Política y paz | Una sola humanidad | Espiritualidad | Sociedad | Tierra sagrada

Pañoletas al cuello

Inauguramos verano y comienzan a aparecer chavales con pañoletas a la vera de los caminos rurales. No puedo por menos que saludar con alegre bocinazo cuando me cruzo por la carretera con un grupo de jóvenes excursionistas fular al cuello. Me complace constatar que la "especie" no se ha extinguido, que la sociedad digital no ha engullido a la prole descendiente de Baden Powell. Hoy más que nunca son necesarios los jóvenes con pañoleta colgando, chavales y chavalas con miras elevadas, con corazones comprometidos, mochila al hombro y alegre canción en los labios.

La vida se las apaña para sumergirnos a cada quien en iniciáticos periplos que nos permitan adquirir auténticos conocimientos y mayor grado de madurez. A algunos de nosotros pocas escuelas nos han proporcionado tan perennes y sólidos valores como el scultismo. En los tiempos de supremo individualismo, los scouts y guías siguen recordando a los adolescentes y jóvenes que lo más hermoso es trabajar por y para el grupo, por y para el bien común.

Si Baden Powell no hubiera fundado el scultismo alguien debería de haberle suplido en el cometido. Quizá más de uno percibirá algo rancia esta reflexión, habida cuenta de la condición de militar colonialista del susodicho. En diversas ocasiones me ha tocado escuchar comentarios respecto al "espíritu castrense" reinante en el scultismo, o al "lavado ideológico" al que supuestamente son sometidos sus jóvenes miembros.
En esas situaciones he optado por callar. No es sencillo en cuatro palabras revelar el aluvión de momentos entrañables de humor, contemplación o camaradería, antaño vividos con la pañoleta al cuello. No es fácil compartir recuerdos que le hablan íntimamente a uno, pero que resulta complicado dibujarlos en la mente del otro. Son ramalazos de sencillos gozos, de comunión plena con el grupo y con la vida; son juegos de días enteros, veladas que cargaban la noche de arte, humor y solemnidad; son enormes esfuerzos y sudores colectivos con la naturaleza por fondo; son muchas y variadas canciones... Cantábamos bajo el sol y bajo los truenos, en ruta y en reposo, en la alegría y en la pena.
Del espíritu castrense recuerdo algunas filas de chiste en la etapa de "lobato" y el lavado ideológico en verdad que lo era de "fuerte estropajo": se nos animaba a hacer todos los días una "bea", la buena acción que llevarnos a la cama, detalles sencillos que nos encauzaban ya desde pequeños en una vía de servicio en la vida.

No existía el triunfo individual, se trataba siempre de que ganáramos todos. Más allá del beneficio personal, la "seisena", la manada, la tropa era lo importante. La poco cómoda vida del campamento era una constante invitación a la colaboración. Nuestros estómagos se veían colmados, nuestro techo de lona satisfecho, nuestro corazón alegrado en las veladas por la labor en equipo. En los "scouts" se nos iniciaba en "el olvido de uno mismo" en favor de los demás. Con ello se nos daba a probar, ya desde pequeños, y en dosis más que aceptables el néctar supremo de la vida.
Aprendíamos también a autovalorarnos. El arroz blanco con tomate era pura masa coloreada, a la pasta nadie acertaba a cogerle el punto, el puré de patata se solidificaba al saltar a los platos de aluminio..., pero no importaba. Lo habíamos cocinado nosotros y ello le confería un gusto añadido. El lavado de la ropa y el fregado de los platos eran tareas que nos enseñaban a valorar el trabajo de quienes habitualmente lo hacían por nosotros.
No tengo tampoco nada que objetar al espíritu religioso que promovía el Movimiento Scout Católico (MSC), predominante en mis tiempos mozos. Al día de hoy, mi alma no se refugia precisamente en los aleros vaticanos, sin embargo doy por positivos los valores espirituales que nos inculcaron en las misas y ceremonias "scouts".
El Dios de los campamentos era más cercano y "colega" que el del colegio o la parroquia. No le respetábamos, le alabábamos. No le temíamos, le cantábamos. En el alba bostezaba junto a nosotros, en las marchas regaba de sudor nuestros mismos senderos, durante el día nos daba fuerza y nos sentíamos gratamente acompañados... En el silencio de la fogata aprendimos a hablarle cara a cara como al Gran Amigo y no el eterno temido. La vida en la naturaleza invitaba a elevar la mirada hacia lo Alto, pues hacia algún lugar habíamos de dirigir una gratitud que se desbordaba. Bendecíamos la comida con canciones en círculo y en pie e intentábamos ser también agradecidos por las salchichas de plástico y el puré de sobre.
Aprendimos que toda vida es sagrada, por eso los jefes se podían ahorrar las obvias indicaciones de no dejar rastro, de no maltratar animales... Aprovechábamos hasta la ceniza de la hoguera para las letrinas, lavábamos los pucheros con la arenilla de la orilla del río, pues ya nos habían explicado que incluso los peces eran hermanos. No sabíamos aún de la palabra "ecología", pero nuestra mirada iba ya cargada de un profundo respeto por cuanto nos rodeaba.
Hacíamos también ceremonias de "promesa". Aprendíamos a comprometernos con el grupo y con la vida. Más allá de las evaluaciones académicas los muchachos no encaran hoy habitualmente pruebas de orden humano. De no mediar unos padres responsables, no hay quién les pida cuentas de su grado de madurez, de su capacidad de autonomía, de su rendimiento en el servicio. ¿Quién les habla en nuestros días de la prueba y el constante desafío de amor que representa al vida?

No quiero idealizar. Me viene a la mente un exceso de galones en las mangas de los jerseys azul marino, la separación de chicos y chicas en movimientos diferentes... Sin embargo es preciso mirar también estos aspectos en el contexto de un tiempo aún muy mediatizado por patrones clásicos. Me estoy refiriendo a los años setenta. Por lo demás estos "errores" han sido ya hace tiempo subsanados.
En esta atmósfera confusa actual en la que proliferan engañosos valores, en esta época de constante cambio en los patrones a transmitir y de despiste ante la irrupción de poderosas nuevas tecnologías..., quizá sea tiempo de rescatar principios cardinales. En esta civilización devorada por el espíritu de competencia, por el ansia de desbancar al "otro" para triunfar "yo", es preciso mostrar a nuestros chavales un horizonte más elevado y esperanzador. Alguien les tiene que familiarizar con el espíritu de cooperación, alguien les ha de susurrar que, al final de sus días, serán los momentos de servicio y entrega los que validarán su presencia en la tierra.
Huelga decir que no hay ánimo proselitista en estas líneas. Me consta que existen muy loables movimientos de tiempo libre al margen del scultismo. Cualquier asociación que inicie en el sano divertimento y aprendizaje, el compañerismo y el amor a la vida en todas sus manifestaciones, cumple un inestimable papel. ¡Ojalá se multipliquen las iniciativas plurales de este orden!
En un tiempo en que la tierra resopla con angustia en forma de tifones, se reacomoda en su lecho generando terremotos, echa exceso de adrenalina en forma de lava volcánica...; en esta hora en que la madre tierra nos implora y nos dice "basta" en todos sus idiomas y formas de expresión, uno ve esperanza en las pañoletas que encuentra a la vera de los caminos. Uno sabe que al atardecer esos chavales encenderán un fuego. De una u otra forma agradecerán a esa enorme madre sus infinitos dones. Clavados los ojos en las llamas, cantarán en su nombre.

 
   |<  <<    >>  >|
NUEVO COMENTARIO SERVICIO DE AVISOS

 
  LISTA DE COMENTARIOS