A nuestros mayores les habÃan impuesto todo, por eso a nosotros nunca nos impusieron nada. Fueron muy celosos de regalarnos, entera y sin cortapisas, una libertad de la que ellos y ellas fueron privados. Nos dieron también lo mejor que tenÃan, seguramente pensando que podrÃamos hacer con todo ello un manejo más logrado. Nos compartieron con afecto una religión repetitiva, tediosa, insufrible, por más que bajo la roca imponente del tedio y del dogma, corrÃa el agua viva del amor y la entrega suprema. Estoy convencido de que sólo les interesaba que abreváramos en esa corriente pura. La ignominia de llamada “Cruzada†con la que tantos acólitos sacaron pecho, obligó a otros muchos a callar, si querÃan mantener intacta la dignidad de su credo. Sólo el silencio y la discreción podÃan renovar esa fe mancillada sin escrúpulos. Ahora somos nosotros los hijos de esos silencios y los habremos de manejar con parejo cuidado. Discreción por lo tanto también obliga si anhelamos que una espiritualidad más universal, más desiquetada vaya ganando corazones, tome poco a poco el relevo a una religión limitada y limitante con la que de cualquier forma manifestaremos siempre agradecimiento. Buscaremos el rincón retirado, no se nos ocurrirá clavarnos en loto en los cruces de los caminos. Deseamos heredar, no necesariamente los altares, los catecismos, ni la adhesión a su JerarquÃa, sino ese sentir personal, ese latido secreto, ese aliento casi camuflado; esa misma convicción Ãntima sin alardes, pero ahora más inclusiva, más abarcante, más inspirada en el signo de nuestros tiempos que representa la unidad en la esencia y la diversidad en la forma. Cuando desembarco en Donosti, acompaño a mi madre a la misa de doce en San Ignacio. Llega el momento culminante de la comunión y los fieles se quitan la mascarilla y toman la Sagrada Forma. Son momentos de entrega absoluta, capaces de nublar una historia de imposición, de borrar de la memoria colectiva un pasado equivocado de altar único. Ya no hay nadie que saque pecho. Quien se aproxima al altar sólo busca nutrir esa Presencia sagrada que alberga dentro. No es mansedumbre, es una suerte de rendición a lo Inabarcable que cobra especial relieve en nuestros dÃas excesivamente ceñidos a lo tangible y material. En todas esas almas orantes, cantantes veo a mi padre y su fe que sólo anhelaba sobrevivir en un mundo con seria ausencia de valores superiores. Veo la misma fe reservada, mesurada que sólo quiere regalar a una humanidad urgida un A4 tecleado con ternura. Sin asomo de engreimiento o superioridad, sólo desea musitar casi en silencio aquello de “… yo no busque tanto ser consolado, sino consolar; yo no busque tanto ser amado sino amar; yo no busque tanto ser comprendido sino comprender…, porque que es dando como recibimos, perdonando como somos perdonados y muriendo como renacemos a la vida eterna…†Eskerrik asko aitatxo! |
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