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PARAGUAS DESCONOCIDO

Muy negras nubes acechaban ya en la Zurridla, pero fue en Reina Regente, casi ya en la Bretxa, cuando los cielos quisieron descargar toda su agua. La cornisa de la esquina apenas podía cubrir a mi madre y su carrito. Todo ocurrió en el breve lapso de cinco reveladores minutos el pasado sábado un poco después del mediodía.

Primero se acercó una joven con su paraguas. Tras sus gafas negras yo trataba de escrutar el rostro conocido, pero en ninguna facción se terminaba de reflejar ese semblante familiar. Simplemente era una mujer anónima que gentilmente se brindaba a taparnos, incluso a acompañarnos donde fuera necesario. Al poco un hombre se detuvo junto a nosotros y nos sugirió ir a refugiarnos bajo un ancho toldo que impediría seguir mojándonos. Finalmente traspasamos la puerta de un establecimiento donde la persona que lo regentaba nos hizo ademán de entrar más adentro…

El sábado derramó nuevas tormentas sobre nuestra ciudad, sin embargo clareaba sobre nuestros corazones. Bajo ningún concepto podemos perder la fe en nuestra humanidad, en nuestra pequeña humanidad de Donosti, en la grande que se extiende por todo el planeta. La gente amable y de buena voluntad está cambiando el mundo de forma silenciosa. Con gestos cotidianos, aparentemente insignificantes, está alumbrando una nueva y esperanzadora realidad.

“No, definitivamente, no nos gusta la fruta”, sobre todo aquella perdida por los calores y la animadversión, tampoco la falta del mínimo decoro que se prodiga por ciertas altas esferas. Nos gusta el paraguas de la joven desconocida que nos cubre contra el chaparrón repentino, que nos guarece contra una intemperie más pertinaz en medio de estos convulsos tiempos.

 
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