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Estancia en la Casa del Sol (Alcanar). Enero 2020

Hay mares que no rugen, que de tanto descansar olvidaron moler las piedras. Hasta la playa de cantos llega el aroma de las naranjas. Hay árboles que no crecen, que ofrendan miles de soles cargados de zumo y de vida. Hay abuelos de los que estaría siempre bebiendo el jugo de su mirada, pues tal es el pozo de bondad y vitamina que desbordan. Hilo conversación para contagiarme, para embeberme de su paz inmensa.

Escribo desde la sala de meditación a donde tantas almas peregrinaron, donde tantas almas han despertado y nacido a una nueva vida. Retengo el instante privilegiado. Cuando todo calla, abro el teclado. Intento que esta noche tan cálida no me envuelva sólo a mí. Trato de frenar el sueño, de no olvidar que aquí vinimos en grupo, decididos a compartir todo néctar divino, todo instante embriagador.

Sólo compartir por lo tanto esta dicha, sólo bendecir al mar cercano que reposa, a los naranjales que me rodean, a la entrañable pareja que me acoge; sólo agradecer al Dios que nos lanza a la vera de estas aguas calmas, de esta vida rugiente, pero maravillosa…

Casa del Sol. Alcanar (Tarragona) 8 de Enero de 2020

Podría parecer que sólo era un té ardiente, cargado té, silencioso té abriendo camino garganta abajo, templando las frías entrañas. Podría parecer que sólo era un sol aupado desde una mar calma, casi aburrida. No sé en realidad lo qué era. Hay mesas que podrían recordar a otras austeras, sencillas mesas, a otros humos caprichosos, a otras bebidas ardientes que otrora nos reunieran.

Ese “sagrado presente” en la terraza de la "Casa del Sol" quizás envolvía con sus vapores renovados una fraternidad antigua. No sosteníamos unos tazones humeantes, atendíamos a un viejo llamado, a un encuentro acordado, a una unión ya sellada.

Hacía mucho frío antes de despuntar el Astro, pero era preciso calzar doble abrigo y acudir juntos al encuentro con el Padre Sol, compartir el té, recrear lazos. Las manos temblaban sosteniendo el gran tazón, pero internamente agradecía estar sobre la tierra en comunión con tan nobles almas. Reverencio una Vida que me ha empujado a esos amaneceres ya concertados, hacia esa soleada terraza en tan singular y querida compañía.

Alguien arriará esas blancas sábanas al viento, Alguien desnudará los verdes arbustos de soberbias naranjas. El humo escapará no sabemos dónde. El agua con hierba verde y cáscara de limón se evaporará, pero la fraternidad permanecerá. El calor no se irá. Somos los viejos amigos que de vez en cuando ponemos al fuego lento la tetera y compartimos amaneceres. Los votos se renovarán siempre.

Casa del Sol. Alcanar (Tarragona) 12 de Enero de 2020
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Más que vigilar con severidad, susurraban amables confesiones. Han sido cuatro noches en la gran sala de meditación, debajo de los dos grandes iris proyectados en su pared. Al disponerme a descansar, los gigantes ojos me miraban fijamente, me recordaban que todo queda fielmente reflejado, que nada se pierde y que podemos conquistar una mirada sana, un presente diferente, un futuro luminoso.

Todo se graba de forma indeleble. El diminuto iris es una prueba más de esa superior e insoslayable Ley. Nuestros achaques y dolencias graban en él sus sombras. Eso ya lo sabían los sabios en la antigüedad. Eso lo conocía también desde joven nuestra buena amiga. Trucó a tiempo el hábito de misionera por la bata blanca, a la postre la misma vestimenta de generosa y total entrega a una humanidad necesitada.

A la vera de un gran galeno comenzó a leer esas sombras delatoras y a sanar cuerpos y almas. Siempre tuvo bien claro qué es lo que había que hacer con una prosperidad que les sorprendió sin buscarla. Ella y su compañero del alma siempre se sintieron sólo de ésta administradores. Ella traía el sueldo y él reunía y montaba los ladrillos. En tres años la “Casa del Sol” se erguía sobre los naranjos, entre los olivos milenarios y una mar inmensa, una orilla siempre calma. La infinita paz mediterránea también contribuía con su cuota senadora.

Pudieron haber blindado chalet y sobrado confort. Pudieron haber descansado muretes adentro y sin embargo construyeron una casa de sol y de luz, abierta a la demanda y necesidad del mundo. Son ya treinta y tres años proporcionando buenas dosis de salud para el cuerpo y bienestar para el alma. Entre los naranjos madura un fruta aún más brillante y preciada por nombre fraternidad.

He pasado unos días con ellos empapándome de clara luz e inolvidable compañía. Ahora el tren raudo arranca hacia la gran ciudad sin calma y resulta que el sol no cabía en la mochila y el mutuo cariño prendido tampoco en estas líneas. ¡Siempre gracias Carmina y Luis!

 
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