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Navidad en tiempos de Amazon

Llegamos a pensar que nos la habían robado entre celofán estampado de "Felices precios", secuestrada a la carrera, en un carro de compra con destino a una triste noche de chistes de poco gusto, sobrecargada de champán; que la habían fulminado por anuncios de comprar y más comprar. Llegamos a pensar que nosotros mismos la habíamos asfixiado bajo la gabardina del "progre" que llevamos dentro, orgullo intelectual que va derribando lo entrañable que se cruza en su camino, credo que nos imponía sentar distancia de cuanto relucía desde el hogar.

Pero no, aún sigue ahí, algo asustada entre tanto deslumbre de neón, algo descolorida de olvido, algo apagada por la lejanía de su estrella. Aún llama a nuestra puerta, aún podemos insuflarle ternura, magia, inocencia. Aún podemos sobre todo imbuirla de un sentido sincero y austero.

El número de personas que huyen de la guerra, la persecución y los conflictos ha alcanzado en el último año los 71 millones, el nivel más alto del que ACNUR tiene constancia en sus casi 70 años de historia. Habrá que levantar muchos belenes, no importa que carezcan de buey y asno, que el ángel se olvide de cantar “glorias” en su tejado. Habrá que reunir mucho barro y rama seca, que construir ancho alero que cobije a tantos migrantes que huyen de los conflictos, la miseria y la falta de libertades. Habrá que celebrar Navidades más sencillas y por ende solidarias. Navidad es siempre el recuerdo de un pesebre, ya no precisamente en Galilea, ya no importa de qué material, ni en qué latitud nazca el Esperado.

Muta la Navidad, pero nosotros nos podemos quedar con su esencia imperecedera. Sencillamente algo nuevo y más elevado que brote en nuestro interior; un anhelo de comunión universal, una oportunidad que concedemos a la más genuina naturaleza del humano. Si en los últimos seis años han fallecido más de 15.000 migrantes hermanos en el Mediterráneo, la Navidad será un flotador que lanzaremos esperanzado desde todas las costas. Habrá que llenar los depósitos de los audaces “Aitamaris”, colmar los almacenes de ONGs como “Zaporeak” que cocinan a fuego urgido. Hay una Navidad que comienza a ser más universal que exclusivamente cristiana. Al fin y al cabo, en todo humano puede aflorar lo mejor que lleva dentro. La Navidad es particularmente de cuantos proyectan fuera sus mejores pensamientos, de cuantos al aligerar bolsillo, abrazan fuerte y lejos, encienden llamas que calientan remotos belenes y chamizos.

Jesús no llevaba el letrero de católico. No instituyó ninguna religión. La Iglesia multicolor, la comunión extensa de Jesús es sencillamente la que proporciona amparo y cobijo, no importe el culto que profese. Pertenece a ella quien late en fraterno amor, se haya o no acercado a la pila bautismal. En los tiempos del “password” universalizado ya no es preciso “pedigrí” de pertenencia a la Iglesia de Pedro. Seguidor de Jesús puede ser el devoto de la humanidad, el que sabe que la solidaridad no se detiene en los tabiques de su hogar, el que siente la necesidad de compartir en la inmensa mesa planetaria.

¿Qué son por lo tanto las Navidades sino el recuerdo de la llegada de ese Ser que lo dio absolutamente todo? ¿Que son estos días singulares sino invitación a compartir, a olvidarse un poco de la página de “Amazon”, a dejar de acumular donde ya poco cabe? De seguro que el Nazareno causaría furor en Pinterest”. No sé si está ducho en las nuevas tecnologías o se quedó en el cincel y martillo, en la cultura analógica de carpintero. Desconozco si tiene perfil en “Instagram”; si ha alcanzado la elemental meta de los 5.000 en “Facebook”. Creo sin embargo que nos invita a abonarnos a la red social que no tiene ni membresía, ni fin, a la red de servidores del mundo más allá de nuestra condición de nacionalidad, clase o religión, a la inmensa alianza extendida por toda la tierra, que con o sin soportes digitales, aboga por el progreso del alto ideal de la fraternidad humana.

Después se encenderán las numerosas luces de ecológico “led”, se entonarán con más o menos acierto los villancicos, pero la magia de la Navidad no es otra que la de una solidaridad sin fronteras que se ensancha especialmente en estos días. El Papa Francisco lo ha expresado más sencillo, escueto y poético: “La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir; la cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado; la felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y restableces la paz, aun cuando sufras…”.

¿Qué son los días que ya se acercan entre zambomba y pandereta, sino la fiesta, no del descorche y derroche sino del dar? Las tabletas de turrón se van apilando en ese rincón de la cocina que sólo ella conoce. Hombres cargados de luces, encaramados en largas escaleras arrebatan, con excusa de adorno, los celestes retazos de oscuridad. En los jardines de nuestras ciudades se organiza el campamento al que retorna una Familia singular. Ojalá en otras tantas puertas de precaria lona, algo de oro, incienso y mirra; ojalá en ellas también el “toc, toc” de Sus Majestades de Oriente.

Una vez más viene sin avisar, se toma la confianza de sorprendernos en pleno ajetreo invernal, pero algo nos llama a adherirnos a esta Fiesta universal. Sea bienvenida una vez más.

 
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