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A un “click” de la caída

Urge nuestra alma abrevar en pureza, pues sólo desde ella nos podemos consagrar al servicio, a la urgente entrega a los demás. Fuera, en medio del mundo, todo puede valer, pero dentro nunca podremos callar esa voz íntima que nos impele siempre a superarnos a nosotros mismos. Nunca podremos silenciar ese susurro que nos anima a volcarnos al bien común, a enfocar alto nuestra mirada y a no entretenernos en el valle sombrío de los bajos deseos. De enredarnos en pasiones nunca satisfechas, no lograremos acceder a las altas cumbres que nos corresponden en heredad y a las que somos convocados desde el alba de nuestra existencia.

Escribir puede a veces responder al anhelo de compartir vitales empeños como el más elemental de intentar ser cada día mejor persona, de superarnos a nosotros mismos; puede ser método para exorcizar diablillos más o menos obstinados que llevamos dentro, de solidarizarnos también con quienes los retan con mayor o menor fortuna.

Poco a poco nos vamos desnudando, en un ejercicio de catarsis colectiva tan auspiciado hoy por los “media”. Ese desnudo generalizado de íntimos sentires puede involucrar no sólo a testimonios rompedores, sino a quienes creemos en los valores, ya no tradicionales, en cuya defensa se puede errar con bárbaras y no muy lejanas cruzadas, sino universales y eternos.

El valor de la pureza es hoy más nunca cuestionado por doquier. No se estila hablar de ella, del acecho incesante que padece, de la negación de este principio superior en nuestra sociedad materialista y hedonista. Sin embargo hoy al igual que ayer, es preciso subrayar la necesidad de cultivar superiores deseos. Los impulsos más nobles son base en la construcción del otro ser humano, del otro mundo que tanto anhelamos.

Es preciso perder el pudor de ensalzar los valores en los que creemos. Hay sentimientos que han de aflorar y salir del armario, so pena que termine de instalarse en nuestro mundo la fatal y desnortada cultura del “todo vale”. La batalla principal se libra en las conciencias, en las mentes, de ahí esta defensa de la correcta orientación de pensamientos y deseos. Con todo el riesgo de ser tachados de ultramontanos, los valores de pureza, fidelidad, orden, belleza…, indudablemente unidos a los de justicia, solidaridad, compromiso, cooperación… son los verdaderos motores de la evolución y el progreso.

Hay puertas que deseamos traspasar y que nos serán vedadas, si los ojos y pensamientos, no hablemos ya de los cuerpos, siguen retozando en el barro del placer egoísta. La pureza es cualidad inherente a nuestra alma, la expresión cristalina de esta esencia es básica para la integración de la forma en realidades trascendentes, tal como han asegurado los maestros y guías de todas las tradiciones espirituales.

La pureza no es valor trasnochado, ni estandarte de la reacción, sobre todo desde que ésta, para poder seguir avanzando, se ha desmelenado y asumido los mismos, y más que cuestionables, códigos de la “progresía”. Tampoco conviene dejar sola a la Iglesia en la defensa de este principio superior, sobre todo mientras la mujer siga apartada del altar, mientras que el celibato se mantenga como imposición y no elección entre sus servidores máximos, y como consecuencia los escándalos emborronen el historial de la Institución en demasía.

En lo que a los desafíos cotidianos que afrontamos se refiere, merece la pena conservar la blancura de la pantalla, por más que el abismo se encuentre a golpe de “click”. La realidad virtual acorta las distancias entre los mundos. Internet nos acerca maravillas y perdición al alcance del más leve movimiento del “mouse”. Cielo e inframundos no distan más de un segundo de distancia. El pulsar del ratón nos puede elevar a luminosas dimensiones a través de páginas evocadoras, liberadoras, emancipadoras o sumir en una esfera virtual que, en mayor o menor medida, degrada nuestro ser.

Nunca hizo falta tanto esfuerzo para vencer la tentación que por doquier nos asalta. Libramos estos retos todos los días ante los monitores, pantallas de las que no podemos prescindir, pues hemos de pasar delante de ellas la mayor parte de nuestras horas. Me refiero evidentemente a las carnes provocadoras que reposan justo a la vera de la información que vamos buscando, al dedo y la mirada insinuantes que desde una esquina de la ventana abierta pueden quebrar la más firme disciplina de trabajo.

Escribo de la pasión detonada en la mesa de trabajo, de la mano temblorosa ante el dilema, de la voluntad testada en su límite… La tentación se elevó al cuadrado con el ADSL. Hasta entonces a duras penas la capeábamos sin apuntarnos a “Canal plus” o la parabólica. Con la banda ancha somos probados a cada instante de navegación, a cada pantallazo en busca de un libro, de una película…

Demasiado a menudo asoman turbadores “banners” y “jpgs” en el curso de cualquier exploración. La invitación a chatear con una sueca explosiva nos puede llegar en el instante que redondeamos un trabajo. Es entonces cuando se desata el interno temporal y podemos incluso añorar volver a puerto, a aquellos tiempos de la máquina desconectada a la red, en los que no se nos abrían tan amplios horizontes de navegación.

No reivindico velos, sólo evoco y defiendo principios demasiado olvidados. Subrayo la complejidad de nuestros días con innumerables canales de datos e imágenes en los que mediocridad y obscenidad se identifica con libertad. No soy partidario de censuras, sólo animo a seguir batallando y triunfando en el único frente que merece la pena, el desafío de adentro. No eludo retos inherentes a nuestro tiempo, aplaudo el valor de quien respira, invoca a sus alianzas internas y no clickea encima del escote desbordado. Ensalzo el temple de quien sigue navegando con el “buscador” ya le canten en la proa de su pantalla las mil y un hermosas sirenas en cueros.

Urge nuestra alma abrevar en pureza, pues sólo desde ella nos podemos consagrar al servicio, a la urgente entrega a los demás. Fuera, en medio del mundo, todo puede valer, pero dentro nunca podremos callar esa voz íntima que nos impele siempre a superarnos a nosotros mismos. Nunca podremos silenciar ese susurro que nos anima a volcarnos al bien común, a enfocar alto nuestra mirada y a no entretenernos en el valle sombrío de los bajos deseos. De enredarnos en pasiones nunca satisfechas, no lograremos acceder a las altas cumbres que nos corresponden en heredad y a las que somos convocados desde el alba de nuestra existencia.

Todo parece se hubiera confabulado para turbar nuestra mirada, parar arrancarla de esas cumbres nevadas de pureza cristalina, pero contra viento y marea seguiremos afirmando que sólo allí arriba se encuentra nuestro último destino, nuestra verdadera gloria, nuestra genuina felicidad.

 
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