Volvemos del fin del mundo. ¡Ojalá también del final de nosotros mismos! Cegados de belleza, volvemos sobre nuestros pasos. No llamamos a la puerta del más allá. Tiritando de gozo, sobre las rocas empapadas, no llegamos a la nota, no acertamos con el canto. Nos conformamos con esos atardeceres en nuestras retinas, con ese Sol de Luz, Amor y Vida, allà tan soberbio, tan soberano. Apenas desprende humo el pasado. No crepitan los errores antiguos. En medio de aquella inmensidad, la sombra no hace ruido cuando arde por dentro. No quemamos botas raÃdas, camisetas sudadas, ni calcetines olorosos, pero sà lastre hediondo de algunos caminos. |