El clamor de la independencia no alcanza a rozar nuestra alma. Seguramente no estamos para más fragmentaciones, seguramente habrá que arbitrar más desarrolladas autonomÃas en el marco de Estados plenamente confederados. Muy probablemente el humano no puede rayar más alto que el sentimiento de fraternidad de los pueblos y sus gentes, su siempre latente y excelso ideal. Más pronto que tarde habremos de abrazar el supremo principio de la unidad en la diversidad. Pero todo ello en un marco de absoluta libertad. Ceda ya a estas alturas toda suerte de imposiciones. Llevamos cargando con ellas demasiada historia. La unión sólo hace la fuerza cuando es libremente asumida, nunca de otra forma. ¿Cuándo será el dÃa en que desde Madrid oigamos decir a los Gobiernos del PaÃs Vasco y Catalunya?: “Haced uso del poder que a vuestros Parlamentos soberanos asiste, pero vaya por delante que no deseamos que os marchéis. Os queremos con nosotros.†El cansino y enconado conflicto territorial concluirÃa con esa ineludible rendición a lo cabal, a lo evidente. Ese dÃa se dejarÃan de fabricar independentistas a todo trapo a fuerza de palabras gruesas y cruzada mediática. Ese dÃa o en el siguiente, cuando llegara la hora de las urnas debidas, serÃamos seguramente mayorÃa los catalanes y vascos que optarÃamos por no segregarnos; por unir para siempre, con respeto de una amplia autonomÃa, nuestros destinos al del resto de los pueblos hermanos de España. El incremento de la opción soberanista no debiera sorprendernos. Atar sin preguntar genera inevitablemente aspiración a la independencia. Imagino que ésta representa sobre todo una asfixia de mantenerse en una casa común, donde aún no se consagran todas las libertades. Quienes quieren marcharse no encuentran futuro en un marco que adolece de ese oxÃgeno indispensable. La conculcación del legÃtimo derecho de autodeterminación es lo que más provoca la estampida. Es sobre todo el error de la imposición el que invita al trauma, a veces ineludible, de la separación. El Estado español arrastra un cierto déficit democrático, a estas alturas del siglo XXI, difÃcilmente comprensible. Sirva la confesión llana, pero aplastante del polÃtico conservador, de ejemplo por aquà para sus correligionarios y aliados, anclados aún en ese anacrónico, “ordeno y mandoâ€. Para seguir unidos hay que abrir la puerta de salida, permitir recorrido a quien quiera realizar su itinerario de forma más independiente. Para seguir unidos lo último que se deberÃa hacer es tratar de impedir que cada pueblo decida sobre su futuro. La prohibición y el miedo rompen, la libertad y la mutua confianza son los que terminan a la postre sentando las bases de una sincera, plural e inquebrantable unidad. |
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