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“Anchas espaldas, viejos sueñosâ€

"No soy el resultado de una elección, soy el resultado de una historia. Estoy concretando el sueño de generaciones y generaciones que antes de mí lo intentaron y no lo consiguieron" proclamaba Luis Iñazio Lula da Silva en su discurso de toma de poder.

El nuevo presidente del Brasil es consciente de las dimensiones de su victoria, de que no sólo administra el sueño de los vivos, sino también de los llamados muertos, de aquellos que partieron con la canción en los labios y la mirada puesta en un horizonte de justicia y libertad humanas.
¿Cómo se dejará sentir el peso de tanta historia pujante, de tantas voluntades impacientes, de tantos anhelos tronchados, de tantas nobles aspiraciones… acumuladas a lo largo del tiempo, en un hombre principalmente? El nuevo mandatario “brasileiro†sabe que su liderazgo no se ciñe al país más grande de América, ni siquiera al propio continente, es consciente de que su guía alcanza una dimensión mundial. Se percata de que no le sostienen 60 millones de papeletas, sino muchos más millones de votos sin urna repartidos por la faz de la tierra.
El ex-sindicalista no ignora que administra, no sólo la confianza de sus conciudadanos, sino de millones de gentes en todo el planeta, para los que la palabra Brasil es ya sinónimo de esperanza, de ilusión por un mundo diferente durante siglos forjada. Lula es consciente de la responsabilidad que aguantan sus espaldas, de la expectación que suscitará cada uno de sus pasos. Se sabe vigilado por muchos ojos de mirada acariciante, pero también de los que desean que tropiece.
No ha perdido un instante, el mismo primero de Enero se lanzó a la carrera de las reformas. Se ha preparado toda su vida para esta hora. Tiene demasiados focos encima suyo como para dormirse en los laureles. Lula sabe que gestiona como nadie en el planeta la esperanza del “otro mundo posibleâ€, que su timón gobierna una embarcación de muy ancha geografía.

Lula tampoco ignora que le aguarda una complicada tarea, que afronta retos titánicos. Cuenta con un inmenso capital de confianza justamente depositado en él, pero, tal como lo ha reconocido, a partir de ahí, todo, comenzando por la dura coyuntura económica que afronta, son dificultades. Tiene que presentar los deberes hechos ante el FMI y a la vez acallar los 170 millones de estómagos que ha prometido colmar. Tiene que sacar la economía adelante con importantes reajustes y a la vez generar empleo y satisfacer las demandas laborales que ya se escuchan. Quiere mantener buenas relaciones con el gigante del Norte, pero a la vez fundamentar éstas en un imperativo principio de igualdad y no de sometimiento. Quiere impulsar una urgente reforma agraria, pero a la vez no generar una inoportuna crispación social. Lula quiere reflotar Mercosur y a la vez defender los intereses de los productos nacionales. Quiere unir a América Latina, pero faltan líderes con longitud de miras como la suya… En su propio equipo, Lula sabe que ha de mantener equilibrio entre los sectores más radicales, e incluso procastristas, y los profesionales sin filiación que ha fichado para regir la nueva economía.
Son muchas cuerdas flojas por las que habrá de transitar el obrero presidente, muchos equilibrios que habrá de hacer en medio de una selva dispuesta a tragarlo al menor resbalón. Sin ir más lejos, su voluntad de dotar de título de propiedad a las decenas de millones de propietarios de las “favelasâ€, ya choca con la ambición de las bandas mafiosas, ansiosas de sacar buena tajada de la loable iniciativa gubernamental.
Para todos estos desafíos, el nuevo presidente va a necesitar una imprescindible ayuda dentro y fuera del país, muchas manos para poder avanzar por una cuerda tan floja. A la vista del difícil panorama, ninguna de ellas se le podrá negar. El nuevo dirigente brasileño sabe que para tan grandes retos es imprescindible ganarse las más plurales voluntades, la más amplia base de adhesión.
En ello se emplea. Ha salido al paso incluso del apoyo de sus adversarios. A alguno hasta le ha dado cartera en el nuevo gobierno. Más de la mitad de sus ministros no tiene carnet del Partido de los Trabajadores. Se ha rodeado de profesionales y gentes de otras formaciones, aunque muchos de sus compañeros correligionarios no hayan alcanzado a comprender tanta generosidad. Simplemente su apuesta no es de partido. Su sueño no sabe de siglas, mas sí de ecuaciones: cuanto más grande es el sueño, más gente hace falta para sostenerlo.
Lula es consciente de que “Hambre 0â€, reforma agraria, grandes trasformaciones sociales, moneda única sudamericana…, implican gran suma de esfuerzos, enorme disponibilidad al diálogo y voluntad de consenso. Sabe que la clave de la nueva política es conciliar intereses y ya no más confrontar. Lula ha prometido cambio, pero también ha pedido paciencia. No se construye de un día para otro un nuevo orden social y económico. A sus ex-compañeros de los sindicatos ya les ha leído la lección, les ha pedido que se abstengan de montar “follón†por cuatro reales, que piensen en clave colectiva en tan cruciales momentos y no sólo miren a su ombligo corporativo.
El itinerario de Lula y sus ministros ha comenzado por el Brasil profundo y pobre, con el que se sienten especialmente comprometidos. La caravana gubernamental no ha sido gesto para la galería, sino gesto de las entrañas. Sus promesas para con los desheredados arrancaban desde bien adentro. Permitan los intereses interpuestos que éstas se hagan realidad.

Viejas profecías mayas, hopi…, así como de los indios Q’eros, hablan de un despertar de América Latina en nuestros días, de una nueva era dorada inspirada en los principios del amor y el compartir, fundamentada en la unión de los pueblos. ¿Estaremos viviendo ya los albores del nuevo tiempo o “pachakutiâ€, que anunciaron los incas? ¿Brilla ya el Hunab Ku maya sobre el anunciado ciclo fraterno y solar?
El Chile de Lagos, El Ecuador de Lucio Gutiérrez, El México de Fox y el Brasil de Lula se podrían bien ajustar a esas profecías esperanzadas. América ha parido por fin una nueva casta de dirigentes que entienden la política como la manifestación del deseo de contribuir a la felicidad de la comunidad y no una fórmula para engañar o ultrajar a esa misma comunidad. Se trata de mandatarios con genuina vocación de servir al pueblo y no de servirse el pueblo. Su talante político de corte netamente progresista, ya con origen en la izquierda, ya en el centro (caso Fox), se ve reforzado por una sólida ética, libre de corruptelas.
Los nuevos líderes latinoamericanos son fiel exponente de quienes han hecho ese itinerario vital desde una ideología atrincherada hasta una necesaria posición de equilibrio y consenso. Los mencionados países han emergido de una situación de precaria democracia, de corrupción generalizada y de injusticia endémica. En todos ellos ha acontecido el fenómeno de una creciente e imparable implicación de los ciudadanos en los asuntos públicos.
Exceptuando a Chile, que ya arrastraba una importante tradición de participación democrática y de lucha por las libertades, en el resto de estas naciones, la política se veía como un mal irreparable, los políticos como unos corruptos seculares y su capacidad de maniobra como ciudadanos bien escasa. Todo ello está cambiando a pesar de que los dinosaurios del viejo orden acechan por doquier y tratan por todos los medios de frenar el avance de la historia.
Los cambios se suceden en el caliente tablero latinoamericano. Mientras escribo estas líneas, me llega la noticia de que en México, el intelectual y canciller progresista de Exteriores, Jorge Catañeda, ahogado en su margen de maniobra, acaba de echar la toalla, dejando solo a Fox y más pálida a la esperanza. Más al Sur, en Ecuador, un indio, Lucio Gutiérrez, aupado por organizaciones campesinas, hace posesión estos días de la presidencia de la nación. Por último en Bolivia, otro indígena, Evo Morales se situó el pasado junio en el umbral del poder, al lograr el segundo puesto en las elecciones generales.

¿Estaremos desembocando ya en el “Sendero del Corazón†tras dolorosa etapa de purificación que anunciaban los indios hopis en sus tablas de piedra…? Ojalá los destinos de América avancen por ese sendero proclamado en la roca y grabado en el alma de algunos de sus más grandes dignatarios.
Latinoamérica se encuentra en un crucial punto de inflexión. Una nueva e ilusionante orientación la empujan hacia un futuro de justicia, libertad y plenitud democrática. Su legado espiritual, diversidad cultural, riqueza natural…, unidos a una coyuntura política auspiciada por una nueva generación de líderes, obligan a volcar sobre ella alma y mirada.
Latinoamérica está sentando las bases para irradiar en todo su esplendor y el viejo sindicalista, su nuevo gran líder, goza de nuestro más pleno y sentido apoyo. ¡Llegó ya la hora! ¡Encarnen las viejas profecías, háganse por fin realidad los más puros y elevados sueños de nuestros hermanos americanos!

 
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