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“Los tiempos de Dios”

“El tiempo de Dios es perfecto, y el tiempo de Dios ya llegará" ha afirmado el candidato venezolano de la oposición en una lección de altura moral, humildad y tesón. En ese alarde de fe y perseverancia también ha añadido: “Sé que hoy mucha gente siente tristeza, pero debemos levantarnos, seguir creyendo que hay un mejor país que podemos tener y lo tendremos.” A veces semejaran de plomo las manecillas de Dios, a veces pareciera que el tiempo no avanzara. Si no que se lo pregunten a Malala la niña de 14 años ametrallada por querer tomar camino de la escuela, de los libros y las pizarras, por suspirar por un mañana de libertad. Las gentes con remanente de fe y de esperanza somos de alguna forma apremiados a creer en esos pacientes, a veces insoportablemente lentos, tiempos de Dios.

Estamos obligados a no tirar la toalla, así haya que aguardar otros 6 ó 60 años para disfrutar de los primeros rayos del alba. Los animales sacrificados para consumo, o peor aún, divertimento humano, la tierra envenenada, las niñas de Pakistán, las víctimas del hambre en el Sahel, los ciudadanos de Homs…, tienen seguramente más motivos para recelar de esos tiempos celestes de tan escasa prisa.

Íbamos a aporrear los Cielos, a presentar nuestra indignación en sus más Altas instancias, cuando vino Capriles a recordarnos que los tiempos de Dios son perfectos y que al final terminan llegando. Lo hizo nada más recibir el duro golpe de la derrota electoral. Los tiempos de los hombres parecieran querer paralizarse cuando Obama retrocede en expectativas, cuando el populismo continúa avanzando, cuando la conciencia humana bosteza… Los progresos quedan en entredicho cuando la Madre Tierra sigue perdiendo, cuando los derechos humanos y libertades elementales no se consagran y Al Asad se perpetúa…, y sin embargo debemos estar preparados para ello. Todo apunta a que Quien controla los tiempos, también quisiera medir el músculo de nuestra de fe, quisiera probar nuestra confianza en sus Planes de seguro tan maravillosos, como a veces incomprensibles.

Aún sin escombros y vida segada alrededor, queremos creer con Capriles que los desconcertantes tiempos de Dios terminarán llegando. No nos queda otra que confiar en ese avance evolutivo tan pausado. Hay que abrigar certeza en esa trama divina, aún en medio del fanatismo galopante, de la inercia popularizada, de la tierra quemada, aún en medio del fuego y la desolación de Homs y Alepo... Al final tendrá razón el joven político venezolano. Los tiempos de Dios llegarán, aún cuando el relevo se demore en muchos palacios y sus férreos mandos, aún cuando Romey esté a punto de triunfar, aún cuando las niñas que quieren aprender las inocentes letras sean ametralladas en Pakistán, aún cuando el oprobio, la ley del más fuerte, la injusticia social y la opresión semejaran tomar ventaja…

Quizás sólo pensar que a Dios se le olvidó poner el despertador, que no le alcanzó el griterío del desagarro humano. Creemos en esos tiempos perfectos que menta Capriles por más que la realidad se obceque en que renunciemos a lo único que nos resta: la esperanza y la fuerza que la debe acompañar. Seguramente tenemos a cada momento lo que merecemos y necesitamos. Nuestra torpe y cortoplacista mirada no alcanza a ver más superiores designios, de ahí la pertinencia de las palabras de Capriles.

Aguardamos que los tiempos de los hombres se sintonicen con los de Dios, que sus manecillas vuelvan a marchar al unísono. Si una niña ametrallada no ceja en ese ideal, no podemos hacerlo nosotros/as. Sí, el tiempo de Dios llegará por más que Malala se debata ahora entre las vida y la muerte, por mas que sus dedos no acaricien el blanco Mac con el que se comunicaba con el mundo. Llegará por más que la sangre siga regando los asfaltos de Siria y las derrotas de otoño reclamen tanto coraje para volver a empezar de nuevo.

Los tiempos de Dios llegarán. Brillará Su Reino que también es el nuestro, nuestra herencia de tierra pura y mantel compartido. Se consagrará la humana fraternidad. Miraremos para atrás y seguramente concluiremos que el largo recorrido necesitaba de todos sus días, con todas su balas, con toda su sangre, con toda su carga de desazón y titánicos desafíos…, para alcanzar tan indescriptible y a la vez ya irrenunciable meta colectiva.

 
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