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Nueva síntesis espiritual para la nueva Europa

Cuando nos abrimos a una libre circulación de sentimientos y pensamientos espirituales, cuando permitimos entrar al otro en nuestro fuero interno, con sus formas, su legado, cuando nos atrevemos incluso a incorporar aquello de enriquecedor que me acerca otra tradición, otro credo, es cuando sentamos las bases de un nuevo y más fraterno mundo.

En medio de su progreso económico y avance político, a la par de su vertebración y consolidación como un bloque amplio y unido, Europa siente la necesidad de definirse a sí misma. A pesar del último revés de la cumbre de Bruselas, el viejo continente atiende al apremio de hallar su identidad, rasgos religiosos incluidos, para plasmarla en su Carta Magna ya en avanzada, aunque dificultosa, gestación. En estos días también, países como Francia viven su gran revuelo interno, al no acertar a encajar una cada vez más plural realidad religiosa.

El Estado responde con la prohibición de lo que aún no alcanza a asimilar plenamente: la diversidad de manifestaciones religiosas en los espacios públicos. Por otro lado y en medio de todo este, a veces convulso, proceso identitario y quizás como fenómeno más silente, pero no por ello de menor envergadura, observamos el retorno a un tiempo más proclive a lo sagrado en nuestro continente. El esplendor del materialismo, ya en su versión filosófica, ya en su versión lucrativa, parece que alcanzó su máximo cenit y seguramente asistimos al comienzo de su progresivo desgaste. Tras décadas de extremado materialismo, cada vez más ciudadanos se hallan embarcados en una búsqueda profunda del sentido último de la vida.

Podemos constatar con optimismo como cada vez más hombres y mujeres sienten una llamada a desarrollarse en su dimensión espiritual, a lanzarse a la exploración de lo interno sin hitos, sin guías o sacerdotes que dirijan o simplemente condicionen esa aventura sin igual. He aquí sólo algunas de las razones para subrayar la importancia de una reflexión colectiva sobre nuestras señas de identidad espirituales. El laicismo oficial puede crear un intermedio, un intervalo de neutralidad, mientras el Estado se acostumbra a fomentar espacios armoniosos y fecundos de comunicación interreligiosa. El laicismo que hoy se promulga con fuerza, he ahí el caso francés, puede poner a salvo al Estado de los partidismos religiosos del pasado, sin embargo no parece ser una salida a largo plazo.

La administración del Estado no deberá tomar partido, identificarse con ninguna religión, ni tradición en particular, pero deberá promover una educación en valores, velar para que sus súbditos sean formados en sólidos principios humanos. No conviene que en los planes de cultura y educación se obvie nuestra dimensión espiritual. El Estado no deberá declararse confesional, pero ello no le deberá impedir acercar a sus ciudadanos a la historia y realidad de los grande credos, poner a disposición de las nuevas generaciones las diferentes opciones espirituales. Los chavales crecerán así en la tolerancia y la universalidad. Observarán que los humanos en su conjunto gozan de diferentes formas de apelar a Dios, de relacionarse con lo divino, pero que en el fondo, todos cuantos albergan buena voluntad, persiguen la misma Fuente de todo amor, sabiduría y poder. La alternativa al potencial conflicto entre religiones en espacios públicos no es el desierto religioso, pongamos por caso el tema más candente de las aulas, sino más bien la promoción de un espíritu de encuentro.


Las civilizaciones no pueden ir muy lejos con la sola prohibición de usos y costumbres arraigados. Precisamente el triunfo de la civilización se basa en la conjugación y armonización de lo diferente, incluso de lo contrario. No sirve de nada arrancar velos, ni apear crucifijos de escuelas e institutos a golpe de decreto. Lo grande es que los ciudadanos puedan recrearse en espacios donde todo se conjuga, todo se fecunda, por supuesto también en lo que a los más íntimos sentimientos religiosos se refiere. Más que prohibir la exteriorización de sentimientos religiosos, es preciso fomentar su manifestación amable y acogedora; auspiciar foros, encuentros, eventos, ceremonias… que reflejen una diversidad formal, pero que a la vez subrayen la identificación en el fondo, en valores eternos, como puedan ser los de fraternidad humana y filiación divina. Si se prohíben los velos, habrá más mujeres dispuestas a colocárselo, si se persigue la cruz, se hará de ella un estandarte del conservadurismo, se alentará la nueva cruzada de la Iglesia frente a un beligerante laicismo del Estado. Es ley de reacción universal, que en este caso deberían de observar los políticos franceses.

La confrontación de credos corresponde evidentemente al paradigma del pasado, pero la prohibición de las manifestaciones religiosas tan sólo dilata una solución, que necesariamente encarna diálogo. La nueva Europa está llamada a fomentar un acercamiento tendente a una futura unificación espiritual, enriquecida por la diversidad de formas e identidades. El “Parlamento de las Religiones del Mundo” (www.unescocat.org) a celebrar en Barcelona entre el 7 y el 13 de Julio, es buen ejemplo del tipo de iniciativas a auspiciar.
Se habla mucho del mestizaje cultural, pero menos del religioso, como si lo más íntimo no fuera terreno a compartir, espacio al que permitir el paso al otro. Sin embargo, es precisamente cuando nos abrimos a una libre circulación de sentimientos y pensamientos espirituales, cuando permitimos entrar al otro en nuestro fuero interno, con sus formas, su legado, cuando nos atrevemos incluso a incorporar aquello de enriquecedor que me acerca otra tradición, otro credo, cuando sentamos las bases de un nuevo y más fraterno mundo.

Mestizaje espiritual no significa por lo demás eclecticismo, sino más bien la fortaleza de saber buscar en el credo ajeno, el complemento del propio. Significa la humildad de reconocer que cada quien es incapaz de englobar siquiera una pequeña parte de la realidad divina y que necesito del otro y su acerbo espiritual para proseguir en esa vital exploración.
No renegamos de nuestro pasado cristiano, pero aspiramos a un futuro más universal. La nueva constitución europea, puede ser depositaria de las más innovadoras corrientes de unificación también a nivel espiritual. La herencia no puede condicionar el futuro. Nacimos y crecimos con el crucifijo en el pecho, pero nuestra vocación es reunir en ese mismo pecho colectivo a otros símbolos, a otros credos.

No deseamos ya mirar hacia atrás. No se trata de promover de nuevo un frío laicismo que nos propone lo físico y material como único y triste horizonte, pero tampoco de vincularse a una Iglesia atrancada, involucionista y totalitaria. No se trata de negar nuestra inherente naturaleza trascendental, pero tampoco de encajar a todo un continente la camisa cada vez más estrecha y axfisiante de la ortodoxia católica.
Ya no permitiremos por más esa asfixia de nuestro espíritu libre, ya no más tanto dogma poniendo diques y techo a nuestro vuelo, ya no más la mujer fuera de los altares, ya no más un muy respetable, pero enfermo y desmemoriado anciano marcando el ritmo del avance de nuestras almas, ya no más jóvenes enfermando de SIDA porque sus obispos les prohíben el uso del preservativo, ya no más estructuras piramidales imponiendo doctrinas trasnochadas, ya no más a la satanización de todo lo que no se aviene a sus postulados (movimientos de “nueva era”)…

La vieja Europa cuna de la vieja civilización, está llamada a alumbrar también una nueva y fecunda civilización caracterizada por un auténtico ecumenismo, por una universalización de su sentimiento religioso. Las civilizaciones se asientan sobre fuertes valores espirituales, adaptados a los signos de los tiempos. En nuestra hora esos signos apuntan necesariamente a la síntesis y el mestizaje. El mestizaje devendrá no sólo cultural, sino sobre todo espiritual, basado en la multiplicidad de las formas, pero preservando la unidad en su esencia eterna e inmutable. No queremos pues una Constitución europea marcadamente cristiana. Aspiramos a que los ciudadanos mulsulmanes, budistas, de “nueva era”…, se sientan también a gusto en la nueva Europa.

Amamos nuestro legado que nos permitió llegar hasta donde estamos. Lo aceptamos con todos sus errores. Fuimos los perseguidores y los perseguidos, los inquisidores y las brujos, los cruzados y los sometidos, los conquistadores y los conquistados… Pero ya no queremos más correrías, por más que el Ratzinguer del momento haya clausurado la sala de suplicios y se limite a edictos de condena. No aceptamos nuevos controles religiosos en un tiempo de absoluta libertad y autoempoderamiento. Hemos ya adquirido la madurez suficiente, que nos emancipa de todo tipo de ancestrales tutelas. No renegamos del legado cristiano, sobre todo en lo que se refiere a su magna labor altruista, humanitaria, solidaria; sobre todo en lo que se refiere a su tutela ética y moral a lo largo de siglos, a su freno de la barbarie y el salvajismo en sus múltiples formas; pero consideramos es llegado el momento de dar un fuerte golpe de timón a nuestra historia. La nueva Carta Magna de los europeos, en lo que a este tema se refiere, deberá de ser también magna en su cúpula que albergue a todos los credos de buena voluntad, magna en su vocación universalista …


No queremos una Constitución europea de inspiración cristiana, mientras que esa cristiandad implique sometimiento a los purpurados de Roma, mientras que esa cristiandad no se identifique como la libre y profunda vivencia del amor fraterno que vino a proclamar hace dos mil años Jesús el Cristo. Queremos una Carta Magna europea que se ajuste a un nuevo tiempo emergente de síntesis, en el que no prevalece ninguna verdad en particular, porque ésta la vamos construyendo entre todos, día a día con sumo respeto, tolerancia e ilusión.
Cuando los hombres y mujeres de diferentes credos se encuentren de forma masiva para orar y celebrar juntos, ya ninguna amenaza bélica aparecerá en su horizonte. Se habrán unido en lo más esencial, en su condición de hijos de un mismo Dios, con muy diferentes nombres. Entonces ya nada podrá separarlos y todos los demás vínculos se darán por añadidura.

Koldo
www.portaldorado.com

 
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