Otra cosa fue al terminar la alquimia culinaria. En medio del fragor de los pucheros, olvidé que ella no se sentarÃa a la mesa. Por dos veces le lancé una invitación imposible. En sus tÃmidas, confusas y esquivas palabras de negativa pude vislumbrar una distancia difÃcilmente superable, pude observar el abismo que aún en la sociedad dominicana separa a los “amos†y al personal de servicio. En aquel momento se me vino el paÃs abajo, se pinchó en un segundo el globo del lujo de que habÃamos disfrutado todos esos dÃas. Se me acabó la “licencia†de mirar para otro lado para no ver lo que habÃa detrás de tanto confort. Entre nosotros quienes cocinan juntos, juntos se sientan en el comedor. Tras compartir las recetas de sabrosos platos y salsas, lo propio es disfrutar juntos/as de ellos. Dejo la República Dominicana cargado de lecciones por todo lo aprendido y vivido, admirado por toda la belleza que nos ha acompañado en cada uno de los instantes. Parto también con una profunda sensación de rebeldÃa. Vuelvo de esa isla maravillosa con grandes dosis de contenida, moderada, pero firme e insobornable rebeldÃa. He debido escuchar toda clase de vanos argumentos para justificar lo injustificable, para de alguna sutil forma cuestionar que todos somos hijos de Dios, con los mismos derechos… En mi pueblo quienes se reúnen ante los fogones, comen, beben y rÃen juntos después ante los platos. ¿Cómo se “come†eso de cocinar para después no degustar, no disfrutar juntos a la mesa? RebeldÃa ante los inmensos vergeles impolutos sostenidos por ejércitos de siervos. RebeldÃa ante esa suerte de colonialismo disfrazado, ante esa riqueza que raya la obscenidad en una Ãnsula donde aún campa el hambre. RebeldÃa porque ya no es el tiempo de los siervos, porque todos somos dueños y señores, porque todos/as merecemos la misma consideración, la misma dignidad. Hace tiempo que no sentÃa crecer dentro de mà una rebeldÃa que se pretende sana. Jugué el roll del privilegiado, pero todas las dádivas recibidas no me acercan un ápice a los principios y argumentos que esgrime la élite. RebeldÃa ante el privilegio sostenido por tantos y tantos sudores de frentes negras o mulatas. RebeldÃa ante la aceptación tanto por parte de los de arriba, como de los de debajo de tan injusta y servil concepción de las relaciones. RebeldÃa ante los millones de carteles que campan por la geografÃa de la isla con el cartel electoral de “Llegó papáâ€, como si los pueblos aún siguieran necesitando de tan caduco paternalismo. RebeldÃa ante la señora que hacÃa levantarse y venir desde el pueblo a la “asistenta†bien temprano con la única finalidad de prepararle su café matutino. RebeldÃa ante el inmenso caudal de agua que utilizan los campos de golf de las urbanizaciones ricas, cuando las poblaciones anexas sufren restricciones… RebeldÃa ante la guardia ininterrumpida de hombres que protegen durante todo el año mansiones que sólo usarán durante unos escasos dÃas. RebeldÃa ante el poder que esgrimen a la vista de los desheredados quienes blanden con orgullo el plástico endiosado de la Visa o el Master Card. RebeldÃa ante nuestra propia altanerÃa y falta de consideración cuando hemos atravesado a toda velocidad en flamante 4x4 cientos de pequeñas y humildes poblaciones, sin siquiera aminorar la velocidad, sin decelerar la marcha impetuosa ante el peligro de que cualquier niño saltara a la carretera de forma repentina. RebeldÃa porque el sigo XXI no puede seguir contemplando siervos en la tierra, porque servilismo es la antÃtesis de servicio. No llevo la cuenta de todas las rebeldÃas que me han ido asaltando por todos esos caminos acalorados, pero a fe que cada una de las aquà mentadas las he vivido. Creo que hay un punto donde se pueden encontrar el agradecimiento con la firmeza de principios. Una vida agradable y acomodada no puede ser a costa de tantos sudores y afanes ajenos, por bien remunerados que se hallen. Creo que en algún lugar se reconcilian el reconocimiento por la generosa acogida que hemos recibido y a la vez la consideración de que esa generosidad está llamada a ser un impulso abierto, sin restricción alguna. Hemos aprendido mucho en este largo paseo por los cotos más exquisitos de la isla, donde moran las grandes fortunas de todo el entorno. A la vuelta de esos caros palmerales de ensueño, nos asalta el pequeño orgullo de pertenecer a una sociedad de hombres y mujeres libres, humanos, en principio, iguales en sus derechos. Podemos ser inundados por tan singular belleza sin contrapartida de vasallaje. Podemos disfrutar de tan inmenso jardÃn sin que ninguna espina arañe nuestra conciencia. Volveremos a esas cocinas, a esos laboratorios de manjares, aprenderemos los secretos de las cantidades, los tiempos y las especias… y cuando los platos ya listos en su presentación esmerada, caminaremos todos al comedor. Nadie se quedará en un rincón de la cocina aguardando la vuelta de los platos sucios. Vuelvo rebelde de la República Dominicana. Me resisto a aceptar los argumentos de quienes desean seguir agitando diariamente la campanilla para que les retiren los platos sucios. ¿Es que podemos concebir puertas de entrada y de salida diferentes en el jardÃn planetario que más pronto que tarde heredaremos? No, ya por fin todos dueños y señores sobre esta tierra bendita. La humanidad fraterna para la que, colmados de sólida fe y sostenida ilusión, trabajamos, no puede estar de ninguna forma dividida entre siervos y privilegiados. Las primeras lÃneas de estas crónicas eran de sorpresa ante un lujo desconcertante y desacostumbrado, éstas son de abierta rebeldÃa al constatar, después de diecisiete dÃas, el coste humano elevado de ese privilegio. Ya nadie en el siglo XXI agachando la mirada, nadie más “don†o “doña†que nadie… Mañana todos cocinando, todos sirviendo, todos fregando y riendo en pura hermandad sobre este ancho solar sagrado… |
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