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REORDENAR LOS RETOS

Esta guerra infame y a destiempo nos ha mutado por completo. Nunca previmos este “tsunami” en nuestro sistema de pensamiento. Las grandes batallas eran de los abuelos y de su turno tan lejano, tan duro. ¿Ya bien entrados en el siglo XXI, quién podría esperar este sorpresivo paréntesis, este trágico punto y aparte? ¿Quién que grandes ciudades de repente escombros, que los tanques se pondrían a rodar impunes sobre el barro y asfalto ajenos, llevándose vidas y hogares, destrozando todo a su paso? ¿Quién a estas alturas que la fuerza aplastaría con tanta crueldad, de forma tan inmisericorde a la razón?

Resulta que había que retornar a la anacrónica casilla de salida, renunciar, siquiera de momento, a otras causas nobles y volver a la defensa de lo primario y elemental, los básicos y universales derechos humanos. Ucrania nos ha mostrado muchas cosas, quizás demasiadas, más de las que podemos alcanzar hoy por hoy a digerir. De momento nos ha enseñado a jerarquizar los retos y problemas. La acometida tan terrible de las fuerzas involutivas ha reordenado nuestras aspiraciones, las ha renumerado. Muchas de ellas se hallan de momento relegadas, en compás de espera, que no necesariamente olvidadas. La atrocidad de Putin nos ha obligado a reamueblar nuestras mentes a marchas forzadas. 

Las fosas comunes de civiles, los crímenes contra la humanidad, la huida obligada de su tierra de tantos millones de hermanos ucranianos, el músculo que exhibe la brutalidad…, han alterado por completo nuestro mapeo de prioridades; nos han apremiado a repensarnos y repensar el mañana como pocas razones hasta nuestros días. Nuestras banderas se han achicado, seguramente les bastaba con menos tela. Nuestras cuitas cobran una dimensión más recatada. Ahora sabemos de la importancia de nuestras estrellas unidas, de nuestra Europa armonizada. Ahora cobramos conciencia del valor de este viejo continente que llevamos décadas cohesionando.  

Las reivindicaciones pretéritas no es que fueran baladí, pero la barbarie que vemos todos estos días por la tele, las devuelve a su auténtico relieve. No es que los saharauis no merezcan su añorado trozo de desierto, es que quizás primaba intentar apagar los pequeños fuegos ante la urgencia de la gran hoguera del Este, es que sus “jaimas” y modestas casas aún aguantan y seguramente era prioritario trabajar por un Marruecos democrático que posibilite un feliz acomodo de unos y otros.  

No es que los catalanes no merezcan su legítimo referéndum, es que de una forma u otra ya lo han celebrado y ahora toca volver a hacer una con las dos Catalunyas, ahora ampliar competencias, restañar heridas, lograr que todos sus habitantes se sientan a gusto en la casa común del Estado. La invasión de Ucrania, el golpe inhumano de la oscuridad nos ha rebelado igualmente la importancia de los Estados fuertes. Ello no debería para nada auspiciar autonomías débiles.  

No sabíamos que tendríamos un día que concentrarnos sencillamente en defender la vida y guardar en el paciente baúl otras limpias y generosas pancartas para la hora post-Putin, para el ocaso de todas las criminales dictaduras de todos los signos y colores, para una hora más relajada. No es que no merezcamos los vascos y las vascas más competencias. Podemos izar la “ikurriña” en más edificios, ganar más y bien merecido poder autonómico, pero no olvidemos tampoco la necesidad de ser ahora más que nunca, en esta hora de salvaje e inesperada agresión, uno con todos los pueblos de España, por ende con todas las naciones democráticas de Europa. 

Si por ejemplo estos días las elecciones francesas cobran significación especial es porque deseamos que el nuevo Elíseo siga plantando cara a Moscú... Volveremos por lo tanto a asomar la mirada sobre otras realidades apremiantes. Los volcados al teclado volveremos a escribir sobre otros asuntos también preocupantes, sobre todo a defender una Tierra ojeriza y agotada, sobre todo a reafirmar el alto ideal de solidaridad y hermandad humanas en la hora en que aún ruedan los tanques más provocadores y vuelan los misiles intercontinentales más despreciables. Sin embargo, consideramos que lo más urgente ahora es que callen los cañones, que retornen los vehículos de la muerte a sus hangares, los invasores a sus casas y la paz a esa nación mártir. ¡Así sea más pronto que tarde!

 

 
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