A veces me tomaba su mano temblorosa y era ella la que me animaba. En esos momentos daba infinitas gracias a Dios por haber brotado del vientre ahora ya marchito de esa anciana. No sé si debimos precipitar la partida, marcharnos raudos en la ambulancia sin sirena. Hay sufrimientos silentes que allà por donde pasan, van abriendo corazones. Quizás no se cayó al faltarle una vez más el equilibrio. Quizás sencillamente se desplomó en su anciana gravedad para medir mi templanza, mi compostura en un escenario sin chirigota, en medio de los pasillos blancos, entre las almas pesarosas del gran complejo hospitalario. Artaza 16 de Febrero de 2024 |
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