La sola ciencia no se basta ante la actual amenaza. Es preciso una artillerÃa moral en manos de un humano más consciente y seguro de sÃ. Primero "desinfectar" nuestras entrañas antes de rociar el planeta vestidos de astronautas. La nueva cepa del coronavirus, procedente de Wuhan está preocupando a medio mundo ante la posibilidad de que se propague descontroladamente. La humanidad está perdida en los temblorosos brazos del miedo irracional. Bajo su control no somos nada, bajo su gobierno podemos llegar a olvidar nuestros valores de solidaridad y acogida. Contra la pandemia del miedo no bastan los millones de mascarillas, los trajes de cosmonautas de usar y tirar, la ingente cantidad de guantes de latex que cada dÃa enfundamos. Contra el terror instalado en el humano sin valores superiores a los que asirse, sin destino trascendente en el que proyectarse, quizás sea necesario probar otra suerte de vacuna. No se ha conocido ningún caso mortal por infección del coronavirus fuera de China. El riesgo aquà se considera muy bajo por lo que la ponderación debe imponerse. Tomadas las medidas razonables, quizás convenga probar de una confianza que ha de emanar de nuestro propio interior. Recurrimos a todo tipo de servicios y recursos con el deseo de imprimir seguridad a nuestros dÃas, pero ninguno de ellos nos la puede proporcionar por entero. Implementadas todas las medidas pertinentes, quizás convenga probar de una confianza que emane de dentro. Nada debiera impedirnos frecuentar aglomeraciones, tomar aviones, caminar tranquilos plazas y avenidas incluso del lejano mundo. No estamos hablando de una fe ciega, sino de moderación y cabalidad antes que la alarma exagerada, antes que draconianos encierros y cuarentenas. Desde el momento que nos implicamos en la corriente de serena conciencia y solidaridad, la vida nos devuelve. No hay seguro, que se pueda comparar al de enfilar nuestra existencia en la vÃa del altruismo. Nuestra salud no se va a garantizar necesariamente alejándonos de nuestros hermanos chinos, que creemos pueden portar el terrorÃfico virus. El coste de esa aparente seguridad es demasiado alto para no seguir acogiéndolos, para no seguir uniendo su destino y el nuestro. Siempre hay algo que nos inquieta y una civilización individualista y materialista que va privando al humano de su humanidad y a la vida de su magia y trascendencia, no propicia la respuesta adecuada a los azotes que llaman a nuestras puertas. Para cuando llegó el coronavirus ya estábamos cargados de miedos. La nueva enfermedad vino a colmar esos temores. ¿Era el bichito el problema o lo eran nuestros terrores siempre dispuestos a prodigarse y multiplicarse? Nuestras bocas se desnuden de mascarillas a miles kilómetros del peligro. Nuestras manos se posen tranquilas en toda frente ardiente. El miedo es la consecuencia primera del alejamiento del humano de su mente de paz y conciencia solidaria. La superación del miedo descontrolado es señal de identidad del humano venidero. Trascender el temor a la enfermedad y el horror a la llamada muerte nos prepare para un tiempo definitivamente nuevo. Koldo Aldai Agirretxe |
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