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¿Dueños del “off”? (Sobre la eutanasia)

Lo anunciaban esta semana los periódicos. La noticia venía con los titulares más grandes: se abre en el Parlamento español el debate de la eutanasia y la muerte digna. Es importante acercarnos a las leyes universales, a las máximas divinas que nos ayuden a formarnos un criterio cabal al respecto de estos candentes temas de actualidad. Es importante considerar las leyes espirituales a la hora de encarar debidamente estas cuestiones tan controvertidas. El derecho a la eutanasia es algo que no deseamos cuestionar, pero sí adentrarnos en la esfera de los deberes, siquiera más internos y vitales.

Es cierto lo que proclaman los defensores de la eutanasia en el sentido de que nadie puede obligar a nadie a vivir. La continuidad del aliento, el agotamiento de la vida física o la precipitación del final, ha de ser una prerrogativa íntima. Con la eutanasia ocurre algo muy semejante al tema del aborto. En ambas delicadas cuestiones ha de prevalecer la suprema ley de la libertad. Esta ley es indispensable para nuestra evolución. Es decir, sólo podemos evolucionar desde el más exigente libre albedrío, aún con el evidente riesgo de equivocarnos. No obstante es la voluntad de atenernos a la ley del amor, al orden divino lo que nos permite hacer un uso positivo de esa libertad. El creernos los dueños absolutos de nuestras vidas, supone en alguna medida obviar nuestra interrelación con las otras vidas, cuestionar esa trama oculta que a todos nos une, olvidarnos de la diversa sinfonía grupal que juntos componemos hasta en nuestro más deteriorado estado. Por lo demás, ¿es la casualidad lo que nos deja postrados y doloridos o es la vida la que nos limita a ese estado?

El humano moderno vierte demasiadas cosas y situaciones en el muy estrecho saco de la casualidad. La vida a través de la creación demuestra ser lo suficientemente inteligente y amorosa para no caer en el puro arbitrio. Quizás proceda quitarle poder a la casualidad y otorgárselo a una vida que nos pone a prueba. Desde esa perspectiva la huida no sería lo más recomendable. Hay mucha ciencia ocupada en posibilitarnos esa fuga, ese escape del dolor, de la enfermedad, de la depresión…, cuando quizás lo que nos tocaba era quedarnos plantados, respirando y explorando la razón y origen de esas situaciones.

Garantizado el derecho incuestionable a la eutanasia, creemos que la verdadera disyuntiva, más de índole personal que pública, se plantea en términos de aceptación o de huida. Aceptación es entregarnos en las manos de Dios o de la Vida que viene a ser lo mismo. Aceptación es creer que el Misterio no es arbitrario que no juega a los dados y nos mantiene clavados en las sábanas por puro antojo; es rendición a una Inteligencia superior que determinará a qué puerta llamará el dolor. En ese sentido morir plácidamente o morir presos del sufrimiento no sería una cuestión de ruleta rusa

A la hora de analizar el tema de la eutanasia hay un factor determinante, a menudo desconocido, a saber que somos nosotros mismos quienes diseñamos nuestras propias encarnaciones. A nada que alcanzamos un mínimo nivel evolutivo, nosotros mismos establecemos, en las dimensiones espirituales, con nuestros Guías, Tutores o Protectores, las circunstancias más adecuadas en las que encarnar y desarrollar la encarnación para poder atender a nuestros más acuciantes retos evolutivos. Los últimos días en la carne no se escaparían tampoco a esa programación prenatal.

Nosotros mismos establecemos nuestras pruebas más o menos duras a la vista de un karma más o menos abultado que hemos de saldar. Morir plácidamente o morir presos del dolor, evidentemente no es algo que escapa a las decisiones previas del alma. Los últimos momentos del cuerpo es algo que también se contempla en esa programación álmica. El desenlace de una dura enfermedad puede ser una agonía o un testimonio de fortaleza interior, amén de todas las variantes intermedias. Nada es gratuito y sin sentido, menos el sufrimiento. Una vez más hemos de dar cuenta del axioma hermético que reza que la casualidad es sólo el desconocimiento de la Ley.

La muerte no es necesariamente más digna por el solo hecho de adelantarla. La dignidad puede tener más que ver con una sonrisa interior que no se doblega. La socorrida máxima del “buen morir” no debiera significar precipitar la hora. Nuestra sociedad mayoritariamente hedonista pretende a toda costa evitar el sufrimiento, sin embargo hay desafíos que podemos atemperar con el uso de determinados fármacos, pero no necesariamente rehuir. No deseamos criticar ninguna muy libre y respetable opción, sin embargo creemos que es la propia vida la que debe hacerse oír. Nada que adelante, nada que retrase una hora que es siempre sagrada, la hora en que, en los mundos internos, decidimos que abandonaríamos el cuerpo. Sagrada es esa hora, porque sagrado es cuanto decide el alma.

No seríamos dueños del “off”, no sería cosa nuestra. Deseamos ir más al fondo en lo que respecta a esa intimidad que mencionábamos. No estamos aún en pleno contacto con el alma y por lo tanto no alcanzamos a conocer toda la razón y alcance de sus designios. Olvidamos que por encima de todo somos esa alma y que la personalidad, sobre la que el alma va tomando control, es a menudo antojadiza. La vida viene de ese Yo Superior o Real Ser y por lo tanto no deberíamos interrumpirla, ni la nuestra propia, ni por supuesto la de los otros.

El alma sabe cuándo hay que abandonar el cuerpo físico, cuándo hay que retirarse a los mundos internos y dejar “la casa vacía”. No habría que precipitar ese momento. No deberíamos ni aferrarnos, ni propiciar la separación del cuerpo ya con el suicidio, ya con la eutanasia. Aunque más mermada en responsabilidad que la del suicidio en plena posesión de la salud física, la eutanasia representaría también un desconocimiento del plan que ha establecido nuestro alma para la encarnación. Desde este lado del velo no es siempre fácil encontrar sentido al aparente “sinsentido”.

Todas las muerte son dignas. No hay nada indigno en todo esto, pero si cabe es importante tomar como referencia la de esos seres que asumen estoicamente su sufrimiento, que lo ofrecen para la liberación de la humanidad, para la emancipación de su propio alma.

Arteixo 29 de Marzo de 2017
http://www.KoldoAldai.org

 
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