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Crónicas de Tierra Santa. 13-20 de Enero


Se agotaron los días en la Ciudad Santa. Tras despedir a las acogedoras hermanas de Notre Dame de Sion, la maleta rueda de nuevo por el difícil adoquinado de Vía Dolorosa. Se acabaron las excursiones sin tregua de día, los teclados sin acentos, ni eñes al atardecer. Los aviones y sus largas esperas permiten ordenar las vivencias, las piedras, las colinas…, permiten saborear el poso interno de todo lo vivido, reflexionar sobre el destino de un pueblo con tanta fuerza e inteligencia, como miedo en sus entrañas.

Llovía a mares cuando dejé Jerusalem, cuando un amable portero me cedió su garito, y sus pipas de girasol y su devoción por el Barcelona…, para esperar el taxi del aeropuerto que no terminaba de llegar; cuando una generosa mujer, que no me conocía de nada, me ofreció un paraguas para poder seguir caminando la lluvia…

En algún momento hemos de peregrinar a nuestra tierra sagrada. Fui tras Sus Pasos, pero Éstos se perdieron en medio del aguacero de la llegada y la partida… La lluvia siempre oportuna disolviendo nostalgias y apegos, como si Sus Pasos fueran ahora nuestros, como si Su Empuje, Su Paz en medio un mundo aún dividido y dolorido, debiéramos ser cada uno de nosotros/as, cada uno de los aún ahogados en su nostalgia…

Tierra Santa fue Su escenario. El nuestro es aquí y ahora, quizás menos bello y sinuoso, quizás con menos paja y barro en su caserío, pero con el mismo y apasionante desafío de aventar las mismas y eternas semillas de amor fraterno.



Invierno dentro y fuera
13 - I- 2012

Viento, frío y lluvia, mucha lluvia por las estrechas calles de Jerusalem antiguo. Sólo grupos de superimpermeabilizados japoneses, disparando a toda piedra con sus máquinas, sólo las parejas de jóvenes soldados con sus grandes fusiles ateridos de frío.

En medio de la ciudad anhelada por profetas y peregrinos, disputadas por las diferentes religiones, un grupo de treinta personas, mayormente franceses, ingleses, alemanes... canta y reza por la paz. Cualquier palabra torna sagrada en medio de esos muros milenarios en pleno barrio musulmán. Enfundadas en sus abrigos, al borde de donde se consagró el mayor sacrificio, se recogen por el cese de la violencia en la ciudad, en toda la región. Me alegro de estar ahí, junto a ellos y ellas. Me alegra poder reportar que en el corazón del conflicto del mundo, de forma discreta, pero a la vez bella y tenaz un grupo de cristianos guarda intramuros el fuego de la fraternidad.

Es el convento de las hermanas de Notre Dame de Sión, junto a la antigua basílica de Ecco Domo, en la propia Vía Dolorosa. He llamado a buena puerta. Calor físico dentro del recinto, pero también calor humano. Más allá del mercadeo imperante en la ciudad tres veces santa, se respira allí algo mas auténtico, cristianamente genuino. Las hermanas brindan una acogida generosa, que invita a pensar que no todo está perdido, que Aquel no bajó por la Vía Dolorosa en balde.

Un rato antes estaba en una celebración diferente, donde ganaba el frío por doquier. En el muro de las lamentaciones todos los miles de mensajes, introducidos a duras penas entre las piedras del templo derruido estaban mojados. Será que las lamentaciones van cediendo, será que no hay ningún templo que se ha perdido (los judíos ahí lo lamentan), que no hay por lo tanto razón alguna para golpear nuestras cabezas. Será que el verdadero templo, aquel que nadie arrebata a nadie, aquel que construimos con las piedras de todos, sobre las ruinas de nuestros sufridos y batalladores pasados, está aún por levantar... Será que bajo su ancha cúpula más pronto que tarde nos cobijaremos los diferentes credos.

Junto al muro, en unas salas abiertas que constituyen casi una sinagoga al aire libre, los judíos celebran. Toda una fila bastante deforme, por la falta de espacio, de hombres vestidos de escrupuloso negro con sombrero danza y canta a su paz, a su Dios particular... Me acerco con respeto para no faltar a su intimidad. Faltan sonrisas y colores, faltan faldas. Constato un círculo muy cerrado, en el que no hay hueco para otras manos...

Fuera del recinto, de nuevo entre callejas azotadas por el temporal, un grupo de otros judíos más radicales cantan a las puertas de la Mezquita de la Roca una vez finalizadas las oraciones del viernes de los musulmanes. Un grupo de mujeres les acompaña a distancia con sus cantos. La reivindicación de lo que suponen propio, gana allí al respeto por las creencias, por los muros... de los otros. Mientras, unos soldados se encargan de velar a una prudente distancia para que la acción de los exaltados no vaya a más...

Dejo de teclear, cierro un día que arrancaba a las 5 de la mañana en el aeropuerto intentando responder a una joven funcionaria las múltiples preguntas que me formulaba. Esa mujer de rostro bello pero apagado, marcaba distancia de hielo. No me saludó ni al comienzo, ni al final de nuestra conversación. Pero al teclear ella mis datos en su ordenador, yo alcancé a ver sus uñas salpicadas de pintura y de brillos. De nuevo, no todo está perdido. Algún día, ese color, esa alegría, ese anhelo tan disimulado, tan limitado de verdadera vida… ascenderá hasta sus ojos, y la amabilidad ganará sus palabras, su mirada cuando peregrinos del mundo llamemos a las puertas de esa Tierra tantas veces sagrada....



Caminando la Ciudad Santa
14 - I- 2012

El día intenso desembocaba de nuevo en la paz desnuda del templo. Al final de una jornada cargada de emociones está otra vez la Iglesia de las hermanas de Notre Dame de Sion. Otros peregrinos conducen también hacia allí sus pasos agotados. Muy cercano el bullicio de las calles, ése es un espacio recogido fuera del mundo. El cuaderno de notas se abre allí solo y comienza la recapitulación, los pasos hacia atrás...
El día comenzaba en un callejeo sin rumbo fijo, evitando las mil y un invitaciones de los comerciantes. Un gran templo salió al paso y dada la concurrencia de gente y las dimensiones, no sin vergüenza, hube de preguntar por su nombre. Estaba sin saberlo en la Iglesia del Santo Sepulcro. Entre flash y flash se cuela el sentimiento hondo, la devoción sincera que, desde hace siglos, sacraliza esos lugares. A pesar de las cámaras digitales, Tierra Santa vuelve a ser santificada a cada instante. A cada momento un recuerdo, aquí mas cercano, nos invita a renacer a lo mejor de nosotros mismos. Donde se consumó el Gran Sacrificio cada quien puede dibujar sus propias cruces, sus propias y pendientes muertes, cada quien puede esbozar lo que vuelca a los pies de su Gólgota particular.

Las piedras tienen sus limitaciones. A lo sumo nos pueden regalar un eco, una vibración, un recuerdo..., pero el renacer habrá de ser adentro. Reina la amabilidad escaleras arriba y abajo. Los diferentes pueblos y naciones se reúnen donde se consumó el Gran Sacrificio. Entre todo el barullo de las más diversas lenguas, alguien masca una oración verdadera. En algún rincón alguien lee con contenida emoción una escritura sagrada, aprieta sus ojos como intentando penetrar más y más adentro, como intentando dar con Aquel que es el Origen de todo el trajineo... Metemos nuestras manos en el agujero del Gólgota, donde reza la tradición que se levantó la cruz. Difícil el recogimiento, el intento de morir a algo de nosotros mismos en medio del trajín multiracial. Buscamos el instante que haga frontera, que marque un antes y un después, tras esa visita al lugar que denominan "Calvario". Mientras el pope ortodoxo se encargará bien de que nadie se demore en su “propia muerte”, con las manos en el agujero santo.

Hay visitantes que son sólo el ojo de su cámara de video, pero hay gente devota, humildes mujeres de edad, en su mayoría de origen eslavo, que muy probablemente hayan invertido buena parte de sus exiguos ahorros, para poder rendir su cabeza en la piedra del Sepulcro Santo. Los pies fríos empujan después a callejear, a buscar una menta azucarada en cualquiera de los mil y un puestos callejeros. ¿Saldrá en algún momento todo el frío acumulado durante el día? Tras la consumición, me he de decantar ante el dueño por el Real Madrid o el Barcelona. Le canto uno de los dos equipos, pues tan atento y sonriente aguarda una respuesta que enseguida compartirá entre risas con sus amigos.

Junto a las murallas de Jerusalem se encuentran los cementerios árabe y judío. Ocupando toda la falda del Monte de los Olivos una inmensidad de lápidas con nombres en hebreo. Muchos judíos venían a morir a Jersusalem pues su tradición reza que allí comenzará la Resurrección.

Aquí en la Tierra, cementerios separados, sin embargo dicen que allí Arriba vamos a las mismas estancias, compartimos, una vez meritados, los mismos jardines... Parece que no hay murallas, ni espacios compartimentados en la Jerusalem Celestial. Dicen que allí nos reunimos todos/as, mas allá de cómo cubramos nuestra cabeza o a qué Dios recemos; que no hay mas separación que aquella que se crea en función de la cantidad de amor derramada en la Tierra.

El frío azota camino arriba del Monte de los Olivos. Murallas a un lado y a otro de la vía, cámaras de vigilancia, cristales rotos arriba de las altas tapias... en lo que fuera el lugar preferido para rezar de Jesús y sus apóstoles. Cada Iglesia tiene su recinto amurallado en lo que fue monte abierto, espacio sagrado de oración del Hijo de Dios y sus seguidores.

De vuelta del Monte de los Olivos, bordeo las murallas hasta entrar por la puerta del barrio judío. Es sábado y todo permanece cerrado. Una sinagoga destaca entre edificaciones más bajas. Tiene una gran cúpula iluminada. Jóvenes armados deambulan en su alrededor. No observo desconfianza. Pido permiso a un joven con pistola al cinto y no me pone objeción alguna. Grandes puertas blindadas separan la calle de la gigantesca sala del templo muy iluminado. En sus pupitres rezan o leen algunos judíos. Me quito el gorro de lana con sumo respeto y me siento en un pupitre. Algo he debido de hacer mal pues enseguida se me acerca otro joven judío. Para mi sorpresa me indica que precisamente he de hacer lo contrario, es decir, cubrirme la cabeza. Le pregunto con qué “kipad” y me responde que con mi propio gorro de lana. Las pautas de los diferentes credos, pueden ser, tal como aquí observamos, de lo más variadas.

Cae la tarde sobre el muro de las lamentaciones. Allí arriba se reúnen los ecos de quienes, desde las torres de sus mezquitas, llaman a la oración de la tarde. Todavía hay esperanza en Jerusalem, la ciudad aún se deja bañar por los ecos mezclados que vienen desde los diferentes labios…



Un testimonio humano
15.01.12

Hoy no volcaré piedras en la crónica. Toca ya relato más vivo, crónica humana. Su nombre es Deborah Shayovitz. Ella y su familia han pasado experiencias tremendas, pero la sonrisa no alcanzó a nublarse nunca. Desde las cenizas humanas del campo de Dachau en el que estuvo su padre, hasta esa actitud tan esperanzada que me muestra, hasta esa apuesta firme de unión de los diferentes que ella encarna, no ha pasado excesivo tiempo...
Contaré lo que pueda hasta que se rindan estos dedos... Ella canta, dirige coros con mayores y pequeños, dirige formaciones judías, pero también ha cantado canciones de cuna a los niños palestinos. Ha estado con ellos y con sus madres cuando el ejército ha ido a derribar sus casas.

Después de todas las terribles vicisitudes que le ha tocado vivir, ella siente que es el amor el que abre los caminos. Su padre venía de la nobleza de la llamada Rusia blanca o Bielorusia. Es uno de los dos sobrevivientes latinos del campo de exterminio de Dachau. Su madre provenía de la muy castigada Hungría. Unieron sus destinos en Chile. Deborah vibra con el latir planetario de la nueva era, de la nueva espiritualidad, pero sin embargo procede de lo más tremendo del pasado reciente. Dice que no hay excusa para no amar, aunque nos haya tocado vivir las experiencias más extremas. Ella es encarnación viva de cuanto profesa.

Ama Israel, pero anhela una nación que venza ese miedo tan terrible que la atenaza y paraliza, quisiera que se abriera en lo profundo de su alma. Ha escogido el canto para liberar el corazón blindado de su gente. Canta también en la sala donde nos hallamos. Delante de sendos tés con leche en una café del barrio del Derej Hebron en la carretera que lleva a Beth-le-hem, donde otrora se asentaron los templarios, Deborah canta con sus labios canciones tradicionales, canta con sus ojos una melodía antigua de amor.

Y entre canción y canción, deja caer las calamidades. La de la persecución de la familia de su padre, hacendados judíos a los que robaron todo, la del arrancar de cero de sus padres en Chile. Me cuenta también su historia de desembarco en Israel con una sola maleta, con cuatro enseres y su curriculum. Me habla del baúl cuyo impuesto no pudieron pagar siquiera para recuperar fotografías y recuerdos. Las dificultades alcanzan el presente y también me menciona el cáncer de pecho y la odisea de su hijo en el servicio militar israelí. Sus amigos iban a los cuarteles y su hijo decidió también “servir a la patria”. Al tiempo le llegó diciendo: "Madre, tú me has enseñado a abrazar, a ser felices juntos... En el ejército no hay nada de eso". Y es cuando deberá comenzar a simular locura para poder escapar de esos cuarteles donde no se "abraza"... Deborah me cuenta que cada vez más jóvenes israelíes deciden, a igual que su hijo, no tomar el camino de los cuarteles.

No grabé nada en nuestro encuentro de cuatro horas. Espero poder reconstruir a la vuelta su testimonio tan fuerte de esperanza. Me vienen retazos de lo compartido... Me habló de Shjina, esa parte femenina de Dios a la que ella pone sus flores, entrega ahora sus susurros, sus cantos. Me habló de las escuelas en las que ya se sientan juntos judíos y musulmanes, de la experiencia Waldorf que también allí ha logrado anclar. Me relató igualmente como la “sepharad” y los judíos latinoamericanos han sembrado una vibración más alegre y fraterna entre la ciudadanía. Dice que la "sabra" comienza a dejar caer sus espinas. La "sabra" es una fruta dulce por dentro y con espinas con fuera. A los judíos originarios del propio Israel, por su aspereza, se les denomina también "sabra". Ella confía que la planta se irá abriendo más y más y las espinas irán cayendo...

Deborah sostiene la esperanza en medio de esa tierra dividida, porque ella misma, tras las mil y un dificultades, ha visto amanecer en su propia vida. Ha contraído de nuevo matrimonio con un hombre, músico de profesión, que la hace feliz. Él era de un entorno ortodoxo y sin embargo se ha abierto a los nuevos aires de espiritualidad, se ha sumado a una visión de la realidad más consciente e integrada, menos fragmentada. Su música, expresión de su alma, también se ha expandido. Ella ha comenzado también a vivir a su forma el aporte de toda la espiritualidad judía que él le ha acercado... Ha comenzado para ambos una dicha que no sospechaban, cediendo cada uno su parte y encontrándose en un páramo de felicidad inesperado.



Belén
16.01.12

Somos fuerza hacia fuera y hacia dentro, impulso centrífugo y centrípeto... A veces pudiera parecer que ambos pugnaran. El primero nos invita a nuevos horizontes, paisajes, contactos, lenguas, revelaciones... El segundo nos ancla, nos fija en el lugar, encerrándonos en nuestras montañas, junto a nuestra gente, canciones, lengua, círculo familiar seguro y conocido... La fuerza centrípeta es necesaria para hallar identidad, situar un punto de referencia indispensable, pero sin la fuerza centrífuga no hay cruce, encuentro, comunicación... No hay aprendizaje fuera de lo conocido.

La fuerza centrífuga es imprescindible para posibilitar la unión en la diversidad, el encuentro entre los diferentes. Ambas fuerzas se complementan en las diferentes esferas... En nuestro mundo físico, más concretamente en esta disputada geografía de Palestina-Israel, tantas veces los nombres nos han separado, unos y otros, musulmanes e israelíes, se sienten cómodos y seguros en sus espacios sobreblindados, con su lengua, costumbres, ritos cantos, rezos... No extrañan otros espacios más allá de los suyos propios. En realidad las fronteras políticas son, al final, la consecuencia última de las comunidades ensimismadas. Pocos se aventuran más allá de su círculo identitario.
Me llegué al muro grande, al muro entre los muros. Cualquiera que trabaja para la paz en la tierra, para una humanidad unida, sólo puede ahí sentir desolación y ahí sí, lamentarse (el muro de las lamentaciones no está lejos), ante esa gigantesca pared infranqueable, ante esa enorme valla que ha partido hogares, olivares, corazones, limoneros...

Tomé de mañana el autobús de línea en la Puerta de Damasco. Ningún problema para atravesar el cheq point, en medio del muro, el puesto de policía que separa el territorio israelí del gobernado por la Autoridad Palestina. Si es caso, sí engorro para sortear a los numerosos taxistas que se empeñan en llevarme a la Iglesia de la Natividad. ¡Qué menos que un peregrinaje de dos kilómetros para llegar al lugar santo entre los santos!

Ningún paisaje fascinante se abre a las puertas de Belén. Habrá que cerrar bien los ojos para intentar caminar junto a aquel noble esenio y su joven compañera María montada en un asno. Habrá que hacer un esfuerzo para olvidar ese paisaje urbano tan desolado y descuidado y sentir aquella arena bajo los pies, imaginar aquel anhelo de la sencilla pareja por alumbrar en algún lugar protegido al Salvador del mundo.

Ningún cartel a lo largo de todo el camino, ninguna pista hasta dar, gracias a las indicaciones de la gente, con el conjunto monumental. Dentro de la Basílica de la Natividad custodiada por los ortodoxos, una cueva inundada de turistas señala el lugar donde dice la tradición que se produjo el Nacimiento. Belén es un buen lugar para nacer de nuevo, pero en esa Iglesia, meta de muchas excursiones, el peregrino no hallará tampoco el recogimiento imprescindible. Ningún sosiego en el mismo lugar donde nació Jesús. Felizmente el sol se clava en el claustro contiguo de los franciscanos. La paz que es imposible de encontrar en la concurridísima Basílica, se derrama generosamente en la denominada "Gruta de la leche", que como su nombre indica y la tradición dice, se trata de la discreta hoquedad donde María amamantaba a su Hijo.

Una vez más junto a un orgulloso y sobrecargado edificio, se encuentra una sencilla cueva, maternal, acogedora, silenciosa, sin apenas visitantes; un rincón, al fin y al cabo ideal para meditar sobre la eventualidad de un nuevo y propio nacimiento.

El cheq-point de regreso a Jerusalem es algo más severo. Vuelvo en un autobús que cojo desde el centro de Belén. A los "turistas" nos permiten quedarnos dentro del vehículo para la revisión de los pasaportes, pero todos los palestinos, incluso las mujeres de edad, han de bajar a la calle. Uno no sabe qué hacer, si quedarse o bajar, uno en realidad desconoce qué papel fungir, pues la Ley nos invita a ser siempre uno con los últimos...

A la vuelta de la excursión paso por la ciudad nueva, intentando impregnarme del ambiente, de la vibración del lugar. Observo una ciudadanía muy amante de su tradición y a la vez en vanguardia de futuro. ¿Hasta dónde llegarían si no invirtieran tanto en seguridad y defensa, si superaran su miedo y blindaje...?

Seguramente la excusa del paseo es poder contemplar a la noche la soberbia vista de las murallas iluminadas. A fuerza de días en Jerusalem, uno comienza ya a apreciar ese calor recinto adentro. Cada vez me despisto menos entre sus mil y un callejuelas. Acelero los pasos, pues los oídos quieren alcanzar los cantos que elevan las hermanas de Notre Dame de Sión a las seis de la tarde. El Padre Nuestro que entonan al final del ritual de adoración en árabe me alcanza como un gesto sumamente bello y generoso, nos transporta a los asistentes a un estado difícilmente superable. De nuevo recapitulación al caer la tarde en esa atmósfera tan elevada. El mejor hotel no proporciona esa oportunidad, ese bálsamo de las octavas que rozan los cielos.

Después subo a teclear en el coffee room del albergue. Desenfundo mi bloc de notas en medio de la gente haciendo skype con sus seres queridos. Se entrecruzan palabras de aprecio y cariño en los más diferentes idiomas. Nadie oculta nada, como si las nuevas tecnologías nos hubieran ayudado a vencer pudores y a desparramar más y más amor doquiera nos encontremos...

Cristo dentro y fuera del cristianismo
17.01.12

Hay una gran rectitud y sincera cordialidad en la gente del albergue católico. Hay unas maneras fraternas entre los peregrinos y a ello se suma una eficaz organización por parte de las responsables. No hay ningún alarde afectivo, pero sí un servicio real y efectivo de acogida, proporcionado además a unos precios muy asequibles.

Algo de esto daría pie a una reflexión más profunda que no es posible aquí abordar. Me refiero a la cuestión de una futura mayor integración entre los seguidores de Cristo dentro y fuera del cristianismo. Hay una búsqueda genuina, una entrega vocacional entre estas paredes, entre la gente de este albergue-convento. La actitud de acogida, ya real y material, ya espiritual, es una actitud que antecede a la unión. Aquí nadie pide a nadie carnet de bautismo. Eso les engrandece. A la vista de estos signos, quizás no esté lejos el día de la confraternización entre los servidores de aquel Amor que encarnó aquí hace ya más de 2000 años.

No se puede acelerar ni precipitar lo que necesariamente lleva sus ritmos, sus tiempos indispensables, pero también es cierto que hay que ir preparando las condiciones con actitudes más flexibles, con abrazos más anchos, con comprensión más y más abarcante... Es cierto que los tiempos de la conciencia y su avance no vienen marcados por la ansiedad, pero también que en aras de la unión en la diversidad de los servidores/as del mundo de uno y otro signo, hay que echar el resto.

A veces quisiéramos ver esa unión ya consumada. Al fin y al cabo ya estaba anunciado ese acercamiento por el propio Maestro Tibetano (Djwhal Khul). Nos toca, por lo tanto, hacer lo posible con respeto, con tacto, con flexibilidad y comprensión. Tal como nos anunció este Maestro y Profeta para nuestros días, el proceso de integración entre los servidores del Cristo, vendrá también acompañado por el acercamiento a los hijos del Buda y el resto de las filiaciones espirituales verdaderas, es decir, vocacionadas a la entrega. Vivimos el momento crucial que reclama la suma del mayor número de corazones y voluntades y aquí en la vieja Jerusalem, me siento uno con estas hermanas que hacen tan grata la estancia, que nos regalan tan bellos cantos... Si hay paz en Jerusalem, ella será en el mundo entero. Por más que nos duela, podemos observar que las comunidades árabe y judía están aún muy distantes. Sea el fuego del amor irradiante de una humanidad más unida, el que acabe por ablandar los corazones aún endurecidos de esta tierra bendita.

El sol imprime a la jornada otro ritmo. Ya no hay prisa para correr y así sacudirse del frío. La primera sorpresa del día venía hoy nada más salir del albergue. África alegre, jovial, desbordada y desbordante bajaba por la Vía Dolorosa. Solo África podía convertir esa vía de dolor en camino de alegría y resurrección. No sé de qué país venían. Era un grupo numeroso de hombres y mujeres de color, con sus llamativos ropajes, que cantaba con una fuerza arrolladora. Me sumé a la comitiva. Marché con África Vía Dolorosa abajo cantando y así contribuyendo a liberar con ellos esa arteria de su sufrimiento.

Bueno..., se caen los ojos y además mañana gran madrugón. Sólo mentar el periplo con el bus turístico de la mañana, Éste permite divisar Jerusalem desde sus más diversas colinas cargadas de sagrada historia. Quizás la sorpresa es que uno no imagina que el Gobierno va a aprovechar esa visita turística para el adoctrinamiento ideológico. Pensaba que esos auriculares en los más diferentes idiomas, estarían libres de la propaganda oficial... Nadie pone en duda la valentía de los soldados israelís que cayeron en todas las batallas que se narran, pero de seguro que valientes los habría también detrás de las otras banderas.

A la tarde entrevista con la arpista Ina Lev Or. Argentina de origen, lleva ya más de veinte años en Israel. Esta mujer madura de edad y conciencia, tiene desiertos a sus espaldas y las cuerdas de un arpa mágica entre sus dedos. Ha recorrido el país de punta a punta con ese instrumento. Estuvo viviendo dos años junto a los beduinos hasta que una llamarada acabó con su tienda, su arpa, sus recuerdos.... Aquel bautizo de fuego la invitó a nacer a una nueva vida. Por no quedarse con nada, ni siquiera salvó el nombre. Fue a la mar y se bañó. De entre las olas calmas ganó la orilla una mujer nueva. Pero bueno, eso ya es historia a contar otro día en mejores condiciones…




Mar de Galilea
18.01.12

Nada que ver con las aglomeraciones de Jerusalem. En Galilea todo era más fácil. Apenas un poco de músculo en la imaginación, apenas completar el cuadro, añadir unas túnicas de lino blanco, una Presencia entre las presencias, unos amigos de calmo y sereno movimiento...
Allí no es difícil sacar del escenario lo que le sobra para ser Escenario. No es complicado sacar de esas carreteras algo de gris y polvo para que devengan Camino. No es mayor salto volver para atrás, cuando aquello fue un eterno Presente.

Allí, aún hoy, todo ancho, todo soleado, casi verdadero. Allí no hay cuidado de frustración, como en Belén u otros escenarios desolados. Pasamos primero por la mágica rivera del Jordán ¿Y si sus frías aguas aún pudieran lavar, aún mantuvieran su poder bautismal, su facultad regeneradora? ¿Y si ese caudal aún cristalino, aún corriendo por virgen cauce, nos ayudara, al igual que entonces, a abrazar una vida más pura, más noble...?

Sería desmesurado orgullo afirmar que frente a ese Lago de inmensa paz nos alcanza el recuerdo. Sí, quizás sí, recuerdo de todas las veces que nuestra alma aspiró, con desbordante fuerza, ser unos pasos más tras Sus Pasos, recuerdo de cuantas veces nos quisimos sentar entre esas piedras de la orilla, entre Sus Enseñanzas sublimes, frente a ese Mar único. Sí, recuerdo de cuantas veces nos propusimos dejarlo todo para seguirLe, de cuantas ocasiones quisimos callar y correr, de día y de noche, sin descanso en pos de Su Eco.

Siento que el peregrinaje no desembocaba en ninguna antigua y cargada fachada, ni en el mostrador de ningún cura ortodoxo blindado de negro y vendiendo tickets... El viaje debía culminar ante ese Sol de eterna vida cayendo sobre el Mar de Tiberíades. Siento que el periplo ha sido para resucitar allí el más hondo recuerdo, para reavivar la memoria de cuantas veces suspiramos acompañarLe.

Doy por buenos todos los kilómetros hasta esas orillas sagradas, doy por bien empleadas todas esas tardes desgranando y compartiendo con vosotros/as, siquiera precipitádamente, impresiones y sentires... Cede ya un día largo que arrancaba a las 4.30 de la mañana, pero antes de rehacer de vuelta la senda de Galilea por el atajo del sueño, antes de tirar este cuerpo a descansar, quería invitaros a descubrir un día esas aguas bíblicas, ese Mar cargado de milagros de entonces, desbordado aún de milagrosa belleza ahora.

 
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