El dolor particular nos puede acercar al dolor del mundo, a ser uno con él, a vivirlo en nuestras propias carnes, a redimirlo. En estos momentos en que los misiles vuelven a surcar los cielos, en la que las altas alambradas se tiñen de sangre, en el que la crisis hace estragos en la economÃas más carenciadas, en el que la enfermedad clava a tantos hermanos en su lecho..., podemos ser agentes de sanación. Hay demasiado dolor en el mundo, el dolor propio de una humanidad en trance de volver nacer. Si lo ofrendamos, nuestro dolor puede ayudar a nacer a la humanidad. Podemos invertir la experiencia del dolor particular. Se trata de superar la barrera del lamento y de la queja, de instalarnos en el cuerpo de los que sufren seguramente más que nosotros/as. Se trata de salir de nuestro propio dolor, conscientes de que éste es una experiencia compartida. El dolor entonces mengua. Podemos en esos momentos colocar fervientes nuestras rosas blancas en el centro del dolor del mundo. Pedimos para que merme, pedimos sobre todo para que salgamos de él con conciencia aumentada. ¡Asà sea! |
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