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Un puente para la esperanza

Sobre los dos Foros mundiales  
La alianza mundial, que en nuestros días se está alumbrando por la paz, va abriendo el camino en la gestación de otras imprescindibles alianzas en torno a problemas de orden planetario.Hay quien se resistía a que estas palabras retumbaran en la cumbre del Foro Económico Mundial: “Mi mayor deseo es que la esperanza que venció al miedo, en mi país, también contribuya para vencerlo en todo el mundo. Necesitamos, urgentemente, unirnos en torno a un pacto mundial por la paz y contra el hambre… Quiero invitar a todos los que aquí se encuentran, en esta montaña mágica de Davos, a mirar el mundo con otros ojos”.

Puerto Alegre estaba dividido entre quienes querían que Lula fuera a Suiza y quienes consideraban que era una “traición” que el mandatario brasileño se desplazara a la ciudad alpina. Los sectores más radicales de la “antiglobalización liberal” deseaban que el obrero presidente no tomara el avión que más tarde le llevaría al escenario del foro de los “poderosos”. La diferencia de criterios a este respecto en la nueva “ciudad de la esperanza” refleja el variado espectro de opinión en el cuadro general de las fuerzas de progreso. En la capital del “otro mundo posible” se han vuelto a concitar corrientes conciliadoras y batalladoras, quienes se abren y tienden puentes y quienes, aún con buena voluntad, se cierran, enquistan y confrontan.

Tanto en la cálida urbe sureña, como en la fría ciudad europea, se evidenció la necesidad de gestar grandes alianzas internacionales en torno a grandes objetivos comunes. Para el establecimiento de este tipo de urgentes pactos, había que empezar puenteando Brasil y Suiza, el foro de los movimientos sociales y el de quienes detentan buena parte de los resortes económicos del planeta. ¿Quién mejor para esta labor de zapador que el viejo tornero y sindicalista?

La cumbre del Foro Social Mundial es muestrario del latir y orientación de los movimientos sociales. Poco a poco se va reduciendo el espacio de una izquierda más preocupada en combatir que en edificar. Cada año se evidencia más el gran reto de las fuerzas emancipadoras de acabar con el esquema, en muy buena medida desfasado, de derechas e izquierdas. En un mundo absolutamente intercomunicado va perdiendo sentido mantener ese esquema de fragmentación.

Cuando comienzan de nuevo a sonar los tambores de una guerra, el postulado de acercamiento en torno a los valores de progreso se torna más urgente. La amenaza de una conflagración de gran alcance reclama las más amplias alianzas, nos empuja a considerar aún más la unidad, en este caso tras el común objetivo de paz. Cuando se engrasan los cañones se valora, en más acertada medida, los puentes entre las naciones, entre las culturas y civilizaciones. Nunca se alzó sobre la tierra una voz tan unánime contra la guerra. La crisis de Iraq es buen ejemplo de como la defensa del universal principio de la paz es capaz de movilizar millones de corazones y voluntades, de salvar enormes diferencias ideológicas y religiosas. Resulta alentador escuchar a líderes de la derecha tradicional como Jacques Chirac, pronunciarse abiertamente contra el ataque a la nación árabe. La alianza mundial, que en nuestros días se está alumbrando por la paz, va abriendo el camino en la gestación de otras imprescindibles alianzas en torno a problemas de orden planetario.

El siglo XXI ya no será el de las ideologías estancas, sino el de anchos puentes. ¿Quién podrá hablar dentro de unos años de derechas o izquierdas? El panorama que se nos pinta es de movimientos y fuerzas que apuestan por los comunes y ambiciosos objetivos de paz, diálogo, tolerancia, libertad, solidaridad, ayuda al desarrollo, defensa de la Madre Tierra… por un lado y movimientos y fuerzas que optan por la competencia, la división, el materialismo y la violencia por otro. Nadie podrá escapar a está definitiva disyuntiva. La amenaza del terrorismo no podrá ser una permanente excusa para hacer dejación de los primeros y primordiales valores.

Abandonar el paradigma de la confrontación es, sin duda alguna, el mayor reto que tiene delante de sí la llamada izquierda política. Atiende al reto de confluir, de minar su bunker ideológico, de convertirse en auténtica fuerza de construcción, liberación y emancipación, o de lo contrario, volcará más lastre al avance de la historia.

Cada vez estamos más lejos de una disyuntiva de izquierda o derecha y nos acercamos a un inexorable cruce de modelo de civilizaciones: sociedades abiertas, solidarias, dispuestas a compartir, a contribuir al alcance de objetivos planetarios y que buscan por todos los medios una resolución pacífica de los conflictos, o sociedades encerradas en sí mismas, en sus propios y exclusivos intereses, atemorizadas, dispuestas a lanzar misiles a todo trapo ante el primer Sadam de turno…; sociedades que ensayan en pluralidad y consenso “otro mundo posible” o sociedades que quieren reeditar el actual modelo, con sus mismos patrones, ahora sí, con diferentes banderas e ideologías a la carta.
En un mundo de impresionante desarrollo de la comunicación y de los cauces de participación, seguir marcando preventivas distancias es puro atraso. La izquierda tradicional puede operar como auténtica fuerza reaccionaria, si no se dispone a salir de su caduco gueto y sumarse a la actual tarea de tendido de puentes. Apremia revisar una conciencia de pantalla progresista, que sigue privilegiando intereses partidarios, sentando abismo con los que no participan de sus particulares postulados.

Las barricadas del pasado son un obstáculo para el mañana. Otrora las distancias era más insalvables entre los humanos. Justos ideales no encontraban cauces apropiados para ser difundidos. En nuestros días ya no es posible hacer política sin buscar acuerdos, sin contar con otras fuerzas de progreso. En el pasado las grandes diferencias ideológicas dificultaban la suma y el encuentro. A menudo la defensa de unos elementales valores comportaba una inevitable confrontación.

Hoy las ONG’s van marcando la pauta. El paradójico objetivo de la izquierda consiste quizá en dejar un día de serlo y convertirse en polo abierto de solidaridad y progreso. Las alianzas cada vez se gestan menos en torno a las ideologías y más en torno a principios universales. La ideología se va reduciendo a una desarmonizadora herencia del pasado, que comporta inevitablemente división y lucha de intereses, no posibilita la unión que concitan en torno de sí los valores humanos.

El presidente Hugo Chávez, también presente en Puerto Alegre, es en nuestros días quizá el más patético ejemplo de una izquierda estimulada por un primordial ánimo de confrontación. Junto a él, un poco más al sur, su homónimo proclama: “Soy el presidente de todo el pueblo brasileño y no sólo de aquellos que me votaron. Estamos construyendo un nuevo contrato social, en el que todas las fuerzas de la sociedad brasileña estén representadas y sean escuchadas”.

Luis Ignazio Lula da Silva representaría la otra izquierda de brazos abiertos, curada de todo resentimiento, una izquierda dispuesta a sumar lo más posible, que no renuncia a sus valores de justicia social, pero que a la vez entiende que “el otro mundo posible” es un reto de absolutamente todos, no patrimonio de los de la boina roja.

Dos grande hombres están liderando las fuerzas de progreso en América y Europa. Ambos han desembarcado tras su particular y largo itinerario en principios de síntesis y de pragmatismo. Salvando las evidentes diferencia de contexto y de cargo, Lula y el ministro verde alemán Joska Fisher dan a entender que es llegada ya la hora de crear y no sólo reivindicar, el momento en que se dan las condiciones para construir desde las instancias políticas un nuevo y solidario mundo. Ambos se encuentran con la resistencia de quienes, en sus propias filas o entorno, aún se sienten más cómodos con la eterna demanda, plante y confrontación.

Difícilmente podemos imaginarnos unas futuras generaciones que sigan discurriendo en clave de izquierdas y de derechas. Ellas, más realistas, harán sola frontera entre los que construyen y suman y los que no construyen y restan, entre quienes abren sus mentes y corazones y entre quienes los blindan. La dinámica política no puede estar sólo basada en la protesta, es llegado ya el momento de abandonar esbozos para crear realidades, para encarnar elevados suspiros, es llegada la hora esperada por generaciones de revolucionarios y soñadores de poner los sueños a caminar y no exigir que otros los paseen.
Aún y si en Davos el aforo se hubiera llenado de voces belicistas, que no ha sido el caso, aún cuando se hubieran cerrado a toda innovadora apuesta de construir un mundo más justo, aún cuando la reacción mundial hubiera hecho piña en la cita suiza, hubiéramos deseado un Lula en la ciudad nevada. Nadie puede alcanzar a ver el poder contagioso de la esperanza. Los aplausos fervorosos que cerraron las palabras del presidente soñador dan constancia de ello.

Koldo
www.portaldorado.com

 
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