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Llamas

Nos emocionó ver en la televisión ese mar de banderas tibetanas en las calles de Paris al paso de la bandera olímpica... Sentimos llegar un nuevo tiempo de plenos derechos y libertades para todos. Nos pusimos a escribir, entre otras razones para testimoniar agradecimiento a ese humilde monje que tanto tiene que ver con la solidaridad planetaria generada en favor de tan noble causa. El Dalai Lama y el pueblo tibetano con su firmeza, compasión y no-violencia han logrado mover el mundo. ¡Gloria!

La llama es luz, calor, fuego de amor… La llama ilumina, une, calienta, abriga… Por eso gustamos de pasear llamas, de entronizarlas en actos y ceremonias, recuerdo de la fraternidad que fuimos, de la que, ojalá, volvamos a ser.

Pero en este mundo confuso no todas las llamas son verdaderas. En esta sociedad de despiste no todas iluminan, unen y abrigan. Excepcionalmente las hay que engañan, que pretenden ocultar el oprobio, la explotación y la represión del hombre por el hombre. Por eso miles de policías no pueden proteger esa fría llama olímpica que en estos días se pasea por las grandes capitales; por eso la encierran en autobuses y la esconden en la noche. Sólo las llamas poco nobles se ocultan cuando cae el día. Las llamas que evocan elevados ideales no necesitan ser protegidas. En la oscuridad fulguran y engrandecen.

Un movimiento de solidaridad mundial se ha levantado espontáneamente en favor de una llama verdadera, la que sostiene el Dalai Lama y el pueblo tibetano en pro de la no-violencia, la reconciliación y el diálogo. ¿Quién podría entender los mares de banderas tibetanas en París y Londres, si su causa no representara tan puro, generoso y noble empeño?

Hoy la bandera de “Free Tibet” es la bandera de “Free humanity”, como si la humanidad quisiera desembarazarse de una vez por todas de los regímenes que la lastran y frenan en su evolución. “Free Tibet” es en realidad el ultimátum a las tiranías, a los anacrónicos gobiernos que, aún al día de hoy, cercenan derechos elementales y libertades, clamor ya inaplazable que corre de boca en boca, de geografía en geografía. ¿Quién podría entender esa ola inmensa de solidaridad, si no es gracias al liderazgo de un humilde monje que, pese a la gran injusticia y la cruel violencia padecidos, jamás cedió al resentimiento, al odio, menos aún a la violencia? ¿Quién podría entender esa simpatía planetaria por la causa tibetana, si el Dalai Lama se hubiera frenado en su profunda y ejemplarizante compasión para quienes han causado tanto mal a su pueblo?

Hace medio siglo que el ejército chino invadió Tíbet, causando el exilio del Dalai Lama y de miles de monjes budistas. La invasión originó la muerte de un millón doscientos mil ciudadanos tibetanos. Se apropiaron de gobierno y territorio y al día de hoy, la administración china aún no se aviene siquiera a arrancarse en diálogo. China podría mañana pasear tranquilamente por todo el planeta su llama olímpica. Bastaría con llamar al Dalai Lama a dialogar y así comenzar a explorar vías de resolución del contencioso. ¿Quienes no se dignan siquiera a dialogar, cómo pueden llevar la llama de la armonía y la amistad por todo el mundo?

Los Juegos Olímpicos debieran celebrarse, pues entre otras razones, la humanidad no puede despreciar esta oportunidad que cada cuatro años se le brinda para sentirse unida. Sin embargo, la no participación en la ceremonia oficial inaugural se presenta como una oportunidad única para que los mandatarios de los pueblos y las naciones del mundo se ausenten y con su ausencia dejen clara la determinación de no transigir con quienes vulneran los más elementales derechos humanos.

La tímida postura del gobierno español que aún no ha recibido al Dalai Lama, podría ser reconsiderada. De no variar las autoridades chinas su política con respecto a Tíbet y Darfur, amén de su propia política dictatorial interna, nuestro gobierno debiera comenzar a cuestionarse, como lo están haciendo los mandatarios de otros países, su presencia en la ceremonia inaugural. No debería ser preciso recordarles al señor Moratinos y al señor Zapatero que la defensa de principios y valores primordiales ha de prevalecer sobre la economía.

Levantemos y paseemos las llamas verdaderas. Las que nos unen y no separan a los humanos, las que garantizan nuestros derechos y no los conculcan. Levantemos y paseemos la verdadera llama de la esperanza, la que anuncia que absolutamente todos los hombres y mujeres de cualquier nación, credo y raza volveremos a ser libres, con nuestros plenos derechos rehabilitados; la que proclama que podemos volver a vivir como hermanos.

 
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