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Nostalgia de selva

La humanidad ya cubrió sobradamente su cupo de cuellos ahogados y pechos acribillados. Iniciamos definitivamente una nueva era en la que ninguna persona, escudándose en ningún código, ni ley, privará a otra de su aliento. Vamos agotando ese triste recurso demasiadas veces utilizado. Sin embargo, la pena de muerte sigue representando, aún en demasiados lugares, el fracaso de la convivencia y la civilidad.

Ya vivimos milenios en la selva, en aquel mundo endiablado regido por el código de la barbarie, por la ley del más poderoso. Corrió mucha sangre hasta entrever el claro de la civilización. ¿Pero qué representa este claro que tanto tiempo tardamos en conquistar? Civilización es un mundo sin horcas, sin sillas eléctricas, sin pelotones de fusilamiento… Civilización es conciencia de que todo ser humano, por mucho que haya errado, dañado, asesinado…, abriga una parte noble, siquiera minúscula, susceptible de engrandecerse. Civilización es creer en la ley de la evolución, confiar en la posibilidad de “reciclaje” incluso del mayor de los asesinos, en su facultad de reinsertarse y retornar a la senda del correcto actuar, incluso de la buena voluntad. Civilización es, al fin y al cabo, fe en que todos los seres, en lo más profundo de nosotros mismos, albergamos una chispa de bondad que puede crecer sin límite…

Civilización puede ser elevado arte, desarrollo económico, cultural…, pero por encima de todo son “Derechos Humanos”, esos mismos derechos elementales de cuya proclamación celebraremos el 58 aniversario el próximo día 10 de Diciembre.

Pese al avance de la civilización en muchas latitudes, aún hay mucha nostalgia de selva. La más preocupante la que padece en demasía el señor del Imperio, no obstante su habilidad en tapar los síntomas de su grave afección con proclamas a favor de la libertad y la seguridad.

El amo del Imperio canta a los cuatro vientos su fe, valor de civilidad, pero nos causa duda y extrañeza una religiosidad pivotada en la venganza, que adolece de compasión y que le lleva a ignorar que incluso ese tirano enrejado en Bagdad es también susceptible de arrepentirse y enmendarse. El inquilino de la Casa Blanca debería saber que las sogas izan fardos, atan paquetes, amarran embarcaciones…, pero son infamia al cuello de cualquier humano, por salvaje que éste haya sido en libertad.

Se trata de simples leyes científicas que deberían conocer quienes pretenden regir los mismos destinos planetarios. Barbaridad más barbaridad genera exactamente lo mismo: más violencia, confrontación, odio, distancia de la civilización y por ende de la paz y la prosperidad... La humanidad del ojo por ojo y diente por diente que defiende el presidente de los EEUU, sólo puede acarrear más caos en Irak. ¿Alguien puede pensar que un Sadam ahorcado puede aportar algún beneficio? Al día de hoy el ex-dictador no puede andar suelto, pero su eliminación, ni está en ley natural, ni favorece a nadie.

La vida sólo pertenece a Quien la ha otorgado y el Supremo Hacedor jamás renuncia a ella, no acalla lo engendrado. Él también creó los mayores déspotas y opresores, entre otras cosas para forjar nuestra voluntad de libertad, para fortalecer nuestra compasión una vez éstos ya apeados y encarcelados.

Diferentes grados de civilización nos aguardan. El más elevado es ese mundo sin tuyo ni mío, basado en el cooperar y el compartir, en el que antes que en nada pensaremos en el bien colectivo. Llegará más pronto que tarde ese día anhelado. Entonces esconderemos las sogas para que los hijos de nuestros hijos nunca sepan que se enredaron en torno a los cuellos. Enterraremos todas las armas para que tampoco sepan que apuntaron a los pechos. Esa gloriosa y fraterna civilización es la que nos corresponde en heredad, la que merece todos nuestros desvelos. Mientras que la alcanzamos, ninguna cuerda ahogando alientos, ni siquiera el más cruel de los tiranos camino del patíbulo.

 
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