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La fe que no perderemos

Vuelve la pesadilla que pensábamos ya de la historia. Vuelven los autobuses calcinados bloqueando “las anchas avenidas” de nuestra esperanza, las sombras siguiendo a los mandatarios elegidos por el pueblo, las cartas inoportunas, la amenaza brutal sobre la vida… ¿Por qué se prolonga esta larga prueba que pensábamos ya superada? ¿A qué designios obedece ese desatino que aún no cede, ese atropello que no claudica?

Pensábamos que por fin pasábamos página, que la violencia etarra dejaba de ser monotema, que inaugurábamos un nuevo tiempo, que saltábamos a otros afanes colectivos, que podríamos ya disfrutar otra suerte de noticias...

¿Por qué aún todo este peso de terror y dolor a destiempo, esta bofetada de irracionalidad? ¿Por qué aún este bárbaro anacronismo de política a golpe de bomba, de pretender seguir matando por pensar diferente? ¿Por qué aún esta sinrazón en medio de un continente sin conflictos armados?

Hubo que dejar serenar la rabia para ponerse al teclado. Han debido pasar varios días hasta dibujar en el cielo particular un horizonte de confianza, hasta esbozar en la pantalla palabras de aliento. Por más que lo terrible cope las cabeceras de los medios, hoy más que nunca es preciso que nuestras palabras sigan cimentando esperanza en el mañana.

En estos días veremos reforzar las acciones policiales, pero aún con toda su necesidad, bien sabemos muchos que ahí no radica la exclusiva solución del problema. Sólo en la esfera de las causas hallaremos las soluciones que perduran. El desafío por lo tanto se alarga, pero hay una fuerza interior que se ha ido incrementando en la adversidad de todos estos años, una fuerza silente que no alcanza titulares, pero que es innegable conquista en el ámbito particular de muchos ciudadanos. La travesía nunca será gratuita siempre y cuando logremos que el odio y la obsesión por la derrota contraria no anide en nuestro fuero interno…

Tras el 5 de Junio afrontamos una prueba titánica de fe, confianza en que la buena voluntad terminará también aflorando en quienes hoy con su comunicado dinamitan esperanzas. Atendemos al desafío de confianza en que se hallarán los puntos de encuentro necesarios para resolver el conflicto, sin cesiones que contradigan la voluntad popular. La fe nos otorga el sentimiento de compasión para con las víctimas y victimarios, al tiempo que nos permite seguir plantados firmemente ante la barbarie. La fe nos permite vislumbrar el final de este largo túnel, seguir clamando sin revanchismos por el fin de esa violencia inhumana.

Al final de todos estos años de activismo por la paz, sólo desde una profunda y sólida fe podemos afrontar el mazazo del final de la tregua. Fe no necesariamente en el estricto sentido doctrinal católico, fe en el más amplio sentido de afirmación final del alma personal y colectiva; convencimiento de que los valores supremos de la razón y la convivencia armoniosa saldrán victoriosos y se instalarán por siempre; fe en que la bondad vencerá a la iniquidad; fe de que, pese a las malas noticias de hoy, nos aguarda un futuro de genuina paz, inaugurada por la anchura de miras, el perdón y la reconciliación.

La fe desborda los cauces de la religión institucionalizada. Más allá del dogma heredado, está también la fe en la humanidad, en la belleza y la luz intrínseca del humano, por más oscuridad que eventualmente manifieste; fe en que las gentes y los pueblos no avanzamos a la deriva, en que con estas pruebas maduramos, fe en un merecido amanecer que se resiste más de lo esperado.

Muy probablemente todo este pasado y presente convulso no ha sido en balde, ni casual. De hecho una profunda carga de paz se está ya sedimentando en el alma ciudadana, ante los embates de la amenaza y el terror, al responder a los violentos sin rencor.

A la vuelta de todo lo que hemos andado por la paz, sólo nos queda persuadir en el empeño y jamás caer en la desesperanza. No dejemos de creer que, más pronto que tarde, será la buena nueva de las armas hechas arados, de la desaparición definitiva de ETA. No dejemos de confiar en que la organización asumirá su absurdo, el Gobierno mostrará la generosidad debida.

Fortalezcamos la fe intangible de que la paz florecerá, de que iremos ganado el sentir de quienes ven en el terror ajeno progreso propio; fe prodigiosa de que vivimos el final de un tiempo de duras pruebas, de que la sinrazón no se perpetuará, de que desde Madrid se abrirán también a los violentos los cauces de participación, para que nunca más les asalte la nostalgia del metal.

Un día miraremos para atrás y contemplaremos este tiempo del azote de la violencia como un difícil episodio superado, pero no como una experiencia baldía, pues el dolor habrá de seguro traído para entonces su debida recompensa de tolerancia y de luz.

 
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