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SIEMPRE EL ABRAZO

"El abrazo de los muertos" fue sin duda uno de los libros que con más gusto "robé" de chaval a mi padre. Ojalá hubiera podido sustraer de su biblioteca más “joyas†como ésa. Recuerdo que no lo solté hasta que sus últimas páginas me sorprendieron con las luces del alba. En los años 50 del siglo pasado José Artetxe Aranburu escribió esta obra memorable. Reflejaba en ella lo mucho que había sufrido por la guerra civil. En realidad, era un libro profético que no logró ver la luz por la censura hasta el año 1970.

Artetxe creó y contagió ya entonces su pasión por la reconciliación humana, su convencimiento de que los muertos de uno y otro bando siempre terminan abrazándose. Mi tío asoma un momento entre las páginas del libro. Desembarcaba en el frente de Elgeta con su potente y privilegiada moto, con sus incipientes estudios de medicina dispuesto a socorrer a los heridos. Mi padre, su único hermano, nos lo dio a conocer sin rastro de vanagloria.

Pese a haber manifestado al principio una muy discreta y casi obligada por las circunstancias, simpatía por el bando alzado, Artetxe no pudo con tanto odio y puso toda su pluma al servicio del reencuentro entre los españoles. El escritor guipuzcoano era profundamente católico, al tiempo que visionario. Artetxe sufrió mucho con toda la violencia desatada, pero esa enorme compasión en su mirada le regaló una visión de futuro. 

Cuando triunfó el dictador, en cuyo bando combatió Artetxe, al noble cronista no le embargó la victoria, apostó todo al abrazo. Nadie que ha vivido tanto dolor hermano, puede verse tentado por la ufana, pero engañosa complacencia de "los vencedores". Dos décadas después cuando la dictadura le dio luz verde, el libro se agotó enseguida, pues tantos eran los lectores saturados de “victoriasâ€, anhelantes de abrazo y vuelta a empezar.

Artetxe quiso de alguna forma manifestarnos con su reveladora, prudente y sabia pluma que la batalla es pasajera, incluso ficticia, que lo eterno es el abrazo. Quizás trató de demostrarnos que las guerras sólo son en estos valles, cuando los cubre la sombra y la inquina, cuando olvidamos que estamos de paso. El biógrafo de muchos marinos vascos debía saber que nos hacemos a muchas singladuras, que a la postre los muertos se terminan siempre abrazando, no solo los vencedores y vencidos de nuestra contienda civil. 

Los muertos se abrazan al otro lado del velo por todo lo que no se han podido abrazar en la tierra, sobre todo cuando las balas silbaban. Se dan cuenta de cuan fatalmente se equivocaron detrás de una bandera en la determinación de acabar con el hermano. Felizmente han dejado de creer en el odio y en la brutalidad que lo acompaña. 

Los muertos quizás sepan que no se podrán abrazar cuando estén en vida física, cuando se vean de nuevo revestidos de envoltura material y alguien ponga un terrible fusil en sus manos. Por ello aprovechan las oportunidades que se les brindan fuera del campo de batalla. Los contendientes de los diferentes bandos se abrazan más a menudo de lo que podamos llegar a pensar. Saben, mejor que los supuestos vivos, que la muerte no existe, que incluso la guerra era quimera, un duro campo de entrenamiento para ensayarse en arrojo, para despertar con más pasión a la Vida, sobre todo para concluir que a ambos lados eran hermanos. 

Hay considerable plomo que afortunadamente se descarga en la aduana de la muerte. Vivimos hoy un intento de actualizar el rotundo fracaso humano que representa la guerra. Sin embargo, quiero pensar que muchos ucranianos y rusos, saharauis y marroquíes, palestinos y judíos... se abrazan en estos momentos con cuerpos de otra carne. Los Artetxe, los Ridruejo, los Azaña, los Aguirre, las gentes de paz, templanza y cordura de todos los tiempos y geografías, lo están celebrando.


Artaza 19 de Enero de 2023

 
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