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El ocaso de la ideología

Antes que de derechas o de izquierdas somos humanos, a secas, sin necesidad de apellidos. Nuestra humanidad nos hermana por encima de cualquier otra consideración, por supuesto política. Esta condición humana entraña derechos y deberes que anteceden también a los de cualquier otro signo. Erramos cuando reducimos la esencia del humano a las siglas de su opción ideológica. Esta condición ideológica es pasajera, la humana no.

Las ideologías fueron en su día necesarias para posibilitar los avances sociales en tiempos de serios quebrantos de derechos, pero hoy se han vuelto lastre en el progreso de la humanidad. El comunidad ideológica va cediendo a favor de una comunidad más universal e integradora. Las fuerzas de progreso verdadero, la sociedad civil consciente e inquieta, se va conglomerando, ayudada por las nuevas tecnologías de la comunicación, en torno a valores transversales. El mañana reclama nuevas mayorías en torno a principios comunes, no vigencia de ideologías que parten las sociedades y que tan a menudo olvidan al humano.

Va ya caducando el viejo y anacrónico esquema de derechas y de izquierdas, ahora tratamos de sumar mayorías inclusivas, multicolores en pos de valores que aúnan, no de colores políticos que fragmentan y confrontan. Siempre estaremos en marcha en pos de sistemas más justos y solidarios, inspirados por el bien común, debiendo abandonar en ese progreso ideologías vinculadas a circunstancias e intereses temporales. No nos seduce la derecha. No estamos por atrincherarnos en un pasado que no fue mejor. No apostamos por conservar lo superado, lo anacrónico, por la defensa de sistemas desequilibrados, depredadores o injustos aún imperantes en muchas partes del mundo. Antes que los derechos de las minorías privilegiadas, los de las mayorías necesitadas.

Tampoco nos hallamos al otro extremo del tablero. Antes que llamados a ser revolucionarios, lo somos a ser coherentes. Antes que materalismo histórico, moral evidente. Antes que la pugna por nuevas conquistas sociales, la lucha por la libertad y los derechos humanos, la firmeza ante quien quiera que los secuestre. Antes que cualquier empeño de emancipación humana, está el respeto elemental a ese humano. La comunidad ideológica obvió, cuando no fulminó en demasiadas ocasiones, la ética universal. El no tocar a los míos, aunque cometan barbaridades, ha sido letal para la izquierda.

Hay silencios que matan por largos, por profundos, sobre todo por incomprensibles. Hay silencios tribales difíciles de entender. Se guardan cuando el atropello se comete en las propias filas. La solidaridad con quienes padecen persecución por causa de libre expresión, independientemente del color del discurso, es el “abc” de toda política progresista. Demasiado a menudo la izquierda radical ha callado y sigue callando, cuando el atropello es precedido de banderas rojas.

Lacerante ejemplo de todo ello es la postura del espectro radical español ante lo que ocurre al otro lado del Atlántico. La izquierda que no levanta la voz ante la diaria, bárbara y flagrante conculcación de las libertades y los derechos humanos en Venezuela es una izquierda sin coherencia y sin futuro. La "gauche divine" comenzó a morir, “vermouth” en mano en su mesa de cafetería, a golpe de sonrojantes silencios; silencios cuando Stalin, cuando Mao, cuando Fidel, Maduro..., y ya no hay quien la resucite.

En estos días especialmente críticos al tiempo que esperanzadores en Venezuela, no conviene obviar el reclamo de solidaridad, por parte de la ciudadanía movilizada en pos de las libertades. Este reclamo necesita especialmente del apoyo de todas aquellas gentes, que por su color político y sensibilidad para con los pobres, pudieron en el pasado inclinarse en favor del régimen bolivariano. Ahora es el momento de que quienes otrora simpatizaran con el chavismo den un paso adelante en responsabilidad y coherencia y clamen ellos también, "¡ya basta!".

La multiculturalidad, la solidaridad, el mutuo respeto, la tolerancia, la libertad en su más exigente expresión, el respeto exquisito a los derechos humanos, los derechos de la Tierra, los derechos de las nuevas generaciones…, son las banderas policolores que se levantan por las alamedas esperanzadas de un futuro que ya nos ha alcanzado.

 
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