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Humareda de esperanza

Reflexiones a raíz del 11 S  
Cede la enorme humareda y se levantan ya las primeras reflexiones tras la conmoción de las torres desplomadas y el golpe asestado a la nación norteamericana. La cruda realidad de miles de toneladas de escombros, de aún incontables muertos sepultados bajo esos cascotes, puede llegar a cambiar en su color, según la mirada que sobre ella arrojemos.

La presente crisis de alcance mundial admite diferentes ángulos de observación. Incluso bajo el peso de miles de víctimas es posible extraer atisbos de empolvada y azotada esperanza. Exploro, pues, de entre los escombros, sustrayéndome a una humareda pesimista, alentadoras reflexiones para compartirlas con nuestros lectores.
El dolor, incluso en su mayúscula expresión como catástrofe, siempre abriga una segunda lectura. El ataque y desplomamiento de las “Torres Gemelas” no es excepción. Basta tan sólo echar un vistazo a la imagen de un Arafat tumbado en camilla donando sangre palestina para los americanos, u observar a Putin brindando toda su ayuda a los EEUU en el gesto de final de la guerra fría más significativo de los últimos años. No hay que hacer grandes piruetas argumentales para concluir, que en medio del incontestable dolor, despuntan también atisbos de aliento. Al arrimo de él desgrano estas reflexiones:

- La crisis ha generado una respuesta sin precedentes a nivel interno por parte de gentes de buena voluntad de todas las latitudes. La respuesta ha sido inmediata y generalizada. (ver recopilación de mails sobre el tema en www.portaldorado.com, sección portada) Innumerables iniciativas de meditación y oración sincrónicas, derramando paz y aliento sobre el escenario de la catástrofe, se han desplegado en estos días. Nuestra “maquinaria internaútica” se ha manifestado bien engrasada y las alianzas de los artesanos de las luz se han visto fortalecidas.

- La nación americana se ha unido como una piña. Los gestos solidarios de la población neoyorkina han sido innumerables. La sangre donada ha saltado de miles y miles de venas de norteamericanos sensibles al sufrimiento de sus conciudadanos. Es en los momentos difíciles cuando la nación saca lo mejor de sí misma. América también tenía su corazón, quizá sólo adolecía de oportunidad para demostrarlo. América también tenía sus lágrimas guardadas para cuando apareciera la atroz e inmensa nube de humo.

- La unión de las naciones también se ha visto fortalecida. La crisis del ataque a los EEUU ha generado la oportunidad de manifestación de una unidad entre las naciones libres y democráticas jamás demostrada hasta el presente. La comunión de las grandes religiones se ha visto igualmente reforzada al prodigarse ceremonias ecuménicas en diferentes grandes capitales del mundo.

- América recibe un baño de humildad. Si sus mayores símbolos de poderío económico y político son vulnerables, toda América es vulnerable. Todo se torna caduco tras la humareda, incluso las “Torres Gemelas”, “los Pilares del Cielo”, donde se concentra el poder de la tierra. Todo se torna pasajero, tras el 11 de Septiembre. Todo se torna relativo, tras esos minutos que viraron la historia, incluso la aparentemente incuestionable hegemonía del mayor imperio de la Tierra. América ya no mirará al mundo por encima del hombro, entre otras cosas porque el mundo se ha volcado en su apoyo.

- América comprueba que no hay verdaderas políticas de seguridad. El escudo antimisiles aparece ahora como un caro juguete del presidente Bush de dudosa eficacia. La auténtica medida de seguridad consiste en la erradicación del odio entre el Sur pobre y el Norte rico, entre el Occidente judeo-cristiano y el mundo integrista islámico. Ello no implica sólo un cambio de actitudes, sino también un aumento del gasto en ayuda y cooperación.
La mejor seguridad para las naciones, incluyendo la aún más poderosa de la tierra, es la garantía de concordia entre las mismas, de diálogo entre las religiones, amén de la determinación de desterrar el hambre y la miseria. Tal como apunta Juan Luis Cebrián en su inmediato, pero brillante análisis de lo acontecido: “es preciso que los ciudadanos de los países ricos no contemplen los programas de solidaridad como una manía de los tiempos, sino como el único antídoto posible contra el odio”.

- Los atacantes suicidas pretendieron sembrar el terror en el escenario de la tragedia y el horror en los hogares de todo el planeta, pero los medios de comunicación han evitado lo segundo. La no emisión de imágenes de dantesco horror ha sido un decisión de alta madurez de los responsables televisivos que ha ahorrado más dolor y odios gratuitos. Estos mismos atacantes quisieron enviar al mundo un mensaje de miedo paralizante y sin embargo el mundo pegaba su oído a esos teléfonos móviles que tan sólo emitían tiernas palabras de amor de las víctimas ya sentenciadas.

- América no ha respondido, por lo menos en el momento de escribir estas líneas, de manera indiscriminada. Parece que, de cualquier forma, la respuesta vendrá. Así lo pide una población aún devota de un antiguo testamento de “ojo por ojo”, así lo demanda un Gobierno Federal, una OTAN incapaces de salir de la inercia de ataque y contraataque. Si la respuesta ha de venir, que por lo menos sea quirúrgica.

- América aprende que todo revierte, ley de “causa y efecto”, de “karma” que dirían los orientales. No se puede exportar armas hacia tantos rincones de la tierra, sin que, a la larga, no asalte un sentimiento de culpabilidad nacional. No hay que hacer mucha memoria para recordar que los EEUU armaron en su día a Irak en su guerra contra Irán, lo mismo que después a los talibanes frente a los rusos. Los americanos han respaldado también a Israel en buena parte de su política en Oriente Medio. El fuego de odio desatado en la “tierra prometida” no es ajeno a la enorme humareda de Manhattan.

- Para los americanos las guerras siempre se ubicaron en algún rincón lejano y se relacionaron con asuntos exteriores. El sufrimiento ajeno siempre venía amortiguado por la distancia. Ojalá no hubiera sido necesario ese trance, sin embargo parece como si los EEUU hubieran arrastrado hasta el presente una falta de experiencia de la guerra en su propia carne, en el marco de su territorio que le permitiera profundizar en una cultura de paz. Parece que la historia, ahora tocada de turbante y larga barba, le leyera la lección pendiente.

- La ciudadanía se vuelca hacia adentro, aflora una conciencia espiritual desconocida. El asfalto neoyorkino se ha visto sembrado de sencillos altares con velas, flores y fotografías en recuerdo de las víctimas. El americano cambió su sentido de la vida, se aproximó más a lo trascendente cuando la muerte madrugó en el llamado “martes negro”, cuando el apocalipsis se apoderó del asfalto de Manhattan.

La cadena de causas y efectos que desembocan en el ataque a los EEUU es interminable. La historia nos debe de servir para extraer imprescindibles lecciones, no para sumirnos en juicios que nos remontarían en siglos. Lo importante son las miles de torres no tumbadas por el odio, los miles de millones de vidas que aún continúan en pie y que son capaces de labrar un futuro de armonía entre los pueblos, culturas y religiones.
Es preciso ahuyentar la sombra de “Armagedón”, desdecir a toda costa a los profetas que anuncian la guerra civilizacional, la bipolarización entre el Occidente judeo-cristiano y el mundo integrista islámico. La presente espiral de violencia sólo puede cortarse devolviendo bien por mal. Las causas de la guerra se encuentran dentro de la mente humana, así que es allí donde debemos buscar y promover las simientes de una definitiva paz. ¡Qué mañana podamos decir que hubo un humo que nos abrió los ojos, unas “Gemelas” que no cayeron en balde!

 
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