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OFRENDAR EL DOLOR

A veces los dolores físicos se alían, se enlazan, toman uno a otro relevo. Puede no haber tregua, pueden no dar respiro. Nunca te canses del dolor, nunca renegar de él, pues él sabe cuándo, cómo y por qué manifestarse. Más al contrario respirar el dolor, ofrendarlo. Siempre habrá quien padezca más que nosotros/as. Conviene recordarlos, acercarlos a nuestros labios silentes.

El dolor cincela el alma y marcha. No se entretiene más de lo debido. Sus cinceladas están medidas a precisión. No lo anclemos combatiéndolo. Si maldecimos el dolor, lo estaremos perpetuando; si lo ofrendamos, lo estaremos liberando.

El dolor nunca es enemigo, es sólo una consecuencia que hemos creado, un agente equilibrador. Podemos desear que marche, pero dejándonos la lección aprendida. Cuando ofrendamos el dolor, tomamos conciencia de que nunca nos visita por causalidad, pues sabemos que ésta no existe. Cuando conocemos las razones por las que se acerca, el dolor deja de ser un adversario.

Ofrendar el dolor es en buena medida sellar a futuro sus puertas, liberarnos mañana de él. Si ha de ser mañana es porque nuestra fe también ha de ser probada. Hay dos ofrendas que podemos realizar con el dolor. La primera es para aligerar nuestra propia deuda, para equilibrar nuestro balance, para contribuir a saldar aquello que sembramos y no debimos haber sembrado.

La segunda es para aligerar el propio peso del dolor de la humanidad. Somos humanidad, somos también con sus siembras equivocadas, con su karma. Si quieres olvidarte del dolor ofrenda tu dolor para redimir el dolor del mundo, pero no porque te han aconsejado esa eficaz fórmula, sino porque te sientes humanidad, y quieres ser y sentirte plenamente ella, porque eres su fiel amante y devoto.

 
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