos llene de clara luz y de anhelo de vida en fraternidad. El paraíso está en nuestras manos, incluso en medio de esa precariedad inmensa, incluso bajo el techo de plástico con la etiqueta del ACNUR, incluso en tierra lejana a vera de unas murallas de otras guerras.

Mañana por supuesto ninguna bomba en ninguna geografía de la tierra; mañana tampoco gritos de “¡One line, one line!” porque la línea dificultosa, tumultuosa, accidentada…, será un día transformada en círculo de hermandad en el que compartiremos ya la abundancia, ya la escasez como hermanos.

 
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