La muerte no nos iguala a todos. Cada uno lleva su cartera única e intransferible, sus acciones que no cotizan en ninguna bolsa de este mundo, sus bonos conquistados en gestos y acciones en favor del otro. Vivimos obviando la futilidad de la materia, como si los bienes de este signo que reunimos lo fueran para la eternidad. Raramente nos detenemos a observar la fecha de caducidad de lo que acumulamos. En nuestro interior, el eco de esa eternidad no ha acallado aún el tintineo del dinero. Voceamos "estar de paso", pero en realidad echamos en falta unas manos más grandes capaces de acaparar más. Sean otros, poetas y chiflados quienes achiquen la mochila y marchen ligeros de riquezas y equipaje... Seguramente desde la otra orilla de la realidad, los banqueros que fueron nos invitan a amasar otra suerte de fortuna que no se referencia ni con el "Ibex", ni con el "Nasdaq", sino con nuestro nivel de verdadero amor. Nos sugieren invertir en un "parquet" en el que sólo cotiza el genuino altruismo, en unas "preferentes" cuyos últimos beneficiarios somos nosotros mismos. Todo el dinero no servirÃa para reparar el órgano averiado. Calla también una soleada mañana de Septiembre el corazón del más acaudalado. Torne el recelo con respecto a los ricos, reflexión sobre nuestra relación con los bienes y riquezas. ¿En qué pensamos al imaginarnos con dinero? ¿No criticaremos una ambición, cuyas raÃces igualmente proliferan por dentro? ¿Qué serÃa de esa abundancia en nuestras manos, de esa fortuna con nuestro nombre estampado? Dicen que los roles y los "Rolex", van turnando, que el vasallo un dÃa también noble. ¿En vez de criticar tanto al otro "afortunado", por qué no prepararnos, por qué no ensayarnos cada dÃa un poco más en el dar y servir, para cuando llegue nuestro turno más privilegiado? Todos podemos ser aquà y ahora banqueros, erigirnos en entidad que se prolifera en caricia, ternura, generosidad, compasión… Todos podemos ser un poco BotÃn a nuestra manera, acumulando las riquezas que jamás, jamás marchitan. |
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