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Justicia sin ensañamiento

En el mismo clamor de demanda de justicia es muy fácil que se cuele la personalidad inferior y su inyección de rencor. Por eso estamos aquí, en la Tierra, para aligerar de sentimiento negativo nuestros más nobles sentimientos y postulados. El anhelo de justicia es patrimonio del alma, el de revancha de nuestro yo inferior. La raya que puede separar la invocación a la justicia con el ensañamiento, en menor o mayor grado, es muy tenue, a menudo imperceptible. Podemos observarnos en nuestra propia geografía interna y constatar lo fácil que es sobrepasar, a menudo de forma inconsciente, ese anhelo de ponderada justicia, lo difícil que resulta desnudarla de emocionalidad negativa.

En términos de psicología transpersonal el desafío es evidente: instalarnos en una mente superior clara y neutral dominada por el alma y no influída por la astralidad inferior de nuestro cuerpo emocional. Esa emocionalidad sin embargo invade demasiado a menudo por dentro y por lo tanto también por fuera, la vida pública y política.

Me preocupa el ensañamiento con el adversario que tristemente aflora estos días en nuestra geografía en tantos entornos políticos y sociales, en tantos estamentos. Me preocupa por ejemplo la falta de humanidad de quienes se oponen a que los presos políticos catalanes se puedan acercar a las prisiones catalanas para estar más cerca de los suyos.

Me preocupa la sentencia de claros tintes de venganza para con los jóvenes de Altsasu, que si bien se propasaron en una noche de fiestas, tampoco merecen los años de prisión que les han caído. Me preocupa el ensañamiento con los presos de ETA, que llevan años en el otro extremo de España a mil kilómetros de sus familiares.

Ante la barbarie de uno y otro color nunca deberemos dar cabida al ensañamiento. Al otro lado, me preocupa también las manifestaciones de odio y de venganza que persiguen a los jóvenes de la Manada. Se puede cuestionar por supuesto una sentencia, pero esa crítica no debiera ir acompañada de sogas al cuello en nuestras plazas, ni de linchamiento verbal. La sorpresa puede ir acompañada de sana y más que comprensible indignación, pero no de afán de revancha. Lo que hicieron fue execrable, pero son seres humanos, pese a todo con alma y susceptibles por lo tanto de ser recuperados.

Toca emerger de este marasmo de emociones tan encontradas, afirmar la realeza y autoridad del alma compasiva que a todos/as sin exclusión nos habita. El veneno del rencor es veneno no importe el color con el que se le pinte, no importa el discurso que le acompañe. La inquina no importa la etiquete política que la envuelva, ha de ser superada, primero en nuestro interior, después en las calles y en la vida pública. Nos jugamos mucho en ese vital desafío.

 
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