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LIZASO EN EL CORAZÓN

Qué rápido se nos ha clavado en el pasado. Ayer a plena respiración sobre la gran moqueta, en intenso “maratón terapeútico†y hoy ya somos crónica. Aún desconozco si con derecho a mucha réplica. De repente somos película, motivo de análisis, curiosa anécdota de nuestro pasado Festival…

Cuando evocamos “memoria históricaâ€, visualizamos una tierra agujereada por fosas crueles, o unos edificios grises homologados y sellados con el yugo y las flechas, o unos monumentos que tienen que afrontar la disyuntiva de reconversión o dinamita. Inevitablemente volamos a nuestra guerra fraticida, con el convencimiento de que la memoria histórica pone su punto final ahora justo hace medio siglo. Sin embargo, “Aro berria†y su historia en la verde y cercana Ulzama arranca justo entonces.

A nuestra edad sesentona ya somos memoria histórica y nos toca pujar un poco por su fidelidad. Quizás esto no debiera ir de quién encuentra primero una cámara y financiación y clama la verdad sobre aquellos jóvenes tan rompedores como desnortados. ¿En realidad, quién en aquel momento, recién salidos de una larga dictadura, tenía claro su norte? ¿Quién en los ochenta no se quería tragar el mundo con tantas dosis de inocencia como de despiste?

Lizaso y la comunidad del “Arco Iris†es ya memoria histórica y por lo tanto aún tan cerquita memoria ya disputada. La señal de salida la ha dado Irati Gorostidi con su peli, documental, exposición y multitud de entrevistas. Hay que agradecer a la joven cineasta el haber puesto el foco sobre un fenómeno muy desconocido para las nuevas generaciones, por más que sea difícil visualizar lo que no vio y vivió. La documentación acumulada debió haber dado para un grano angular más ancho y no ceñido a la catarsis, los ejercicios de hiperventilación y el tantrismo.

Gorostidi tiene la virtud de tocarnos, porque habla de nuestra historia, seguramente de nuestra historia más íntima y por eso apuntamos a ese esfuerzo de rigor añadido. La directora donostiarra aborda nuestras vidas y se lo agradecemos, pero nuestros días no han dado para tanto sensacionalismo. Encara nuestro tránsito del gris al naranja, del puño cerrado al corazón abierto, de la lucha contra el sistema al combate más duro contra nuestro ego, del horizonte de derrota al de plena y henchida esperanza…, por eso hubiéramos deseado una mirada menos reduccionista, menos sexuada. Por eso cuando entramos en el túnel visual de su exposición en la Tabacalera, tenemos que salir rápido abrumados por el desconcierto y el ruido. Nuestra aspiración no se limitaba a una sala atestada de jóvenes medio desnudos, a un ejercicio tan aburrido como peligroso de respiración acelerada.

Es preciso hacernos cargo de las circunstancias en las que medra el fenómeno de Lizaso. No podemos ignorar el desmedido anhelo de búsqueda ya personal, ya colectivo, tras larga historia de represión y reciente de frustración. El también donostiarra Emilio Fiel, Miyo, intentó dar respuestas a ese afán de búsqueda desde los conocimientos y praxis que iba adquiriendo tras su “master de gurú†acelerado en India. Lo hizo lo mejor que pudo, pero siempre con una premisa de entera libertad que desmonta cualquier acusación de secta.

Conozco a Miyo desde el año 1991 y conocí Lizaso, por más que no participé de la comunidad. Cuento con innumerables amigos que sí lo hicieron. De hecho, la mayoría de mis amistades nacen en ese entorno. La amatxo de Irati, Mirari Agirretxe, trabajó en Contadores y después participó en la comunidad, pero el extracto obrero de quienes participaban en Lizaso era muy, muy minoritario. La clase obrera donostiarra, ni siquiera su vanguardia más combativa, buscó un “OM†para sus labios. No se sentaba en “lotoâ€, ni se vestía de “butanitoâ€. Ojalá hubieran soñado con alguna suerte de “nirvana†y no con los “sovietsâ€, o asambleas en aquellos momentos tan combativos y de fuerte cariz autogestionario.

“Arco Iris 82†no era una cuadrilla de jóvenes ociosos y medio desnudos. Lizaso era mucho más que sexo libre. Era artesanía, agricultura, medicina natural, meditación, imprenta, crecimiento interior… Era ensayo de vida comunitaria, sobre todo era un deseo desbordado de intentar rehacer la sociedad de otra manera, más libre justa, creativa, más tocada de trascendencia y búsqueda espiritual. Lizaso y las comunidades que surgieron de allí a partir del Consejo Tribal, reunió a mucho de la juventud española inquieta del momento. Fueron tiempos de apuestas fuertes que no prosperaron, pero que dejaron en todos nosotros la huella de un noble intento.

Hará falta un “Aro berria†que complemente la primera parte. Una nueva entrega en la que se refiera a la semilla que se sembró, no sólo el desmadre que muy puntualmente se pudo gastar. Habrá que hacer un esfuerzo adicional por encontrarnos más cerca del fiel de la verdad, allí donde infinidad de jóvenes, aún con nuestros errores, creímos con toda nuestra alma que otro mundo, otro cielo eran posibles e intentamos demostrarlo.

Artaza 25 de noviembre de 2025

 
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