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Mejillas sin viento

Huyen de los eventuales bombardeos y en el camino, al superar el ansiado confín, el astro rey lanza una caricia antigua, ya casi olvidada, sobre su rostro ya desnudo. Dicen los reporteros de la zona que en cuanto las mujeres afganas alcanzan la frontera se despojan de su axfisiante “burka”

Pakistán les obsequia libertad y rayos de sol en una misma “entrega”. La huida ha sido una carrera de riesgos y dificultades. Las familias, que escapan de la amenaza de los cielos surcados de “cazas” y del infierno en que han convertido los talibanes su tierra, llegan exhaustas y sin apenas dinero. Han debido dejar su exiguo patrimonio en pago de sobornos a policías y contrabandistas.

Las torres ya cayeron, la muerte levantó miles de vuelos sobre Manhattan. La vida sigue y no es posible atrasar el calendario al 10 de septiembre. Sin embargo aún es viable poner al día otros calendarios, sacar de la más oscura edad media una nación entera. La muerte no precisa aletear en Afganistán, acompaña en vida a millones de mujeres.

Antes salían a las pantallas de televisión muy de vez en cuando. Tras el macroatentado de las “Gemelas”, las mujeres de este castigado país saltan a diario ante las cámaras como sombras andantes, entre el polvo de los caminos, rodeadas de su prole malnutrida. La multiplicación de la imagen acrecienta nuestro deseo de verlas liberadas de un yugo tan fuera del tiempo.

La “burka” no es sólo una cárcel para las mujeres de Afganistán, sino uno serio interrogante que se presenta al mundo civilizado. ¿Hasta qué punto podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando que marchen los talibanes y caiga la humillante sábana que encierra a las mujeres? ¿Se puede permitir la pervivencia de un gobierno que, con la excusa de implantar una ley religiosa, priva a su población de los más elementales derechos humanos? ¿Hasta dónde llega el respeto por la diferencia de moral que permite la pervivencia de una cultura alineante, impuesta bajo tan severa amenaza? ¿Cada país escribe su historia en exclusiva o está la comunidad internacional facultada para redactar siquiera algún renglón de una nación bajo tiranos? Difíciles interrogantes que se ensanchan y no acaban. ¿Hasta dónde la libertad de los pueblos a elegir su destino? ¿Está el compromiso ético de la comunidad internacional por encima del capricho de bandoleros en “Toyota” que dominan y maltratan una nación?

Hay tentaciones que es preciso apaciguar. Es preciso enarbolar la bandera de la no-violencia aún en las situaciones más extremas. Por lo demás una geografía abrupta, un suelo minado y sobre todo un nada desdeñable apoyo de la población al régimen, terminan desaconsejando una intervención militar internacional en suelo afgano. La comunidad internacional, ONU al frente, tampoco ha adquirido el grado de madurez, unanimidad y recursos para embarcarse en este tipo de aventuras. Parece que es el imperio americano, herido en su orgullo propio, quien tomará iniciativa en el asunto. Todos los seres de buena voluntad y visión responsable esperamos que nos se les vaya la mano. EEUU podría enmendar, en buena medida, su trayectoria de exceso y prepotencia si se limitara a poner en manos de la justicia internacional a los culpables de los atentados y se abstuviera de operaciones de castigo de cualquier signo y alcance.

La insufrible situación que padece la población afgana, puede comenzar a aliviarse tras el 11 de Septiembre. Pese a la diáspora en la que se han embarcado muchas familias, pese al sufrimiento añadido de falta de alimentos, un viento de libertad comienza a mover la arena de sus montañas y desiertos.

La revancha siempre será un pobre y triste argumento para engrasar cañones. El reciente ataque terrorista a los Estado Unidos, no apunta excepción alguna. La caza del hombre más buscado del mundo no justifica mayores tentaciones bélicas, sin embargo sus efectos colaterales pueden resultar paradójicamente positivos, liberadores. De cualquier forma, derrotar a los talibanes, poscribir la extrema aplicación de la ley islámica, son objetivos que, por más que tienten a los hombres y mujeres de progreso del mundo entero y sus gobiernos, deberían de ser pacíficamente alcanzados por su propio pueblo.

¿Pero, la cárcel cruelmente impuesta a millones de mujeres no es razón para enfrentar al régimen talibán? ¿Intentar levantar la “burka”, liberar a la mujeres de esa noche de por vida, e instaurar un régimen de libertades no está más allá de una “intromisión en asuntos internos”? ¿Una intervención controlada y puntual no restaría violencia en un escenario ya de por sí martirizado? Una y otra vez retornan los interrogantes ante tan anacrónica situación. Occidente está debe de prestar ayuda para sacar al país de esa agonía feudal, pero no inmiscuirse más de lo oportuno, so pena de crear dificultades añadidas y herir sensibilidades a flor de piel en el mundo islámico.  

Quizá habrá que dejar a las propias mujeres afanas que rasguen el oprobio de sus propios y axfisiantes velos. Desde aquí, desde uno de tantos países donde los ojos de las mujeres brillan al sol y su rostro es alegría de calles y avenidas, podemos asegurarles que no están solas en su mayúsculo desafío, que tienen todo nuestro apoyo moral, todo nuestro ánimo en su lucha por la reconquista del viento en sus mejillas.

No hay país maldito, por más forajidos que hayan barrido su geografía. Afganistán contemplará también su alborada, sin embargo de poco serviría que Occidente derrotara a un gobierno déspota y cruel, si su población no ha podido consolidar una alternativa más edificante. ¿Hasta qué punto la “Alianza del Norte” y la “loya jirga” (consejo tribal) que desea convocar el antiguo rey, Zahir Shah, puede garantizar un mayor respeto a la dignidad humana y las libertades? Todo esto lo sabremos pronto.

La historia de los pueblos es amenudo una sucesión de carambolas. El ataque fundamentalista al corazón de económico y militar de los EEUU, y la respuesta que este imperio gesta, terminará sacando a las mujeres afganas de su cárcel andante, les devolverá su mirada al cielo.

Los talibanes tienen sus días contados. Por lo demás, el acoso del Frente del Norte y el aislamiento internacional no dan ya mucho respiro a este oscuro gobierno.

La historia humana, carambolas incluidas, tiene su ritmo, por más que a veces nos parezca insufriblemente lento. ¡Ojalá veamos pronto a las mujeres afganas de nuevo delante de las pizarras, al borde de la pantalla de ordenador, o la televisión, acudiendo a la cita que nadie les puede negar con la educación, la cultura y los nuevos tiempos! ¡Ojalá veamos en breve humear esas sábanas-cárcel en medio de una plazas recuperadas para la vida y los ojos desnudos!

 
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