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Final de qué tiempos...

No sabemos leer los posos del café, ni los mensajes de las estrellas. No sabemos cuáles son las olas que saltarán por encima de nuestras azoteas, qué huracanes se envalentona ya en medio del océano. Desconocemos qué astro viajero toma rumbo a nuestro planeta, qué gran esfera destructora se encaprichó con nuestro planeta azulado.

Adivinemos cómo podremos rescatar al hermano de color del Mediterráneo, no el diámetro del demoledor Hercólubus; cómo llevar pizarras y dispensarios a todas las aldeas del Sur, no salvavidas a todos nuestros temores del Norte… Sí, parece que va acercándose la tan mentada Hora, pero por más mareas que quieran escalar nuestras ciudades, los verdaderos tiempos nunca se acaban. La Hora se llama graduación y ya lo dijo el monje de Hipona en el oscuro medievo, sólo, sólo de una cosa seremos medidos… Si a algo nos ha de invitar la Hora, es a intentar llenar nuestro corazón de más amor.

Nuestros augurios, nuestras especulaciones de cerveza y terraza, no moverán un ápice la Gran Manecilla, no adelantarán, ni retrasarán la Gran Hora, pero sí nos harán perder un tiempo precioso para diplomarnos en el indispensable servicio al trozo de humanidad asignado.

Somos los hijos de la Aurora. Los mejores rayos llegan tras la noche, nos alcanzarán tras la Hora. Respetar los augurios no es dar el "play" al peliculón de más rombos y miedo. Al igual que los tiempos, la vida tampoco se acaba jamás. No nos alcanza para Malaquías, ni Nostradamus. Leemos los periódicos, no escrutamos profecías. Sólo atendemos recomendaciones que nos muestran cómo abrazar con más fuerza, ternura y compasión a nuestro hermano necesitado…

Al fin y al cabo sólo es el final de los tiempos que malgastamos para nosotros/as mismos/as, sólo es el arranque de los tiempos dorados del Corazón por fin unificado.

 
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