El adiós ya no es necesariamente un coto más de la Iglesia. Es hora de desprenderse de posesiones fÃsicas, también de territorios menos tangibles. Se imponÃa trasladar el acto a espacios más de todos y todas, menos significados, en la medida de lo posible también más circulares, menos controlados. El parque, la cima de la montaña, el tanatorio, la sala del cementerio…, se ofrecieron para ese imprescindible salto al “vacÃoâ€. TenÃamos una larga historia religiosa monocolor, tuvimos como reacción un tiempo más laico. Ahora comenzamos a disfrutar una era más consciente y sagrada, al tiempo que universal e integradora. En medio de todo ello tenÃamos que descubrir cómo nos acercábamos al vehÃculo deshabitado, a la urna corporal vacÃa e inanimada, qué hacÃamos con nuestros seres queridos que fÃsicamente nos abandonan. Nuestra forma de permanecer ante el ataúd, nuestra manera de entender y gestionar la llamada muerte marcará en importante medida nuestro futuro colectivo. Nuestras despedidas dicen todo de nuestra forma de estar en el mundo. La ceremonia ha estado hasta el presente gobernado por el credo único. Tras el control es natural la desbandada; tras el sacerdocio monocolor es normal el relevo, la palabra abierta, el atril sin dueño. Toca acercarnos recogidos, respetuosos, cargados de confianza y aurora al micrófono a ras de tierra, que no al púlpito en las alturas dominadoras. No importa el balbuceo inicial, quizás cobre más importancia el afirmar un futuro sin dirigentes, ni dirigidos en todos los ámbitos de la vida, por supuesto también en lo que compete a la trascendencia. Cuando los valores humanos, cuando los principios superiores han acompañado nuestros dÃas es natural que también presidan el adiós. Cuando la belleza, el arte y la armonÃa han estado presentes en nuestras vidas, querremos que lo estén también en su omega fÃsico. Éste es un fenómeno novedoso que está aconteciendo en nuestros dÃas. El templo católico ya no es el único lugar para la ceremonia de despedida de nuestros seres amados. El cuestionamiento del funeral clásico es un signo cargado de futuro, en la medida en que democratiza la ceremonia, en la medida en que concita a ciudadanÃa de todo signo. La proliferación de la despedida civil es un hecho esperanzador en la medida en que devuelve al humano un poder durante milenios delegado. La despedida civil puede restar luto al acto, puede reunir otros cantos, otras reflexiones, otras formas de estar en el mundo y salir de él. No mi adiós, ni tu adiós, no ya el del credo imperante o el de la falta de él, sino un adiós en que unos y otros nos encontremos, en el que podamos desplegar todos nuestros variados pañuelos al Viento, concitar nuestras eventuales lágrimas, nuestras fes, sobre todo nuestras esperanzas, cobren éstas el color que sean. |
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