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Lo siento, no me alegro...

Los ánimos de gran parte de la población están justificadamente exasperados ante una violencia contra la mujer que no cesa, pero pareciera queremos acabar de repente, a golpe de maza, con un problema que subyace en lo profundo de la psiquis humana. ¿Son “las sentencias ejemplares” la sola arma para atajar esa gravísima lacra, o lo es sobre todo la promoción de una nueva relación entre hombres y mujeres que contribuya a desterrar el pernicioso, y a veces letal, machismo aún imperante? ¿Qué pueden hacer quince años que no hagan diez? La vía penal, sin dejar de ser necesaria, no debiera ser la única.

Llueven “whashaps” con el escueto “me alegro”, pero considero que debiéramos anteponer el arrepentimiento del victimario al escarnio. No nazca la alegría en el mal de un ser humano. El principio de compasión universal, al que a duras penas hemos de tratar de ser fieles, nos lo impide. Creo firmemente en la ley superior de la evolución, creo que en todo ser humano habita un alma más o menos desarrollada, creo que esa alma es siempre susceptible de crecer y evolucionar. Nuestro deber es auspiciar de la forma más eficaz posible ese necesario progreso.

En razón de esta primera máxima universal de compasión humana, tan lejos aún del corazón de quien suscribe, hemos de buscar la rehabilitación de toda persona que haya cometido una barbaridad. La cárcel no siempre rehabilita. Deseo que el de la Manada se rehabilite, no que necesariamente pase más años a la sombra. Será preciso procurar las condiciones para que emerja el arrepentimiento y la solicitud de perdón. A partir de ahí, deseo que dentro y fuera de la cárcel se acoja a proyectos de rehabilitación con buenos profesionales, también con buenos testimonios que le procuren poco a poco un cambio en su tan atrasada forma de sentir, pensar y actuar.

Quiero que el de la Manada mire a la mujer de otra forma; que deje de observarla como vulgar objeto de deseo. Quiero que cuando esté delante de ella, recuerde que es sagrada, que sagrada es la mujer que la trajo al mundo, igualmente sagrado el acto de le concibió. Quiero que repare en que hay cosas que elevan y hay otras que degradan. La satisfacción de nuestros deseos más bajos, máxime cuando media la violencia ante una mujer indefensa, denigra hasta lo más profundo. Quisiera convencerle que se merece, en tanto que humano, un destino más sublime. Quisiera mostrarle altos horizontes, luminosas metas, sacarle para siempre de esos oscuros portales de sexo rápido y forzado, de la pobre mente que no divisa más nobles satisfacciones.

Vamos a iniciar debates serios y profundos sobre las posibilidades de la regeneración humana en este tipo de graves casos, auténtico meollo del problema. Vamos a la esencia de la cuestión, no nos llevemos por el ánimo del despecho. Todo ser humano es susceptible de iniciar una nueva vida inspirada en nuevos valores. ¿Ayudan en todo ello los barrotes? ¿Adoptadas todas las medidas cautelares necesarias, no será mejor en un plazo razonable el aire libre, el trabajo cooperativo, la cercana naturaleza y su supremo espejo de armonía y pureza? ¿No será más positivo el ejemplo cercano de hombres que establecen con sus compañeras un vínculo de supremo respeto, de cariño y protección, de varones que devuelven a la mujer toda la sacralidad de la que la Creación las imbuyó?

¿Y si esos hombres que tan salvajemente se comportaron no hubieran conocido nunca la imborrable marca de la ternura? ¿No será la magia de esa ternura, el calor humano puro lo que realmente les redimirá, lo que les colocará en otro punto de conciencia, que no necesariamente la cárcel? ¿No será mejor remontar a la esfera de las causas, atajar el problema desde su raíz en la mente humana? ¿No será más positivo reeducarles que odiarles, no será más lógico que asumamos también la importante carga de responsabilidad de una sociedad, de unos medios de comunicación, que tan a menudo invitan a desatar los instintos inferiores, que tan a menudo no colocan a la mujer aún en ese lugar sagrado y de exquisito respeto que merece?

Lamentablemente hoy predomina más que nunca la cosificación de la mujer y la banalización del sexo, desproveyéndolo del componente emocional de la entrega amorosa mutua y del indispensable cariño. El problema que analizamos y su resolución son muy complejos. Las soluciones que entrevemos pasan por la información cualificada y la formación en principios. Los valores que en primera instancia pueda evidenciar la familia, apuntan sin duda en el buen sentido. Casos de flagrante agresión a una persona demandan una reclusión mínima, que salvo clara falta de arrepentimiento o reincidencia no debiera extenderse. A poder ser esa reclusión sea edificante, reeducadora; quizás así se consiga que el “lobo” deserte de perturbadoras “manadas".

La sola punición poco ayuda. Más años de cárcel de alguien, no nos hagan más felices. Atinen más los Tribunales en la definición de los delitos, pero no necesariamente nos alegremos porque a alguien le caigan más años cruzando aburrido aspas sobre las casillas del calendario.

 
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