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Una sola Meca

A más de un aldeano nos ahorraron un viaje. No creo que sus respectivos organizadores lo hicieran a propósito, pero en verdad es de agradecer que dos grandes Mecas, una de vida natural, Biocultura, y la otra de nuevas tecnologías, el SIMO, se celebraran a comienzos de este mes, de forma casi simultánea en la capital de España. Transité en el lapso de unas horas desde la aldea rústica a la digital; desde una atmósfera pastoril de pan horneado, velas perfumadas y manzanas biológicas, a los pabellones enmoquetados y sembrados de yuppies de las punto.com.

Entre el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo y el Ferial de Juan Carlos I, podíamos buscar bien quinientos años de diferencia, bien ninguno. Todo depende de los ojos con los que nos paseáramos. Lejos de lo que los fundamentalistas de uno y otro mundo nos predican, no son dos realidades antagónicas, sino vitalmente complementarias.

Hacen falta máquinas poderosas y redes veloces que nos conecten a los soñadores de todas las latitudes, que nos proporcionen cercanía en el marco planetario de nuestra conspiración pacífica y silenciosa. Hacen falta nuevas herramientas y “software” para ir co-creando entre todos un nuevo mundo, para ir encarnando en las artes, la educación, la economía, la sociedad… tantos proyectos emancipadores, tantos sueños postergados. Por su lado, la revolución digital necesita elevados empeños que la justifiquen, so pena de malograrse como simple máquina de hacer fortunas, o dilapidando su potencial con la “Play Station 2”, o matando Sadams virtuales; so pena de no encontrar fines más elevados que la mejora de la puntería de los misiles de última generación o la exportación de la guerra a las galaxias.

No podría decir dónde disfruté más, en “hippilandia” o “digitilandia”, con las gentes de “Lakabe”, “La Osa”, “Rehabitar”, “Vegetalia”, “Zuhaizpe”…, con tantos viejos amigos que tienen sellada la utopía en su ADN, o con los veinteañeros de Hispalinux que se están dejando los dedos en el teclado para servirnos un “software” gratuito, al alcance de todo el mundo. De entrevistar a una mujer que vive recolectando raíces y frutas en la Sierra de Gredos, pasé a fusilar a preguntas a un “makero” encorbatado acerca del nuevo sistema operativo de la casa de la manzanita. De conspirar junto a los de la Red de Ecoaldeas, pasé a tomarme unos “pinchos” a la cuenta del Gates en el “macro-stand” de su firma. Brindé a su salud, pues al fin y al cabo él y quienes nos proporcionan herramientas y aplicaciones más sencillas y eficaces, contribuyen también, pingües beneficios de por medio, a desarrollar nuestro potencial creador, a vincular a los humanos, a sentirnos más cerca los unos de los otros.

Clausurada la gran feria verde, descargué las berenjenas ecológicas y el aroma de exóticos inciensos, planché la camisa, me encajé una chaqueta y puse rumbo a la ciudad del futuro con careto de “megafascinado”. Al rato estaba de nuevo en el metro, en dirección al “Campo de las Naciones”, hacia esa moderna estación donde se reúnen en un monumental mosaico los pueblos y las razas, espléndido andén que ya anuncia algo de ese mundo unido que también puede representar la SIMO.

Comenzaba la escalada del “alucine”: pude hablar por los teléfonos que incorporan imágenes, sacarme foto digital e imprimirla al instante en una resolución de puro asombro, escribir con lapicero electrónico en un potente “Notebook” sostenido por una sola mano, deleitar mis oídos con minúsculos reproductores MP3 con capacidad para 4.000 canciones, retornar a la más inocente infancia a través de maravillosas creaciones animadas realizadas con ordenadores de fuerza increíble…, por supuesto todo pantallas planas, diseños futuristas y gran aumento de dispositivos inalámbricos (e-mobility). Navegué hasta “ajar las velas” por el sistema ADSL y sólo abandoné la máquina hasta que me prometieron que futuros satélites llevarán también esa banda ancha hasta nuestras zonas rurales.

Reconozco que me seduce esa síntesis de naturaleza viva y mundo virtual, que me embruja ese mestizaje entre lo mejor del ayer y del mañana. Hasta hace bien poco el campo era belleza , sencillez, pero a la vez lejanía, postración. La elección de vida natural, era también una opción que, en muy buena medida, te sacaba del mundo, cortaba la comunicación y te alejaba del latir del momento. Hoy, ya no es preciso elegir entre un asfalto conectado y un campo relegado. A través de la pantalla, la ciudad y su otrora privilegio de comunicación, nos llega a los santuarios de paz y sosiego que, cada vez para más gente, representan nuestros hogares en la naturaleza. Un día sí y el otro también, agradezco la “suerte” que hoy nos asiste, merced a la revolución cibernética, de estar en contacto con la Madre Tierra y a la vez con el mundo y la gente que trabaja por un nuevo tiempo. El desarrollo tecnológico avanza veloz, las posibilidades que pone a nuestro alcance eran hasta hace bien poco impensables. Es por ello preciso digerir tanto volumen de adelantos, reposar la fascinación ante tan talentosos “bytes”. Necesitamos kilómetros de arboledas para meditar sobre este momento trascendente. Vivimos la mayor revolución de todos los tiempos. Definitivamente ni la azada, ni la imprenta, ni el motor a vapor, supusieron un salto como el que ahora damos.

Necesitamos muchos senderos de otoño para acertar a utilizar de forma positiva las oportunidades que se concitan en nuestros días. Necesitamos inmensos prados y valles para pasear nuestras reflexiones acerca de un presente tan crucial. Urge por fin hacerlo bien. Los nuevos y desconcertantes adelantos han de ser para abrir los horizontes colectivos, nunca ya para explotación y beneficio de unos pocos. La navaja se afila un poco más cada día. Caminamos toda la humanidad sobre un filo crucial. Ahora o nunca: o utilizamos las nuevas tecnologías y el inmenso potencial que las acompaña para el bien, el progreso, la solidaridad y la unidad planetaria, o el espíritu de competencia, el lucro, la división y el conflicto, aliados con tan poderosa ciberartillería, barrerán de la faz del planeta aquella civilización fraterna y elevada que pudo haber sido.

Los miles de programadores altruistas de Linux esparcidos por todo el mundo construyen, cada quien desde su pantalla, un nuevo sistema operativo con su correspondiente colección de programas. Todos los avances y descubrimientos los ponen inmediatamente en común. El interés personal queda subordinado a la gran obra colectiva de crear un nuevo “programa madre” gratuito para los ordenadores. Los amigos del pingüino en realidad nos están dando la lección del milenio, al animarnos a investigar también de forma colectiva el “modus operandi” del futuro, a explorar, ya en la dimensión física, cada quien desde su rincón, “el otro mundo posible”. Nunca tuvimos tanto poder para ordenar e iluminar nuestro futuro global. Al caer el día y callar la pantalla, necesitamos inmensos cielos abiertos, para interrogarnos bajo su bóveda infinita, sin luces de artificio, sobre nuestro destino cada día también más inmenso. Por fin podemos “fabricar” entre todos una respuesta convincente, atender a ese interrogante de forma colectiva, ir desenmarañando aquí y allá el “sistema de operar” de la nueva sociedad digital: o cooperación, desarrollo sostenible, igualdad de oportunidades, fomento universal de la comunicación o nueva barricada entre el “homo digital” y el de la pizarra; jardín de disfrute colectivo o nueva excusa de abismo entre quienes acarician “mouses” y quienes los persiguen infructuosamente por interminables submundos.

No concibo mi mañana sin un balcón a los naranjas y ocres del otoño, sin un cordón de belleza natural y sosiego alrededor de la casa, sin una pantalla que me conecte a amigos del mundo entero… No concibo una aldea global sin su pulmón verde ya sanado, sin sus parques y bosques reinstaurados, sin sus mares y océanos rehabilitados, sin sus cientos de millones de pantallas riéndose de la distancia y haciéndonos sentir como hermanos. No concibo un futuro sin una armonía entre la ventana digital y la ventana de una vida natural, sencilla y gozosa, por fin al alcance de todos.

En realidad, no hay dos Mecas, perseguimos una sola y superior meta: un planeta reinstalado en todo su esplendor de paz y belleza, albergando una sola raza, unida en un ideal fraterno, conectada “a banda ancha” hasta en sus más lejanos confines.


Zubielki 13 de Noviembre de 2002

 
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