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“¡No os vayáis.”

“¡No os vayáis. Queremos que os quedéis!”Así de elocuente y humano, así de sincero se ha manifestado el primer ministro británico. ¿Cuán lejos de la imposición pura y dura tan arraigada por estos lares? Quizás Gran Bretaña pertenezca a otra recóndita galaxia. Quizás Escocia orbite en otro sistema. A veces aplastantes, telegráficas lecciones llegan desde las esferas más insospechadas, desde los entornos políticos menos esperados. ¿Cuán lejos aún los dirigentes de Madrid del ejemplar llamado de Cameron? Londres permite el referéndum por la autodeterminación de Escocia, a la vez que se abre en corazón y les pide a sus vecinos del Norte: “No os vayáis”. A veces la política puede ser así de clara y sencilla, al tiempo que rotunda. Hay una carga de humildad encomiable en la declaración del dirigente conservador.

El clamor de la independencia no alcanza a rozar nuestra alma. Seguramente no estamos para más fragmentaciones, seguramente habrá que arbitrar más desarrolladas autonomías en el marco de Estados plenamente confederados. Muy probablemente el humano no puede rayar más alto que el sentimiento de fraternidad de los pueblos y sus gentes, su siempre latente y excelso ideal. Más pronto que tarde habremos de abrazar el supremo principio de la unidad en la diversidad. Pero todo ello en un marco de absoluta libertad. Ceda ya a estas alturas toda suerte de imposiciones. Llevamos cargando con ellas demasiada historia. La unión sólo hace la fuerza cuando es libremente asumida, nunca de otra forma. ¿Cuándo será el día en que desde Madrid oigamos decir a los Gobiernos del País Vasco y Catalunya?: “Haced uso del poder que a vuestros Parlamentos soberanos asiste, pero vaya por delante que no deseamos que os marchéis. Os queremos con nosotros.”

El cansino y enconado conflicto territorial concluiría con esa ineludible rendición a lo cabal, a lo evidente. Ese día se dejarían de fabricar independentistas a todo trapo a fuerza de palabras gruesas y cruzada mediática. Ese día o en el siguiente, cuando llegara la hora de las urnas debidas, seríamos seguramente mayoría los catalanes y vascos que optaríamos por no segregarnos; por unir para siempre, con respeto de una amplia autonomía, nuestros destinos al del resto de los pueblos hermanos de España.

El incremento de la opción soberanista no debiera sorprendernos. Atar sin preguntar genera inevitablemente aspiración a la independencia. Imagino que ésta representa sobre todo una asfixia de mantenerse en una casa común, donde aún no se consagran todas las libertades. Quienes quieren marcharse no encuentran futuro en un marco que adolece de ese oxígeno indispensable. La conculcación del legítimo derecho de autodeterminación es lo que más provoca la estampida. Es sobre todo el error de la imposición el que invita al trauma, a veces ineludible, de la separación. El Estado español arrastra un cierto déficit democrático, a estas alturas del siglo XXI, difícilmente comprensible. Sirva la confesión llana, pero aplastante del político conservador, de ejemplo por aquí para sus correligionarios y aliados, anclados aún en ese anacrónico, “ordeno y mando”.

Para seguir unidos hay que abrir la puerta de salida, permitir recorrido a quien quiera realizar su itinerario de forma más independiente. Para seguir unidos lo último que se debería hacer es tratar de impedir que cada pueblo decida sobre su futuro. La prohibición y el miedo rompen, la libertad y la mutua confianza son los que terminan a la postre sentando las bases de una sincera, plural e inquebrantable unidad.

 
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