No queremos ninguna victoria. Tampoco hacemos nada con las victorias. Las victorias engordan egos, pero no quitan a la muerte su aguijón. Mejor la victoria para nadie, si es caso para todos, sin embargo para enarbolar unos y otros la bandera de la victoria sobre el absurdo y la muerte, necesitamos ese perdón. El perdón no doblega a nadie, más bien enaltece a quien lo solicita. El camino de quienes reclaman independencia estará ensombrecido hasta que ese perdón no sea esbozado. La independencia nunca necesitó la violencia, en realidad ningún noble ideal se puede nutrir del dolor ajeno. ConvendrÃa reconocer por lo tanto que el dolor y la muerte ajaron esos ideales. Nadie necesita más del perdón que el propio victimario. Sólo éste podrá liberarle. ¿Si el victimario no se libera a sà mismo, quién le liberará?, ¿si no se emancipa de su propia e Ãntima prisión, qué Euskadi podrá liberar? En realidad Euskadi nunca necesitó quién la liberara, sólo urgió de avenidas abiertas para construir su futuro. Abiertas ya esas alamedas, se entiende el recelo en algunos sectores a otorgar poder, a poner a Euskadi, en alguna medida, en manos de quienes aún no han reunido el valor suficiente para pedir perdón. No queremos por lo tanto ni doblegamientos, ni victorias. Las victorias excluyen y aquà no sobra nadie. Si nos tienta invitarles a ese reconocimiento de culpa es por ellos, también por nosotros, porque queremos verdadero punto final, porque queremos avanzar juntos mano con mano, voluntad con voluntad construyendo un nuevo futuro. Si quisiéramos la victoria, estarÃamos enlodando ese futuro, pero el mañana es ya de la inocencia, de la esperanza, de las próximas generaciones. La historia nos ha sobradamente mostrado que ningún futuro glorioso se puede levantar a partir de la victoria sobre otros. Si algo hemos aprendido en las últimas décadas es a leer historia. La historia nos revela que la nobleza retorna un dÃa a los pueblos en forma de paz y prosperidad. Hubo alarde de nobleza en el 36, cuando defender la lengua, la cultura y las libertades exigió tanta entrega y sacrificio. Ahora recogemos los frutos. La ETA del postfranquismo se convirtió en lo que combatÃa, porque el fascismo aflora en quien liquida al contrincante por pensar diferente. Nunca es tarde para intentar sumar a ese linaje de nobleza. La forma no debiera ocultar la esencia. La ceremonia sin esencia es parafernalia destinada a distraer. La esencia es la disolución de la organización, la confesión de que nunca debieron haber hecho lo que hicieron. El gran dolor infligido invita a la catarsis del arrepentimiento, no a una nueva comparecencia de balones fuera. ¿Cuánto no correrÃa la historia, nuestra historia hacia delante, reconociendo simplemente que se confundieron, que el más alto ideal no merece que un solo aliento sea segado y sin embargo se segaron tantos? Las armas las trague la tierra, hay algo más importante a entregar y es la solicitud de perdón. En realidad la tierra puede con todo, también con el recuerdo mientras nadie intente blanquearlo. No más comunicados, no más proclamas solemnes; esa anacrónica retórica revolucionaria no tiene quien la escuche, menos aún quien la comprenda. A estas alturas sobra ya todo artificio, todo atrezzo que evite el desnudo del alma, la confesión sobria, escueta, sincera de que, hierro en mano, nunca debieron haber entrado en escena, de que "Euskadi ta Askatasuna" nunca debió haber nacido o por lo menos medrado, ya el dictador muerto. |
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