Voy para Donosti. Cuando puedo me escapo y corro a abrazar a una anciana y entrañable mujer a la que mucho debo. Le plantaré dos sonoros besos en sus mejillas arrugadas, le echaré un piropo grande. Ella responderá con su sonrisa espléndida, nunca marchitada y después pedalearé hasta el mar. Es siempre, desde hace muchos años el mismo ritual. Sólo que hoy pensaré en los que iniciaron su paseo marÃtimo y no lo acabaron. Pensaré y oraré por sus almas para que vuelen libres de miedo y de odio. Acariciaré esa barandilla que salió de la mente del abuelo y saltaré a la orilla de otro mar. Pediré para que todo ese dolor concitado en una apacible Niza, traiga su debida recompensa de luz y de amor. Pediré para que los camiones rueden por sus carriles y los humanos amen fraternalmente a sus hermanos, no importe el color de la piel, ni la oración casi silente que brote de sus labios. ¡Amén! ¡Asà sea! |