Conocer a un hombre bueno a veces sale caro, pero compensa. Un panorama de máquinas destrozadas acorrala al protagonista de nuestra historia. Las apariencias nos siguen engañando. El dolor y la inconciencia permanecen aún grabados en los aceros retorcidos, pero la nobleza también medra entre la herrumbre. Tras burlar una averÃa mortal, nuestro buen hombre me entregaba las llaves del coche satisfecho. Me cobraba un precio muy inferior a lo que supone una averÃa de esa categorÃa. Ha debido de cambiar infinidad de piezas. La correa de trasmisión se habÃa roto desencadenando el estropicio. Quien me vendió el vehÃculo de segunda mano, me aseguró que la habÃa cambiado, como es preceptivo, a los 100.000 kms, pero no fue asÃ. Las dos humanidades se nos presentan por doquier. La que vela por el bien de los demás y la que sólo mira para sÃ, aún a costa del perjuicio ajeno. Ahora piso feliz el acelerador, conduzco de nuevo veloz mi máquina que creà para la chatarra. Manos al volante, soy libre de elegir quién llenará la pantalla de mis pensamientos: el mecánico pringado de grasa, pero con corazón de oro o la persona de aspecto impecable pero fallas en el interior. Puedo perseguir a la persona que me ha engañado o asirme al recuerdo de esa otra que tan elegante comportamiento ha manifestado.Â
Cada quien optamos por la pelÃcula que deseamos proyectar por dentro. Es preferible quedarnos con las bellas historias, grabar la memoria de los hombres generosos. He de pensar en ese mecánico que se ha desvivido para que volviera a cantar un motor que agonizaba descompuesto. He de olvidar aquel otro que no obró de acuerdo a Ley. ¿Cuántas cosas habremos hecho nosotros en desarreglo a la Ley, que de hecho atraen a nuestras vidas ese tipo de situaciones? “Es necesario que todos reconozcamos nuestras propias deficiencias, poseamos un espÃritu de tolerancia y olvidemos los agraviosâ€, es la invitación de los Grandes Seres. Que el olvido de esos agravios, por parte de todos los humanos, sea la tónica de esta época, sugiere el Tibetano.
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