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América de nuestra esperanza

Hablan las antiguas profecías indígenas de América de un despertar de su vasto territorio en nuestros días, de un liderazgo en diferentes ámbitos que el continente estaría llamado a ejercer sobre el conjunto de la humanidad.
En América y el mundo entero, el eje de la esperanza lo constituyen la red de voluntades creadoras, dispuestas a participar activamente de un cambio en positivo en todos los órdenes de la actividad humana. La verdadera conspiración de la esperanza constructiva, silenciosa, pacífica…, pero no por ello menos efectiva, tiene más que ver con la socialización de valores, que de improperios, de ahí su pasaje de triunfo.

La llegada del líder indígena Evo Morales a la presidencia boliviana y la consiguiente consolidación de un eje “revolucionario” junto con Castro y Chávez, ha despertado no poco entusiasmo en muchos sectores de la izquierda radical.

Sin embargo, no promete precisamente lo que más suena. América Latina vive su hora suspirada que no necesariamente coincide con lo que se proclama en titulares. Esta hora no viene con probabilidad significada por el reforzamiento que Morales proporciona al mencionado eje, sino por otros factores como el desarrollo de la conciencia popular y la maduración del liderazgo social, político y económico en todas sus latitudes.

Los verdaderos cambios apenas meten ruido y dan pasto a los “media”. El evidente progreso, las auténticas trasformaciones en el seno de los pueblos y las naciones latinoamericanas apenas conquistan titulares, pero merece la pena reparar en ellos: pobreza y explotación que merman; educación, conciencia, autoestima popular, autoorganización, cultura democrática que poco a poco van en aumento. Lejos ya las Dictaduras de Seguridad Nacional que tiñeron de dolor y opresión en las décadas anteriores la mayor parte de su geografía, emerge por fin una clase política moderna, democrática, liberada de corruptelas y más preocupada por servir al pueblo que de servirse del mismo. No obstante, residuo de aquellos tiempos oscuros son los regímenes populistas que han medrado a la contra de aquellos y otros excesos.

La historia nos ha demostrado de forma reiterada que un programa de gobierno no se puede reducir a la pura y constante confrontación. El simplismo del liderazgo de consigna deriva a menudo en falacia y nueva opresión. Los pueblos y las naciones latinoamericanas progresan y ya no se les puede domar a la contra de una oposición política o un enemigo foráneo. A estas alturas de la historia, el conjunto de la población se haya más capacitado para manifestar libremente su potencial creativo en el desarrollo de alternativas válidas, coherentes, esperanzadoras con respecto al sistema económico y social dominante. El verdadero eje de la esperanza lo constituyen por lo tanto las instituciones y movimientos capaces de progresar, de superar el paradigma de la confrontación y de ir implementando en sus marcos y geografías respectivas esa alternativa.

No somos más libres a fuerza de insulto y bravata ante el imperio; ficción de sentirnos liberados a cada palabra que hiere, en vez de a cada ladrillo que construye. El viejo mundo fundado en los valores de egoísmo y competitividad no es preciso tumbarlo; caerá por sí mismo, se desmoronará al ver surgir a su vera una nueva civilización más justa, armoniosa y próspera, basada en el compartir y el beneficio común, no en el de las minorías de cualquier signo que éstas sean. La confrontación genera el odio y éste jamás será el camino.

Servir al pueblo no es confrontarlo día sí y al otro también con el imperio, sino trabajar por su progreso y genuina liberación, por elevar su nivel de instrucción y de conciencia. Gobernar el país a golpe de consigna antiimperialista entraña fatales riesgos, principalmente el de la patente de corso que se autootorga el gobernante, pudiendo éste incurrir en los mayores despropósitos sin ser por ello siquiera censurado.

No nos llevemos a engaños: el eje Castro-Chávez no es el eje de la esperanza, mientras que no acaben con su restricción de libertades, con su política de visceral confrontación. El eje de la incipiente esperanza lo constituyen líderes como Nestor Kirchner, Vicente Fox, Luis Ignacio Lula, Michelle Bachelet…, con todas sus fallas, con sus grandes diferencias entre ellos, pero al fin y al cabo preocupados en la maduración y progreso de sus respectivos pueblos, no en granjearse un apoyo ficticio o mercantilizado. En América y el mundo entero, el eje de la esperanza lo constituyen la red de voluntades creadoras, dispuestas a participar activamente de un cambio en positivo en todos los órdenes de la actividad humana. La verdadera conspiración de la esperanza constructiva, silenciosa, pacífica…, pero no por ello menos efectiva, tiene más que ver con la socialización de valores, que de improperios, de ahí su pasaje de triunfo.

“El otro mundo posible” se aplica por lo tanto en construir más que en derribar. El Foro Social Mundial nacido al amparo del partido de Lula en Porto Alegre es evidente testimonio de esa esperanza en gestación, de ese otro mundo posible. El Foro cuya sexta edición tendrá lugar entre el 24 y 29 de Enero en Caracas (Habrá un prólogo en Bamako - capital de Malí), es quizás el mayor laboratorio mundial de alternativas.

Sin embargo sobre esa ilusionante alternativa pesa igualmente la tentación de la confrontación. El Foro de la capital venezolana se presenta en este sentido clarificador. ¿Será este inconmensurable movimiento mundial mayoritariamente capaz de mantener su independencia ante el gobierno bolivariano o por el contrario, esta macro reunión de la esperanza se echará a los anchos brazos del presidente y se teñirá de chavismo? Ya se ha desatado el protocolo de seducción con los nueve millones de dólares concedidos por el gobierno a la iniciativa. Es preocupante que se haya aceptado ese dinero, cuando precisamente el Foro de hace un año de Mombay estuvo sumido en la más absoluta precariedad por el rechazo de ayudas económicas que varias importantes empresas deseaban prestar.

En cierta medida, muy semejante tentación gravita sobre quien será nombrado en breve, primer mandatario boliviano. Concedemos a Morales más que el beneficio de la duda. Aún es custodio de esperanza, puesto que su opción de necesarias grandes reformas sociales y económicas se ha alzado democráticamente en el poder, no por la armas, ni por maniobras electorales. Bien es verdad que sus dos primeros saltos a Caracas y La Habana no han contribuido precisamente a consolidar una posición de independencia política.

Se suman los interrogantes del mismo signo. ¿Logrará el activista indígena encarnar a un estadista progresista comprometido con su pueblo, pero a la vez maduro, razonable, constructivo? ¿Seguirá la senda de un Lula preocupado por el pan, el progreso y la educación de su gente, o la de Chávez sólo interesado en empujar a sus súbditos a su barricada?

Erramos muchas veces, asaltamos muchos palacios, desvalijamos muchos imperios, siempre pensando que eran los últimos… Fueron cayendo uno a uno los espejismos que época tras época con dosis de furia e idealismo, pero sin madurez, fuimos construyendo… El futuro ya nos ha alcanzado. Llegada es la hora de las verdades. ¿Seguiremos situando siempre los monstruos fuera, o seremos capaces de concluir que el otro mundo posible depende más de nosotros mismos, de nuestra valentía, creatividad y coraje, de nuestra capacidad de sobreponernos a las dificultades del momento? ¿O por el contrario, seguiremos echando la exclusiva culpa al imperio de que aún la utopía disponga de tan acotado terreno, de que apenas cuente con los cimientos de unas piedras cansadas de aguardar encima una nueva, prometedora y fraterna civilización?

 
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