Podemos pasar mucho tiempo fuera de Euskadi y sin embargo amar profundamente a nuestra tierra y a quienes moran en ella. No pensamos en la ikurriña, ni en fronteras, ni en la independencia… Tarareamos canciones, evocamos rincones, traemos a la memoria a sus gentes queridas… Algo late fuerte cuando observamos esa casta de personas que echa flores en los rÃos aún contaminados, que esparcen su testimonio de valiente perdón en las aún agitadas aguas del presente. ¿Es eso nacionalismo…? Necesitamos anclajes para crecer: una madre que perdona con el corazón el asesinato de su marido, una suma de referencias comunes, de montañas familiares, de calles tomadas un dÃa en silencio… ¿Eso es nacionalismo? Un idioma cercano y a la vez ancestral, misterioso, cargado de claves ocultas, una Madre Tierra Amalurra que nos acoge, un legado cultural que nos sitúa, una memoria que nos reconforta, un esfuerzo ancestral que nos suscita agradecimiento… Yo no sé si eso es nacionalismo, pero ese sentimiento no nos aleja de ningún otro pueblo, ni latido. Todo lo contrario. Los amores suman y una cuna, un origen necesitamos todos. Es de ley agradecer ese punto de partida, esa geografÃa con minúsculas, esa porción de humanidad por los que optó nuestra alma al encarnar. Necesitamos el recuerdo para esbozar un superior mañana. Necesitamos saber lo que hemos sido, para descubrir lo que aspiramos a ser. Necesitamos raÃces si queremos que prendan las ramas… Necesitamos referentes culturales y morales para no vagar perdidos, para no ser noqueados por una globalización uniformante. El uno se consagra en lo diverso. Son las partes las llamadas a construir el todo. No, no estamos hablando de independencia…, aludimos a fondeos del alma, a un pretérito compartido, a aspiraciones genuinas, a una fraternidad tÃmidamente, en pequeña medida consagrada. Sà cierto, la fraternidad ha de sobreponerse a las montañas y fronteras, pero en algún lugar ha de germinar primero, en alguna parcela pulsar sus más tempranos brotes. Paradojas de la historia, quienes se autoproclaman contra el nacionalismo son los que después atrapan, los que no dejan escapar, ni construir al lado de una forma solidaria. Son los que no permiten ni siquiera pasear civilizadamente un domingo hasta unas urnas de cristal. Son los que, a la postre, retrasan el fin último de derribar todas las fronteras, porque imponiendo y privando del derecho a decidir a los pueblos, sólo suscitan o refuerzan un separatismo, ése sÃ, combativo. Atacando con contundencia desde el epicentro, sólo refuerzan lo periférico que quiere huir. No torpedeemos el sutil, pero imprescindible equilibrio que debe albergar el humano y el colectivo entre lo centrÃpeto y lo centrÃfugo. Si nacionalismo es un amor que se desborda sin lÃmite partiendo de tus bosques, de los amarillos de tu otoño…, somos nacionalistas. Nos reconocemos y honramos en la diversidad. Veneramos la singularidad que habita al otro/as. Jamás encontré la mÃnima pugna en mi interior entre castellano y euskera, entre los amigos allende el Ebro y los de Euskadi, entre la montaña y el llano, entre los paisajes de cereales y de verde que reúne mi querida Estella… Amo inmensamente a todos. Somos hijos de nuestras circunstancias y hemos de hacer por sentir propias esas condiciones del otro que en un principio pueden semejar ajenas. El corazón es una patria universal que no puede concebir, ni por asomo, división, ni frontera alguna. Yo no sé lo qué es nacionalismo… Quizás una memoria que se obceca, una melodÃa que retorna, un latido que se acelera, una suma de olas batiendo en la costa cercana, de prados reteniendo y enmarcando el pasado… Los latidos suman, reconocido y apreciado Don Mario, los corazones se unen desde lo que son. Los humanos se amalgaman desde su identidad propia para construir una identidad mayor; para alumbrar, en plena y absoluta libertad, la fraternidad planetaria, siempre, siempre nuestra última y superior meta. |
|
|
|