Las más importantes lecciones tan a menudo nos pasan desapercibidas. La vida nunca nos avisa de sus enseñanzas. Nos pilla siempre fuera, “wasapeandoâ€. DirÃa que nos las acerca cuando más despistados andamos. La vida siempre nos invita a estar más y más presentes, como única forma de no dejar pasar sin atrapar nuestras lecciones imprescindibles. Él se habÃa marchado y nosotros sin embargo todavÃa actuábamos como si estuviera presente. Le llamábamos a sabiendas de que ya no estaba allÃ, de que no nos podÃa responder, de que el verdadero ser ya aleteaba. “Llamadme por mis verdaderos nombres, os lo ruego para poder despertar y que la puerta de mi corazón pueda quedar abierta, la puerta de la compasión.†“Llamadme por mis verdaderos nombresâ€, nos invita nuestro Maestro Thay, pero nosotros llamábamos precisamente a la puerta donde nuestro padre ya no estaba. No le buscamos ni en la rana, ni en la mariposa, “ni en el brote de primavera en una ramaâ€, ni en el “ pajarillo de alas aún frágiles, que aprende a cantar en su nuevo nidoâ€. Nosotros le seguÃamos llamando a su cuerpo ya antiguo, ya gastado, lleno de heridas. Preguntábamos por él seguramente en el único lugar donde él ya no se encontraba. Aún estamos aprendiendo sus verdaderos nombres, aún abriendo la puerta de la compasión. Quizás para eso nos sirven las pretendidas muertes que pasan cercanas, para hacernos más compasivos, vulnerables, en definitiva más humanos. Observar de cerca la caducidad de las formas, nos hace adherirnos con más fuerza a lo esencial y a los valores que lo acompañan. Ningún olvido es gratuito. Todo olvido tiene su profunda razón de ser, aunque ésta se nos escape. No hay nada casual, nada acontece sin su razón profunda por mucho que aún no la podamos desentrañar. Olvidamos al venir y comenzamos a olvidar al partir. Dicen que olvidamos al venir, porque quizás se nos puede hacer muy pesada la carga de responsabilidades (deuda kármica) que traemos al encarnar en la materia, porque de hacernos conscientes de todas nuestros pagos aún pendientes, quizás no quisiéramos afrontar la existencia y sus dificultades inherentes. OlvidarÃamos igualmente porque es necesario ponernos a prueba y confiar en aquello que nuestros ojos no pueden ver, ni nuestras manos tocar, pues en algún gimnasio era preciso fortalecer nuestra fe en lo invisible e intangible. A veces, ya avanzados en edad, reunimos todos nuestros olvidos y los apilamos antes de volar. Los sumamos aún a riesgo de manifestarnos ya fuera de lugar. Es cuando sobreviene la llamada enfermedad del alzheimer. Llamamos enfermedad a todo lo que se nos escapa, también a las eventuales bendiciones. Quizás ese olvido fuera un exilio premeditado, un “vuelva Vd. mañana†consciente, un comenzar a bajar las persianas sumamente diplomático. Quizás fuera la forma más amable de colgar el “don’t disturbâ€. Quizás debÃamos agotar los olvidos y el recogimiento, antes de hallar el hilo de Ariadna de vuelta de nuevo al Hogar. El alzheimer también lo podemos entender como un marchar cada dÃa un poco, de forma que el adiós no se atragante. Puede ser un partir paulatino, un regalo del Cielo para sortear la despedida repentina. Nos permite en definitiva prolongar el adiós para con el ser querido. ¿Y si en vez de una enfermedad, el alzheimer era un favor, una gracia otorgada a la familia? ¿Será que le querÃamos tanto, que él bandido de él quiso marcharse tan a escondidas, tan en silencio, tan despacio? Vivimos el tiempo en que a tantas cosas podemos empezar a darles toda la vuelta... |
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