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Salmos junto al acantilado

Breves letras tras feliz estancia en el Monasterio de Suesa  
Han restado pompa y oro a la ceremonia, han vaciado Su sangre en una copa de barro. La otra copa ha sido colmada con un pan cariñosamente amasado. Han vuelto dos mil años atrás, a la simplicidad y originalidad primigenia.

Ingeríamos la Forma y derramábamos emoción, pues tal era la sacralidad, la solemnidad del momento en un lunes cualquiera. La Presencia lo inundaba todo y el Propio Nazareno bien podía haber en aquel momento tomado la puerta y dejado la sala camino del Madero Santo.

Lo que no lograremos describir son los cantos. La letra siempre se mantendrá rendida y absolutamente subordinada a la música. Sólo podemos decir que a las seis de la mañana, desde la cueva oscura del templo fuimos catapultados a las esferas de la gloria merced a sus voces y cítara. A primera hora del nuevo día el sol no acariciaba el cristal. Aún no había astro rey para iluminar el mosaico principal. Apenas dos velas iluminaban tímidamente la reunión de antes del alba. De entre la poderosa intimidad emanarían los primeros y celestiales cantos. Más tarde vendría la misa conmovedora. Todo se habla en femenino, sin embargo no se advierte resentimiento, sólo una acertada mistura ternura y poderío en las “as” con las que siembran el Evangelio. Quizás más que reivindicación es afirmación de que por fin han llegado al altar circular para quedarse.

Las hermanas ataviadas de humilde y sencillo blanco, el sacerdote discreto sumado como uno más en el círculo, nos están demostrando que todo puede tomar nuevo sentido y expresión. Esas religiosas han saltado hacia atrás y se han situado en el punto de partida, como si no hubiera mediado adulterio del mensaje, ni apropiación interesada, ni utilización de Su legado a lo largo de tantos siglos…

Casi a las puertas del Monasterio golpea el mar. Silencio y batir de olas se reúnen para regalarnos días inolvidables. Voy de la celda al templo pasando por la orilla del mar. La oración así no se interrumpe. Empapado de océano vuelvo cada mañana tierra adentro. Cuando el coro, oigo las olas y junto a ellas resuenan las voces celestiales de las hermanas. Todo es sinfonía y belleza desbordada de la Creación.

Sabía que iba a encontrar entre esas piedras algo puro, hermoso y verdadero, pero la realidad ha desbordado felizmente las expectativas. Sabía que mi coche tenía que tomar más pronto que tarde rumbo a ese Monasterio santo, pero lo que no sabía es que iba encontrar reunidas en profundo silencio, en elevado canto, en sentida oración a las primeras y sinceras cristianas.

¡Gracias hermanas de Suesa! Hay silencios que van abriendo futuros, cantos que ya nos acompañan en nuestras sendas, testimonios elevados y puros que nos empujarán siempre hacia Arriba. Desde casa se confunde el sonido de los acantilados de Langre y los salmos de las mujeres de blanco. La vida es más honda, auténtica, sobre todo interpelante, con esos sonidos de fondo. Ya no hay peligro alguno al acercarnos a los abismos y sus fieras olas.

Ahora sé algo más de en qué erramos, por qué fracasaron nuestros pretéritos ensayos. A la orilla del mar, casi enterradas en la arena, entre las vetustas y resonantes piedras, aguardaban algunas importantes claves. No sólo el océano inmenso, no sólo la libertad plena, sino el ritmo, la disciplina y el constante anhelo de superación. No era tampoco bombo y platillo lo que necesitaba nuestro inmaduro intento comunitario, sino cítara, humildad y silencio.

Costó dar a la llave de contacto, rodar por una autopista empapada de lluvia y grato recuerdo. Cuento los días para opositar de nuevo a esa celda pequeña, humilde y vaciada.


* Imagen de la Diócesis de Santander.

Monasterio de Suesa 25 de Abril de 2022

 
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