En Varsovia suenan las últimas cornetas. Son las últimas reservas ultracatólicas que llaman a la batalla. Llega ya la hora de alumbrar algún Dios que no se arroje sobre otros. Llega la hora de cobijarnos bajo un Cielo que no deje a nadie fuera. Más allá de dogmas y doctrinas que nos separan, es ya el momento de refugiarnos en valores que compartirnos. Ahora ya toca dar vida a un Dios integrador que lo último que desee sea bendecir supremacÃas, sea ser coreado en las calles, menos aún para ser enfrentado contra otros dioses, contra otras humanidades. Hay que respetar lo mucho que aún permanece de la Europa católica, hay que honrar el fervor de nuestros padres, los pasos piadosos que avanzan cada domingo a la Iglesia del pueblo o del barrio. Hay que valorar una tradición católica que ha sorteado los tiempos y que sigue llenando el alma fundamentalmente de nuestros mayores. Sin embargo una Europa uniformemente católica serÃa un fracaso, lo mismo que lo serÃa una Europa musulmana o una budista… Ya no necesitamos apellidos que nos alejen de otras humanidades. Siempre agradecidos con quienes nos precedieron. Europa acierta al reconocer su pasado católico, su legado, la forma como hasta el presente ha estado vinculada al más allá. Acierta al honrar los altares donde se postraron nuestras generaciones anteriores, al mantener vivas las festividades tradicionales. Europa acierta al balbucear sus oraciones, al llenar su alma con sus rituales, con sus antiguas fórmulas y cantos religiosos. Sin embargo una Europa acorazada en un pasado religioso, en un catolicismo rancio, darÃa la espalda a su cometido actual de auspiciar por encima de todo integración y universalidad En la hora en que se derrumban las fronteras en muchos órdenes, toca crear espacios compartidos en el ámbito de la fe. En la órbita espiritual fomentar igualmente lugares donde los diferentes nos podamos encontrar. Si fuera se derrumban las separaciones, ¿qué sentido tendrÃa mantenerlas por dentro? El principio superior de unidad en la diversidad está llamado a asentarse tanto en las geografÃas exteriores, como en las interiores. Somos testigos en nuestros dÃas del despertar de una espiritualidad transreligiosa, ancha abarcante. Esta espiritualidad inclusiva que acerca y no divide, que nos ayuda a reconocernos como hermanos, hijos de un mismo Misterio sin nombre, está ganando corazones. Esta espiritualidad sin centro, ni jerarquÃa, ni membresÃa nos invita a nutrirnos y fecundarnos en lo interno, a dialogar e interactuar los diferentes en la formas, conscientes de nuestra identificación en la esencia. Sobre un espacio europeo laico, neutro emerge lenta y silenciosamente una espiritualidad cada vez más universal. No precisamente en la cruz que se pasea distante y triunfante, sino en esa espiritualidad sin etiqueta, con inmensa capacidad de acogida, gravita nuestra esperanza. Artaza 12 de Noviembre de 2017 |
|
|
|