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Ancho cielo de lona

Crónica de la Ceremonia del primero de Mayo en Aralar  
Queríamos ver las llamas de las velas danzar sobre la hojarasca, el incienso sagrado inundar el bosque inmenso, la fraternidad perpetuarse junto al latido vegetal, allí arriba soberbio, desbordado. Queríamos unirnos en cuerpo y alma con Amalurra. Las nubes casi negras no nos detuvieron en el valle. Qué mejor cúpula que esa de las mil y un ramas, que ese verde recién despertado de las hojas de las hayas. Qué mejor compañía que la de esos árboles silentes, entrañables, inmensos en altura, en belleza, en entrega.

Los brotes de las nuevas hojas nos rodeaban por doquier con su testimonio de esperanza y nueva vida. Eran tantas las ganas que teníamos de Tierra, de celebrar en la profundidad del bosque, de unirnos en un solo corazón en compañía de las grandes, erguidas hayas, de la magia de los devas y elementales..., que nos llevamos nuestros propios cielos de lona a la espalda. Subimos a cuestas con ese inmenso azul a instalar sobre nuestras cabezas. No sin permiso debido, amarramos a los árboles los grandes toldos que nos iban a proteger de una eventual lluvia. Después de varios años de celebrar entre cuatro paredes, este primero de mayo estábamos decididos a acampar allí arriba, en la montaña, de plantar el altar sobre la hojarasca, no ya más sobre el artificial cemento de un frontón cubierto.



En mitad del frío, parece que la unidad fuera más sentida. En mitad de la arboleda inmensa, todos arrejuntados en torno al altar, todos/as compenetrados/as en unas mismas oraciones, en unos mismos cantos, pareciera que pudiéramos rozar algo de la gloria y el gozo de las Alturas. Los cuerpos en algunos momentos estrechamente enlazados, cerrando el paso al aire de la montaña nos hacían sentir el “Somos Uno” en toda su poderosa y mágica literalidad. Floreció así pues el “lauburu”, símbolo solar y ancestral de la fraternidad entre el musgo y la infinitud de las hojas caídas, floreció la dicha de sentirnos profundamente hermanados en medio de un paraje sobrecogedor.




Celebramos la paz que está llegando a nuestra geografía, la paz que más pronto que tarde alcanzará el último rincón de este planeta bendito. Uitzi y su albergue nos proporcionaron después calor a nuestros cuerpos y su sala grande y su frontón improvisadas pistas para la biodanza, para las danzas universales de paz, para las danzas concheras… Hubo también talleres más “serios”, hubo sí, en los abrazos de despedida determinación de proseguir unidos en medio de esta hora trascendente…



Otra cosa fue bajar de la montaña y entrar de nuevo en el mundo..., otra cosa fue constatar a la noche el desafío impensable al que son sometidas la voluntad de paz de un pueblo, la apuesta hoy sincera de quienes ayer tanto erraron. ¡Ojalá quienes desde lejanas y moquetadas salas, apartados de esos hayedos fascinantes, de sus tiernos musgos, de su naturaleza pura…, dictan de madrugada cuestionables sentencias que prolongan duro pasado, que refuerzan dolorosa confrontación, reparen en la gravedad de sus decisiones! ¡Que el Cielo les inunde con su Luz y discernimiento! Ése es el susurro del viento a la vuelta de nuestros cantos, oraciones y silencios. Ése es nuestro sentido anhelo a la vuelta de la montaña, de nuestro encuentro fraterno allí en las alturas.




Crónica de Aitor Gato y más amplia colección de imágenes en
http://www.portaldorado.com/in.php?doc=7766

 
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