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“Volveremos a ese fuego…”

Nuevos comentarios al libro “El Testamento de las Tres Marías”*  
Hay libros que se subrayan enteros, en los que el lápiz deja su huella de vívido e insistente color en cada una de sus páginas. Subrayar una y otra vez para rogarle al alma que no olvide la lección a menudo tan cercana como escondida entre los párrafos; subrayar para no dejar pasar nada inadvertido, para lograr un día encarnar hasta la última de las letras. Hay libros que hablan tan adentro, tan oportuno, tan a propósito que desearíamos llevarlos siempre con nosotros/as, cual recetario en las siempre bien preparadas encrucijadas de la vida.

Jesús nos vuelve en el “Testamento de las Tres Marías” de Daniel Meurois Givaudan, con una palabra tan directa, tan plenamente actualizada que quisiéramos no nos dejara nunca. El problema se torna cuando se acaban las páginas, cuando se cierra el volumen y reparas en que no es un libro lo que has leído o devorado, sino una invitación, una instancia para el alma. El problema se torna cuando ya no eres el mismo y no te puedes parapetar en las mismas excusas de siempre para eludir lo que, ahora más que nunca, somos llamados a Ser. Lo difícil será encontrar la fuerza para levantarse de ese fuego que han encendido Salomé, Jacobea y María de Magdala en esa playa que es ya un poco de todos. Lo difícil será encender más y más fuegos de fraterno amor en otras playas, en otros montes, en otras geografías…, con la Fuerza de Su Recuerdo siempre vivo en nuestros corazones.

El tiempo se acaba en medio de esa arena bendita, junto a esas tres mujeres de excepción, el gozo expira en las playas de Saintes Maries de la Mer y hay que volver al mundo ahora con otra mirada, con otro tacto, con otra sonrisa…, me atrevería a decir con otro soplo. Hay que volver al mundo y sostener la vibración y continuar la narración y no olvidar que la Presencia cercana de Jesús y los Grandes Seres puede seguir inundando nuestros días.

No, no anduvimos por Palestina, no tuvimos en mérito calzar la túnica blanca de lino de la Fraternidad, pero el vestido de gloria nos es tendido a cada instante. No, no paseamos las orillas sagradas del Tiberiádes, no tuvimos en honor correr tras Sus Huellas, pero ahora sí hemos corrido, si no por qué durante tantos días no hemos querido sino que cayera la noche para abalanzarnos nosotros también, en un rincón de absoluta paz, sobre los libros de Daniel, sobre las suaves colinas de Galilea, sobre el mercado atestado de Cafarnaum, o las ardientes arenas de Jericó…. Quizás un día se acaben los libros y podamos seguir escribiendo otros capítulos con nuestras vidas, con un testimonio más elevado de entrega y olvido personal. Nuestros propios relatos podrían continuar en superiores renglones a nada que nos hiciéramos con la misma tinta sin tiempo, ni mancha; a nada que nuestra sangre destilara algo de esa incondicional compasión…

Los Evangelios ya no daban más de sí, no tenían quien los rescribiera. El mensaje eterno del mayor Amor que jamás pisara la Tierra necesitaba una continuidad, urgía otro formato por fin actualizado. Daniel lo ha proporcionado y con creces. Nada se pierde en la Memoria de la vida, sólo hay que meritar acceso. La lectura de esos registros grabados de forma indeleble en el éter no es titulación de fin de semana, sino concesión tras entrega de por vidas. Aún obteniendo la información precisa, después hay que procesarla. De otra manera, ¿qué hacemos hoy, en medio de estos días tan confusos y complicados con el mensaje eterno de Jesús el Cristo? ¿Cómo caminarían las “Tres Marías”, los hermanos esenios por medio de la civilización digital? ¿A qué nos invitaría el vestir hoy por dentro la túnica blanca de la Fraternidad? Para sumirnos en una amnésica nostalgia, quizás fuera preferible no haber abierto nunca las páginas de oro que encierran estos libros. Al Mañana le faltan manos generosas, le sobran emocionalidades por puras y elevadas que éstas se pretendan.

Jesús de Nazareth tenía una palabra adaptada a cada alma. Sus lenguajes eran diferentes según las circunstancias, según la madurez de los oídos. Lo que los relatos oficiales de los evangelistas no pudieron captar, nos lo trae ahora la obra, a Dios gracias, cada vez más amplia y excelsa de Daniel. Un mensaje que nunca caduca necesitaba sin embargo renovar su soporte, afinar su susurro. Eso es lo que encontramos en “El otro rostro de Jesús”, en “Camino de Aquellos Tiempos”, en “Visiones esenias”, en “El Evangelio de María Magdalena”, en “Así curaban ellos”…, y ahora en “El Testamento de las Tres Marías”. Pasará tiempo hasta que se tome verdadera noción del alcance estos “nuevos evangelios”, más reveladores, poéticos y profundos, dirigidos a un humano que no ha perdido el tiempo en 2.000 años y que ahora se halla en otro punto de comprensión y de conciencia, por lo tanto también de interna demanda.

Dejé el “Congreso de Más allá del 2.012” en el pasado Octubre en Madrid sin saludar a Daniel. En realidad cuando me lo propuse no fue posible, pues él se hallaba ocupado. En el autobús de vuelta a casa me torturaba a mí mismo por mi falta de cordialidad. Me apenaba no haberle renovado en vivo un inmenso agradecimiento, al igual que en otras ocasiones. Importantes misiones, como la suya de hacernos accesible tan privilegiada información, necesitan de sus pequeños, pero sentidos y sinceros empujes. Sin embargo ahora comprendo que debía ser así. Escribo en estos momentos sin problema de idioma, sin dificultades de comunicación. Puedo agradecer a Daniel con más facilidad y comodidad a través de estas letras. Mi torpe francés jamás hubiera podido expresar ese sentimiento de gran reconocimiento por todo lo que su obra supone para cada uno de nosotros, para la ancha humanidad que estamos despertando de tan prolongado letargo.

Escribo al borde de otra playa, pero en mis oídos resuenan el mismo mar y relato de Saintes Maries. El testimonio de las “Tres Marías” se ve enmarcado por la misma y constante melodía de olas. Sin embargo, no deberíamos olvidar que aquello sólo fue un merecido descanso, unos breves días de asueto que aquellas entrañables mujeres se regalaron en medio de toda su labor de silente apostolado de amor fraterno. No podremos escondernos por mucho tiempo entre el eco de unas olas que rompen, con más o menos fuerza, aquí o allí, en estas o aquellas orillas. Algo de nosotros mismos aguarda tierra adentro. No conviene olvidar que un día habremos de dejar el fuego amable de la playa. Habremos de esconder el libro, machacado por lápices y lágrimas, en el fondo del morral y salir también nosotros a los Caminos. De alguna forma habremos de testimoniar un Amor que humilde y silente logró ser más que amor, de alguna forma habremos de encarnar todo lo que se demanda de nosotros en este tiempo extraordinario, en este instante único.

Volveremos a ese fuego de fraternas e íntimas confesiones. Nos volveremos a sentar con aquellas, con otras Marías. Consumiremos otras noches con relatos insustituibles de Quienes todo lo dieron, mas eso será a la vuelta de la tarea, al retorno del polvo de todos los senderos de servicio y entrega que ya, sin demora, nos aguardan.

* “El Testamento de las Tres Marías” Madrid. Octubre de 2012. Editorial Isthar Luna-Sol. www.istharlunasol.com

 
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