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Sed de luz

Había sed de luz. Había que desbordar esas pequeñas y oscuras atmósferas que apenas se clareaban con la mínima luz que permitían los alabastros. Era ya otro humano. Éste comenzaba a sentir cierta claustrofobia en medio de la reducida ermita del medioevo. Todo fue en realidad una cadena de acontecimientos que permitiría atrapar más luz en la tierra. El avance de las técnicas agrícolas permitió excedentes en la cosecha. Se inauguraba el comercio de la mano de una nueva clase social, la burguesía y con ella, un nuevo espacio, el burgo.

La ciudad ya no cabría en la estrecha ermita. El románico ya no resistía, no lograba contener todo lo que nacía en el interior humano. La “Nueva Jerusalem” no se podía encajar en esa atmósfera tan limitada que posibilitaba el arco de medio punto. Los compañeros constructores del románico, dieron paso a unas fraternidades más jerarquizadas. Hacían falta albañiles y maestros albañiles (maçons) para el nuevo y glorioso templo con el que ya soñaba la cristiandad y sus incipientes ciudades. La antigua fraternidad de los francmasones fue la encargada de dar vida al concepto de catedral. Dicen que fueron los templarios quienes pusieron la pasta. Los muros se ensanchaban y crecían. La luz entraba a raudales a través de esos grandes rosetones que de paso nos contaban historias sagradas. Las nuevas técnicas arquitectónicas con sus arcos ojivales, arbotantes y grandes arcadas nos sacaron de la claustrofobia de la Edad Media. La piedra tallada nos introdujo en el misterio, su símbolo y su aprendizaje sin límite. Quedaba inaugurado aquel libro colosal desbordado de oculta enseñanza.

Ya no deseábamos anclar el templo en la oscuridad. Una desbordada sed de luz levantó las grandes catedrales. La cotidianidad sórdida de unas ciudades insalubres y una vida dura encontraría su oasis de paz y recogimiento en la nueva “ecclesia major”. La catedral eleva al humano, lo empuja hacia lo Alto, pero a la vez, es refugio, escuela, espacio de encuentro... Es el primer espacio casi democrático en el que los ciudadanos nos revelamos como iguales.

Tras las furiosas llamas de hace unos días, habrá que poner de nuevo la tapa a ese símbolo de la cristiandad que sigue siendo Nôtre Dame, pero la cristiandad puede comenzar a pensar también en el templo de un futuro más ancho e inclusivo. Al fin y al cabo, la Gran Dama, el Eterno femenino siempre deseará acoger, al margen de la adscripción religiosa, más hijos en su regazo. Quizás no se trata tanto de volver a las profecías del pasado, sino de atender a los signos del futuro, en este caso al interrogante que el fuego pudiera esconder. No sabemos si Nostradamus tenía ventana al futuro, pero sí podemos constatar que las llamas han enlazado, que el fuego ha traído su debida recompensa en forma de resurgimiento de la fe, la fuerza y el alma colectivas.

El humano no se rendirá. De entre las brasas aún calientes surge un coraje nuevo. Las catedrales caen, pero seguiremos mirando con esperanza a lo Alto. Dicen que causa zozobra que "Nôtre Dame" ardiera cuando está en cuestión Europa, pero los gigantescos andamios no tardarán en adherirse a los formidables muros medievales, y nosotros no tardaremos de curarnos de todos los "exits" y sus virtuales contagios.

¿Habrán pretendido las llamas apresurar la historia? ¿Es el fuego o un anhelo de luz añadida la que ahora levanta la cubierta de Nôtre Dame? Una espiritualidad más universal quizás llame a la puerta de ese icono de la primera Europa que representa Nôtre Dame. Si la cuestación para sufragar los gastos de recuperación es popular, quizás haya también que comenzar a abrir micrófono y altar. Lo que ahora se gesta en cuanto a acercamiento de las tradiciones y fés pueda tener cabida bajo un techado renovado. Buena masa y recia madera también para los espacios religiosos cada vez más compartidos que toca levantar.

Emmanuel Macron lo sentenció bien raudo: «Cette cathédrale, nous la rebâtirons ensemble». Las llamas han unido y la inyección del capital social para la reconstrucción hará del templo algo más de todos. El Cielo olvidará el espeso humo que lo anocheció antes de la hora. La afilada torre de piedra volverá a horadar el azul sobre la gran ciudad. Recordaremos cuando las llamas, sobre todo las cenizas del arte y la historia, nos enlazaron. Nos convoque para entonces algo más que el pasmo ante el fuego.

 
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