El problema no son los 0’75 miligramos de Levonorgestrel dispensados ya sin necesidad de presentar papel alguno, el problema es una sociedad que elude toda suerte de responsabilidades y que se salta todos los contratos que establece la Madre Naturaleza. Estas pautas y leyes son sabias, pues han emanado de la Fuente de toda Vida. En vez de contravenirlas a base de fórmula de laboratorio, quizás deberÃamos explorar su razón de ser. El problema no es la suspirada pÃldora a cambio únicamente de 18 euros, el problema es el pedir sin dar, el servirnos sin servir, el lecho vacÃo de sincero amor, desnudo de todo deber, la filosofÃa del “todo vale†en pro de un ego insaciable. La condena por más que venga de los purpurados, será también un error, porque constituye gran equÃvoco todo aquello que cercena libertades. No retornará precisamente el amor al sexo a golpe de excomunión, ni el compromiso se acercará al lecho impelido por el temor. Sólo hombres y mujeres libres, conscientes y responsables pueden abrir futuro al misterio sublime de la vida. SÃ, definitivamente la pÃldora postcoital debe estar en todas las farmacias, al alcance de todas las mujeres, como alivio de apuro (“Quien esté libre de falta, que tire la primera piedraâ€), pero si es posible en la última estanterÃa, la más inalcanzable, la que necesite larga escalera. La pÃldora tiene que estar en todas las boticas, pero ojalá sus cajas un dÃa caduquen por falta de uso, pues una ciudadanÃa más consciente ya habrá sabido prescindir de ellas. Sexualidad no tiene por qué equivaler a matrimonio tradicional, pero seguramente sà a un sagrado aro de fidelidad donde arde el fuego sempiterno del amor; seguramente sà a dos corazones, dos voluntades que han establecido el sagrado compromiso de la unión o avanzan hacia él. La naturaleza no nos pide que firmemos ningún papel, mas sà que nos comprometamos con quien consumamos tan Ãntimo acto. El contrato lo manifiesta, no la tinta en el papel, sino los cuerpos enlazados, los labios encontrados, los lÃquidos que se hacen uno. La sexualidad no tiene que implicar boda y cura, banquete y acomodado matrimonio, pero sà predispone a unir vidas, miradas y horizontes, sà invita a la pareja a ordenar juntos el futuro. La sexualidad sagrada llena la vida de amor, colma de energÃa las baterÃas del cuerpo y de anhelo de entrega las del alma. Cuando se descargan por el mundo y sus caminos se vuelven a cargar más plenamente si cabe. Lo “progre†no es tirar de laboratorio para condicionar los procesos de la vida a nuestros pobres intereses y apetitos. El progreso verdadero es asegurar esa vida, ensalzarla, glorificarla. Podemos también morir de la virulenta pandemia llamada “progresÃaâ€, que trivializa lo sagrado. La desacralización de la vida es el mayor desafÃo que el ser humano atiende. El hambre y el cambio climático, la guerra y la contaminación sólo son porque olvidamos la bendición infinita y compartida que representa la vida. La vida venerada siempre es respetada y elevada. El genuino progreso es el compromiso con ésta en todas sus formas y condiciones. El confundido “progresismo†como doctrina social ya imperante, nos tiene demasiado acostumbrados a la apropiación, el sometimiento, la degradación… de todo lo sagrado ante el insaciable altar del hedonismo. Puede haber un tercer camino, que quizás no sea el del cardenal Rouco, ni el de la Ministra AÃdo. El Estado probablemente no esté en condiciones de plantear una “Estrategia Nacional de salud sexual y reproductivaâ€, tal como aspira. La propaganda de banalización del acto sexual lleva demasiado a menudo el sello de algún ministerio. Sin embargo la Iglesia tampoco, pues la vÃa de la condena y de la anatema nunca será abrazada por hombres y mujeres que desean crecer en libertad. Hay un altar en el que la vida se glorifica y ése es el lecho marital, allà donde la oración es caricia y la ternura del amado o la amada se extiende a todo cuanto palpita. Allà el gesto Ãntimo se globaliza con el poder de nuestro pensamiento y espÃritu. Allà la alcoba es templo del hombre y la mujer que en su éxtasis abarcan toda la existencia y con su continuidad se comprometen. QuÃmica pues, pero quÃmica del abrazo entre ella y él que explota en un goce sin nombre, y en el instante más sagrado reclaman alcanzar más vida para ponerla bajo su protección y cuidado, bajo la égida de su amor en continua expansión. QuÃmica sin fronteras del beso que estremece la piel, epidermis conmovida que no se acaba en un cuerpo, sino que se extiende por una geografÃa más ancha, por una tierra inmensa; labios extasiados bendiciendo toda la vida, de todos los reinos, allà donde asome; labios temblorosos alabando el misterio insondable de la Creación allà donde se manifieste. |
|
|
|