Dicen que la arrasada ciudad de Hatra, capital del imperio Parto y epicentro del primer reino árabe, era el lugar donde Occidente y Oriente se fundÃan en un abrazo tallado en piedra. ¿Qué vandálicos mazos podrán con ese abrazo sellado ya en lo profundo de cientos de millones de seres? Sin embargo, si nos falta una sola civilización ya no somos nosotros mismos. Quien destruye una civilización que pretende ajena, se destruye a sà mismo; quien arremete, mazo en mano, contra una escultura milenaria, se amputa a sà mismo. Todas las piedras nos construyen. Somos la misma humanidad que dio vida a la roca que dormÃa, que nunca dejó el cincel y el martillo, que labró y honró sin descanso. ¿Por dónde se coló entonces la barbarie? Ninguna aparente ruina nos es ajena, por supuesto ninguna es digna de topadoras y excavadoras. Nos quede la compasión para quienes honran a un Dios tan celoso, tan susceptible a la hora de compartir infinito Cielo. A polvo se reducirán quienes a polvo reducen lo que otros aprecian. Las fuerzas del mazo y la ignorancia no alcanzarán a destruir todas las piedras que hemos tallado. Se acerca el dÃa en que el humano se postre con semejante reverencia ante el Dios del otro, que no es sino otra faz de su querido y venerado Dios. La Divinidad quiere probarnos a los humanos y por ello nos invitó a atravesar lo diverso camino del Uno. Permitió que la honráramos en los más diferentes altares, se nos presentó con los mil y un rostros de forma que aprendiéramos a amarlos a todos, porque todos y ninguno a la postre son reflejo de Su Presencia Inabarcable, Inaprensible. La civilización no está en cuestión, pero cuesta creer ese amor al polvo que ayer era arte. Yerran quienes descargan toda su absurda ira sobre lo que sus predecesores con tanto trabajo y acierto erigieron. En realidad Nimrud, Hatra y Dur Sharrukin se levantan en nuestros corazones, sobre una suerte de Ãntimo páramo en el que no pueden entrar sus topadoras. La disyuntiva de civilización o barbarie ya quedó hace tiempo aclarada. El polvo de esas bellas construcciones y esculturas asirias vuelve al desierto, pero el humano no volverá para atrás, porque el horizonte de profundo y sagrado mutuo respeto que ha vislumbrado al final de esas arenas, el futuro de incipiente fraternidad humana que ya comienza a construirse en tantos lugares, es infinitamente más atractivo que ese sangriento califato, ese retorno a lo bruto, ese salto para atrás de tantos siglos. |
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