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¡Gracias Sol!

El rayo no anula el deseo, pero lo aguijonea, lo despista, lo cuestiona. En algún lugar del universo hay un Ser que solo vive para dar; para dar a cada instante, sin medida, sin parar, luz, calor, ternura, sublime caricia… Nunca pide nada a cambio. Nuestro deseo se puede sentir apocado, disminuido, desconcertado, por qué no avergonzado. Hay una sana vergüenza que nos ayuda a tomar conciencia de nuestras más altas metas.

Al exponer el cuerpo al sol hacemos presente en cada una de nuestras células ese testimonio sin par. Al salir al paso del astro rey, podremos más fácilmente olvidar otras caricias, podremos acordarnos de que por encima de todo estábamos para dar, cada día más, cada día esperando menos a cambio.
Ahora que llega el verano, unirnos al sol cada mañana, nos puede ayudar a consideramos de día en día más emisores, más dadores de vida, de luz y compasión; nos puede ayudar a prescindir de otra unión entre las sábanas, con una luz más callada, unión a menudo más exigente, más condicionada.

El Misterio izó el sol a los cielos para que eleváramos nuestro corazón, nuestra mirada. El sol no fulmina, no aplasta el deseo, pero lo desorienta, lo cuestiona como nada, ni nadie. Todo eso me decía el Sol esta mañana que ya anuncia el estío y yo quiero seguir su senda por encima de las más altas cumbres imaginables. Quiero olvidarme de las sábanas que aprisionan, del deseo que las habitaba. Quiero ir al encuentro de ese Amor que no espera nada a cambio, que nunca calla.

* Así lucía el Sol esta mañana desde mi ventana.

 
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